Elefante blanco
Dirección: Pablo Trapero Argentina-España/2012
Las dos últimas películas de Trapero me han decepcionado. En
su serie de denuncias sobre temas sociales, Carancho retrataba la
corrupción en el sistema jurídico y en los hospitales públicos, y si bien
Trapero filmó con solvencia la historia y el ambiente en que se desarrollaba,
algo en su guión, en la esencia del relato me dejó afuera e indiferente, uno de
los peores efectos que puede lograr una obra. Algo similar me sucede con Elefante
blanco. Nuevamente la denuncia social, ahora sobre el estado de
delincuencia y degradación, de guerra interna sin ley ni control que se vive en
las villas, en este caso alrededor del inmenso edificio que da su nombre al
film, en Ciudad Oculta. Allí trabaja un cura villero (nuevamente Ricardo Darín,
el abogado corrupto de Carancho, Darín da para todo) movido
por nobles intenciones, quien rescata a otro cura de las guerra entre narcos
que se vive en una lejana selva sudamericana. El padre Nicolás (Jérémy Renier, actor
de los hermanos Dardenne, curiosa presencia en el film) se compromete con
su colega y su equipo, donde es vital la presencia de Luciana, activa trabajadora
social (Martina Guzmán, esposa y ya actriz fetiche de Trapero).
El padre Julián, un hombre de fortuna quien sabe negociar
con la cúpula eclesiástica, realiza una tarea ímproba en la villa, intenta
atravesar las grietas del poder para mejorar las condiciones y lucha contra
reloj para dejar un sucesor. No se lo harán fácil las bandas de narcos
enfrentadas dentro de ese mundo marginal, que libran una lucha armada a costa de las
vidas de los más jóvenes, entregados al paco.
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El film está lleno de acción. Es impactante cómo filma Trapero la actividad en las callejuelas de la villa, con la siempre admirable fotografía de Guillermo Nieto: el movimiento de las multitudes, los planos secuencia que recorren esos caminos entre chozas, chapas, barro, animales y gente, mucha gente. Es un maestro en ese aspecto. También hay que agradecer que no estetice la miseria y la precariedad, logrando un buen trabajo de campo. Pero la historia suena hueca. A pesar de los actores no profesionales para esa puesta neorrealista, a pesar de la investigación que los guionistas dicen haber llevado a cabo. Las secuencias se pueden prever una a una, tanto, que la imaginación del espectador nunca será defraudada, porque el guión apela a todos los tópicos previsibles, y hay escenas y personajes esquemáticos que cuesta creer. El homenaje al padre Francisco Mugica, cuya figura tutelar sobrevolaba la historia, parece incrustado e innecesario, como otras situaciones explícitas.
Una frase del guión, que Julián juega a ser pobre, vale para Elefante
blanco. Entonces el film se cae.
Josefina Sartora
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