14 de junio de 2012

La pregunta por el origen

Prometeo (Prometheus)
Dirección: Ridley Scott
Estados Unidos/2012



Blade Runner fue una de las mejores películas de los ´80, con su cruce de géneros, y su genial visión del futuro. Ridley Scott no hizo un film mejor que ese, nunca. Sin embargo, pocos años antes Alien también había constituido un gran logro, y con ambas se consagró como el renovador del género, figura ya mítica de la ciencia ficción. Ya sabemos: Alien tuvo tres continuaciones, las mal llamadas secuelas, dirigidas por otros realizadores y ninguna tan buena como la original, como suele pasar, y era difícil resistirse a la tentación de un film que contara la historia previa, o peor llamada precuela. Pero el mercado manda, y Scott se avino a filmar una película que participa del universo de Alien, y podría ser leída como una suerte de paralelo con aquella, sin llegar a ser del todo el antecedente de aquel célebre film.

Veamos: el mayor símil es la nave espacial que en un futuro cercano contiene a sus tripulantes dormidos durante dos años mientras viajan a un planeta que suponen habitado por seres superiores. Tal vez ellos tengan respuestas a las preguntas sobre el origen del hombre, ya que los teóricos a bordo sostienen una peculiar teoría evolutiva: fueron los habitantes de ese planeta quienes ¿crearon? ¿fabricaron? al ser humano en la Tierra. Teoría que remite a las inquietantes imágenes del prólogo, nunca clarificadas. La nave está piloteada por un androide, un replicante que en mucho recuerda a aquellos de Blade Runner. Por supuesto, también aquí los organizadores de tal expedición son una corporación privada cuyo magnate tiene sus motivaciones ocultas y sus propias preguntas en caso de encontrar a los prehumanos. Y los encuentran.


Es interesante observar a Ridley Scott treinta años después, cómo ha incorporado las nuevas tecnologías, aggiornando la imagen. Sobre todo el uso que hace de la 3D, no de una manera agresiva ni forzada sino con una imagen bastante natural. La parafernalia visual al servicio de esta aventura en el espacio es espectacular, con una fotografía fascinante que saca buen provecho del paisaje extraterrestre (filmado en Islandia, isla que tiene algo de alien geográfico), y de las luchas entre los expedicionarios y los monstruos que hallan en ese planeta. Una palabra sobre éstos: Scott no quiso repetir las morfologías desarrolladas por H.R.Giger para la saga, demasiado usadas y recicladas por terceros, y atribuye la eliminación de esos seres superiores a monstruos tentaculares, que –no sabemos por qué- destruyen todo lo que se mueve ante ellos. Pero conserva el formato evocativo de los órganos sexuales, la violación por la boca, el parto explosivo.

Siguiendo con las similitudes, también hay una mujer maravilla a bordo: la antropóloga Elizabeth Shaw, en la carnadura de Noomi Rapace, la sueca que interpretó de manera no superada aún a Lisbeth Salander en la primera versión del éxito editorial Los hombres que no amaban a las mujeres. Ella actúa con fiereza, motivada por principios e ideales religiosos: está convencida de que éstos pueden ser sus creadores, pero más allá, está Dios. Y quiere comprobar ese origen divino. (Des)Vestida como Sigourney Weaver, sus reacciones también la imitan, pero sin llegar jamás a su nivel. Como ella, es imbatible, ni siquiera los monstruos que salen de su vientre logran aniquilarla. Pero son muchas las preguntas que se plantea: ¿por qué esos demiurgos se retiraron de la Tierra? ¿Por qué han desaparecido incluso de su propio planeta? Su contraparte en la nave es la dueña de la empresa, una Charlize Thenon enigmática, seca y calculadora, como se supone a toda empresaria cuyos fines nunca son claros. Su asistente es un robot, en la piel (¿?) de Michael Fassbender, el actor todoterreno del momento. Del resto de la tripulación, ninguno llega a constituir un personaje.

Ahora el mito: si bien tanto el título como el nombre de la nave aluden al titán Prometeo, aquel que robó el fuego creador a los dioses para dárselos a los hombres, el vínculo con esta historia resulta algo tangencial. Tal vez aquellos seres hayan cometido esa falta, al crear al hombre. Pero los científicos de esa nave no están desafiando a los dioses, están en su busca. En todo caso, el personaje más prometeico resulta el androide, quien –como los replicantes de Blade Runner- tiene una actitud rebelde hacia sus creadores. La estructura del film responde en cambio, en mayor medida, al mito del héroe, con su viaje, su tarea a cumplir, la batalla con el monstruo, y la ayuda, que en este caso no proviene de los dioses sino del robot, nueva figura omnipotente.

No deja de ser llamativa la fuerza con la que la paranoia sigue determinando los movimientos de Hollywood. La meca del cine -constante propagandista ideológica de los Estados Unidos- siempre ha tenido miedo del diferente, del otro, ya sea entre sus propias filas o –sobre todo- cuando proviene del exterior.


Tanto efectivo desarrollo visual, esa música efectista, no hacen sino maquillar un guión débil, como si no hubiera ideas nuevas sino un reciclaje  de las viejas con la adición de teorías y corrientes más espirituales, muy a la orden del día.  Prometeo abre tantas preguntas que quedan sin respuesta, o peor aún, olvidadas, que surge la incógnita de si se trata de un efecto buscado para quedar abiertos a su continuación, o simplemente, no es más que flaqueza narrativa.

Josefina Sartora

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