Prometeo (Prometheus)
Dirección: Ridley Scott
Estados Unidos/2012
Tanto efectivo desarrollo visual, esa música efectista, no hacen sino maquillar un guión débil, como si no hubiera ideas nuevas sino un reciclaje de las viejas con la adición de teorías y corrientes más espirituales, muy a la orden del día. Prometeo abre tantas preguntas que quedan sin respuesta, o peor aún, olvidadas, que surge la incógnita de si se trata de un efecto buscado para quedar abiertos a su continuación, o simplemente, no es más que flaqueza narrativa.
Dirección: Ridley Scott
Estados Unidos/2012
Blade Runner fue una de las mejores películas de los ´80, con
su cruce de géneros, y su genial visión del futuro. Ridley Scott no hizo un
film mejor que ese, nunca. Sin embargo, pocos años antes Alien también había constituido
un gran logro, y con ambas se consagró como el renovador del género, figura ya
mítica de la ciencia ficción. Ya sabemos: Alien tuvo tres continuaciones, las
mal llamadas secuelas, dirigidas por otros realizadores y ninguna tan buena
como la original, como suele pasar, y era difícil resistirse a la tentación de
un film que contara la historia previa, o peor llamada precuela. Pero el
mercado manda, y Scott se avino a filmar una película que participa del
universo de Alien, y podría ser leída como una suerte de paralelo con
aquella, sin llegar a ser del todo el antecedente de aquel célebre film.
Veamos: el mayor símil es la nave espacial que en un futuro
cercano contiene a sus tripulantes dormidos durante dos años mientras viajan a
un planeta que suponen habitado por seres superiores. Tal vez ellos tengan respuestas
a las preguntas sobre el origen del hombre, ya que los teóricos a bordo
sostienen una peculiar teoría evolutiva: fueron los habitantes de ese planeta
quienes ¿crearon? ¿fabricaron? al ser humano en la Tierra. Teoría que remite a
las inquietantes imágenes del prólogo, nunca clarificadas. La nave está
piloteada por un androide, un replicante que en mucho recuerda a aquellos de Blade
Runner. Por supuesto, también aquí los organizadores de tal expedición
son una corporación privada cuyo magnate tiene sus motivaciones ocultas y sus propias
preguntas en caso de encontrar a los prehumanos. Y los encuentran.
Es interesante observar a Ridley Scott treinta años después,
cómo ha incorporado las nuevas tecnologías, aggiornando la imagen. Sobre todo
el uso que hace de la 3D, no de una manera agresiva ni forzada sino con una
imagen bastante natural. La parafernalia visual al servicio de esta aventura en
el espacio es espectacular, con una fotografía fascinante que saca buen
provecho del paisaje extraterrestre (filmado en Islandia, isla que tiene algo
de alien geográfico), y de las luchas entre los expedicionarios y los monstruos
que hallan en ese planeta. Una palabra sobre éstos: Scott no quiso repetir las
morfologías desarrolladas por H.R.Giger para la saga, demasiado usadas y
recicladas por terceros, y atribuye la eliminación de esos seres superiores a
monstruos tentaculares, que –no sabemos por qué- destruyen todo lo que se mueve
ante ellos. Pero conserva el formato evocativo de los órganos sexuales, la
violación por la boca, el parto explosivo.
Siguiendo con las similitudes, también hay una mujer
maravilla a bordo: la antropóloga Elizabeth Shaw, en la carnadura de Noomi Rapace,
la sueca que interpretó de manera no superada aún a Lisbeth Salander en la
primera versión del éxito editorial Los hombres que no amaban a las mujeres.
Ella actúa con fiereza, motivada por principios e ideales religiosos: está
convencida de que éstos pueden ser sus creadores, pero más allá, está Dios. Y
quiere comprobar ese origen divino. (Des)Vestida como Sigourney Weaver, sus
reacciones también la imitan, pero sin llegar jamás a su nivel. Como ella, es
imbatible, ni siquiera los monstruos que salen de su vientre logran
aniquilarla. Pero son muchas las preguntas que se plantea: ¿por qué esos
demiurgos se retiraron de la Tierra? ¿Por qué han desaparecido incluso de su
propio planeta? Su contraparte en la nave es la dueña de la empresa, una
Charlize Thenon enigmática, seca y calculadora, como se supone a toda
empresaria cuyos fines nunca son claros. Su asistente es un robot, en la piel
(¿?) de Michael Fassbender, el actor todoterreno del momento. Del resto de la
tripulación, ninguno llega a constituir un personaje.
Ahora el mito: si bien tanto el título como el nombre de la
nave aluden al titán Prometeo, aquel que robó el fuego creador a los dioses
para dárselos a los hombres, el vínculo con esta historia resulta algo
tangencial. Tal vez aquellos seres hayan cometido esa falta, al crear al hombre.
Pero los científicos de esa nave no están desafiando a los dioses, están en su
busca. En todo caso, el personaje más prometeico resulta el androide, quien
–como los replicantes de Blade Runner- tiene una actitud rebelde
hacia sus creadores. La estructura del film responde en cambio, en mayor medida,
al mito del héroe, con su viaje, su tarea a cumplir, la batalla con el
monstruo, y la ayuda, que en este caso no proviene de los dioses sino del
robot, nueva figura omnipotente.
No deja de ser llamativa la fuerza con la que la paranoia
sigue determinando los movimientos de Hollywood. La meca del cine -constante
propagandista ideológica de los Estados Unidos- siempre ha tenido miedo del
diferente, del otro, ya sea entre sus propias filas o –sobre todo- cuando
proviene del exterior.
Tanto efectivo desarrollo visual, esa música efectista, no hacen sino maquillar un guión débil, como si no hubiera ideas nuevas sino un reciclaje de las viejas con la adición de teorías y corrientes más espirituales, muy a la orden del día. Prometeo abre tantas preguntas que quedan sin respuesta, o peor aún, olvidadas, que surge la incógnita de si se trata de un efecto buscado para quedar abiertos a su continuación, o simplemente, no es más que flaqueza narrativa.
Josefina Sartora
No hay comentarios:
Publicar un comentario