3 de abril de 2012

La naturaleza del mal


Tenemos que hablar de Kevin (We Need to Talk About Kevin)
Dirección: Lynne Ramsay
Reino Unido-Estados Unidos/2010


Hay ciertos temas que resultan casi tabú en el cine, por diversas razones. Uno de ellos: la maldad de los niños. Emblemática imagen de pureza, es raro ver que en ellos encarne el mal, excepto en el género de terror. Así, el tema se ha desarrollado en El pueblo de los malditos, en La cinta blanca, El otro y unos pocos más.

En Kevin el mal se ha encarnado: es un niño destinado a hacer sufrir a su mamá, desde que es bebé, llorando todo el día. Después sus maldades irán cambiando de signo, hasta llegar a la masacre de sus compañeros de colegio. Como ya resulta habitual últimamente -hasta llegar al hartazgo-, el film está estructurado en distintos momentos del presente y el pasado, quebrando la linealidad histórica. Cuando empieza el film la masacre ya se ha consumado y vemos el duro subsistir de su madre, quien recibe todo el rechazo de la comunidad y lleva una vida miserable en soledad; siguen, entrelazadas bastante abruptamente con el presente, las distintas etapas en el crecimiento del niño, cuando la maldad deviene paulatinamente más intensa. ¿Por qué es ella (Tilda Swinton) la única en reconocer la verdad sobre la naturaleza del mal que encarna su hijo? ¿Cómo es que el padre (John Reilly) nunca lo constata, y cree que ella está traumatizada? No es suficiente explicación la doble conducta que Kevin tiene con ambos. El padre prefiere negar la verdad. El joven Ezra Miller es brillante en su versión de la perversión. Cuando conocemos toda la historia, anunciada desde el comienzo, los detalles superan toda expectativa. 

Abruma la utilización del color rojo, sobre todo en las tomas iniciales, pero que continúa durante todo el film como señal de lo ominoso, hasta que se lo vincula con la bandera de Estados Unidos. En ese plano, se hace explícito que el film intenta dar alguna explicación a las masacres que recurrentemente tienen lugar en las escuelas de Estados Unidos primero, y ahora en todo el mundo. Sin embargo, no hay aquí razones sociales sino exclusivamente psicológicas –aunque no haya explicaciones psi, ni de ninguna otra índole-, porque el mal, azarosamente, se instaló en esa criatura. ¿O es que nunca se sintió querido? ¿Y por qué nunca hubo un pedido de ayuda? En cierta medida, la madre carga también con su cuota de culpa, y por ello hoy soporta las humillaciones. Como antes toleraba los excesos de su hijo. El film genera muchas preguntas, sin formular respuestas.

Ver este film es una experiencia difícil, dura, incómoda. El cine de la escocesa Lynne Ramsay nunca es complaciente, busca perturbar al espectador, como sucedía en El viaje de Morvern. Los procedimientos formales y la estructura –que en cierto modo sigue la errática memoria de una madre algo desquiciada- no contribuyen a establecer la aproximación del espectador. Es la gran performance de Tilda Swinton –una de las mejores actrices del cine actual, de amplísimo registro- la que nos convence de que no se trata de una experiencia gratuita.

Josefina Sartora

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