Cumplidos los dos primeros años de Claroscuros, comenzamos hoy a publicar trabajos de más largo alcance, ensayos sobre cine, filosofía, literatura, historia cultural, etc, con el propósito de que el blog se abra y renueve día a día.
En esta ocasión, se trata de un trabajo presentado en el Seminario de los Jueves:
La tragedia
En Los siete contra Tebas, Eteocles se ve ante una disyuntiva similar
cuando debe enfrentarse ante el ejército que comanda su hermano Polinices. El
también menosprecia el vínculo familiar justificado por la intervención del
dios, enfrenta un dilema que no presenta salida inocente, y en él escuda su
deseo fratricida. Es el coro de mujeres tebanas quien le reprocha –no su
decisión- sino su respuesta emocional, ansiosa y voraz. Y señala la diferencia
entre el crimen ordinario cometido en la guerra y el que atenta contra un
miembro de la propia familia.
El texto de Sófocles es
inagotable, no acepta simplificaciones ni reduccionismo. El coro manifiesta que
no sabe qué partido tomar, y se conmueve por el suceder. Lo mismo ocurría en el
público de la representación dramática.
En esta ocasión, se trata de un trabajo presentado en el Seminario de los Jueves:
Mito, tragedia y filosofía
Las miradas de J-P. Vernant y M. Nussbaum
Josefina Sartora
Jean-Pierre Vernant
Del mito a la razón y el nacimiento de la polis
A lo largo de toda su obra, el
famoso helenista Jean-Pierre Vernant ha estudiado el surgimiento del hombre
occidental en los orígenes de Grecia, tras el nacimiento de las ciudades y el
derecho. El paso del homo religiosus
al hombre político. Por sobre todo, le interesa el paso del pensamiento mítico
a la razón. Por allí empezaremos, tomando como referencia sus obras Los orígenes del pensamiento griego
(1962) y los dos tomos de Mito y tragedia
en la Grecia antigua, que Vernant escribió junto a Pierre Vidal-Naquet
(1972 y 1986).
Jean-Pierre Vernant |
Vernant fecha el nacimiento
del pensamiento racional en el siglo VI a.C y en la escuela de Mileto, en Asia
Menor. Algunos no consideran que se hubiera producido un cambio de actitud
intelectual sino una revelación, un “milagro”. Oponiéndose a la teoría del
milagro, de una revelación brusca e incondicional de la razón, Vernant busca, con
Francis Cornford, el hilo de continuidad histórica entre la reflexión
filosófica y el pensamiento religioso que la precedió. Ya en el siglo XII la
invasión dórica había acabado el orden micénico de monarcas divinos absolutos;
y en los siglos VIII y VII se produce el comienzo del pasaje, la laicización
del pensamiento religioso, la gestación de la filosofía.
Mythos quiere decir palabra, narración; no se opone en principio a logos hasta el siglo V, cuando se lo usa
peyorativamente como afirmación vana, desprovista de fundamento. Pero el mito
no es una forma de pensamiento sino un conjunto de narraciones originarias de
la época micénica, que los poetas posteriores –Homero y Hesíodo en la época
doria (eran contemporáneos: siglo VIII a.C), y los trágicos de Atenas en el
siglo V- toman y fijan definitivamente según sus propias exigencias estéticas,
dándoles una dimensión literaria.
Los
mitos forman parte de las cosmogonías que explicaban cómo el orden ha surgido
del caos. Las fuerzas de la naturaleza toman la forma de dioses personalizados.
La cosmogonía que plantea Hesíodo en su Teogonía
tiene sus puntos de contacto o correspondencias con la filosofía posterior de
la escuela de Mileto, de Tales y sobre todo, de su discípulo Anaximandro (siglo
VI). En las explicaciones del físico
Anaximandro sobre el origen del cosmos, éste no elabora una mera repetición del
mito, y elude todo orden ritual, ignorando deliberadamente el espíritu
religioso o cultual. El pensamiento jónico se aleja del mito y elabora una
explicación profana para el surgimiento del cosmos. El origen ya no brota, como
en las cosmogonías antiguas, del poder divino. El orden natural y los fenómenos atmosféricos se independizan
de la función real y del relato mítico que lo explicaba todo, y pasan a ser
cuestiones a discutir, son materia de la primera reflexión filosófica. Si en un
primer estadio perduran simultáneamente el carácter divino y el natural de los
fenómenos, éstos van apoyándose en el aspecto físico, y así por ejemplo lo
caliente pasa a ser una cualidad física y se va separando del poder de
Hefestos. Poco a poco, los modelos explicativos de los cambios en el cosmos se
basan en los fenómenos técnicos más que en los naturales, el mundo deviene un
mecanismo y se vacía de lo divino y de sus cualidades religiosas que lo
animaban. El pensamiento de los físicos de Jonia adopta un carácter geométrico,
concibe al mundo físico en un marco espacial hecho de relaciones recíprocas,
simétricas reversibles. Relaciones similares a las que se establecen entre los
ciudadanos, ya que se acaban las antiguas relaciones jerárquicas de dominación
y sumisión, acaba el poder del soberano y de los nobles y surge un nuevo tipo
de relación social entre los ciudadanos, definidos como iguales.
Dice Vernant: “El ser auténtico
que la filosofía, más allá de la naturaleza, quiere alcanzar y revelar no es el
ser sobrenatural mítico; es una realidad de un orden completamente diferente:
la pura abstracción, la identidad consigo misma, el principio mismo del
pensamiento racional objetivado bajo la forma del logos.”
El nacimiento de la filosofía
viene entonces con dos grandes transformaciones mentales: un pensamiento
positivo que excluye las formas sobrenaturales y la asimilación que establecía
el mito entre fenómenos físicos y agentes divinos, y un pensamiento abstracto
que va hacia una formulación categórica del principio de identidad. Pitágoras
sostiene que hay una razón inmanente al discurso, el logos, que consiste en una exigencia absoluta de no contradicción:
el ser es, el no ser no es. Muy alejada del pensamiento mítico, ambiguo y
polivalente, que sostenía la noción de opuestos complementarios. Se produce la
ruptura de la antigua lógica del mito.
Resumo: los 2 rasgos que
caracterizan la nueva filosofía son el rechazo a una explicación maravillosa o
sobrenatural de los fenómenos, y por otra parte “la ruptura con la lógica de la
ambivalencia: la búsqueda de una coherencia interna, a través de una definición
rigurosa de los conceptos, de de una neta delimitación de los niveles de la
realidad, de una neta observancia del principio de identidad”.
Pero
esas teogonías y cosmologías originarias constituían también mitos de
soberanía. Las victorias de Zeus significaban el logro de un orden cósmico y a
la vez la glorificación del dios. Zeus arroja el caos a los abismos y gana el
trono de los dioses, organizando todo el Olimpo y con ello mantiene el
equilibrio entre las potencias que constituyen el universo. Anaximandro también
concibe la arkhé, la sustancia
primordial, infinita, inmortal, como una realidad aparte, distinta de todos los
elementos, origen y fuente de todos ellos. Desde la perspectiva de Anaximandro,
el cosmos es mantenido por un equilibrio de fuerzas iguales, en constante movimiento, que se corresponde con
el orden del cuerpo humano, y de alguna manera la recién surgida ciudad quiere
repetir ese equilibrio, con su orden igualitario.
Vernant no cesa de destacar
que el triunfo de la razón por sobre el orden del mito ocurre durante el paso
de la antigua civilización palacial micénica, muy similar a ciertas organizaciones orientales,
al universo social de la Polis
(siglos VIII-VII). El advenimiento de la ciudad no sólo marca una serie de
transformaciones económicas o políticas: también implica un cambio de
mentalidad, acompañada por la creación de un nuevo espacio social e
intelectual: el ágora. La ciudadela donde se erigía el palacio pasa a ser
ocupada por los templos, y el centro de la ciudad se traslada a la plaza
pública, donde se discuten los temas de la ciudad. La palabra ha tomado
preeminencia sobre otros instrumentos del poder. Todos los atributos sagrados y
símbolos religiosos, relacionados antes con el poder real, pasan a los templos,
despojados de su poder misterioso.
En los albores de la historia
intelectual griega, los primeros modelos del hombre sabio pertenecen a la clase
de videntes, magos purificadores, en la categoría de adivinos públicos,
profetas o poetas, médicos o curanderos. Todos ellos tienen una suerte de
videncia que les franquea el acceso a un
mundo prohibido al resto de los mortales. Ese adivino veía el pasado, el
presente y el futuro, bajo la advocación de Mnemosyne, la Memoria, la que le
concede –como al poeta- la posibilidad de ver la realidad permanente e
inmutable. Los nuevos filósofos al principio se asemejan a aquellos, por
ocuparse de conocimientos que escapan al saber vulgar. Estos sabios, en un
camino similar al de los iniciados, tienen el poder de ver y hacer ver lo
invisible. Mnemosyne habrá de regresar en la anamnesis o reminiscencia platónica,
que permite al alma reconocer las verdades que ha visto fuera del cuerpo.
El filósofo difunde verdades
que estaban reservadas, desembarazándose así de la persona del mago. Los
antiguos clanes sacerdotales ponen su saber sagrado al servicio de la ciudad
que acaba de nacer. Sacan el saber del círculo cerrado y lo llevan al ágora
para su discusión y debate, reemplazando la iluminación por la argumentación
dialéctica.
Tales y Anaximandro provenían
de una secta fenicia de sacerdotes-reyes, y divulgaron a la ciudad sus
conocimientos sagrados de astronomía. Heráclito, cuyo lenguaje recuerda las
fórmulas litúrgicas órficas, pertenecía a una familia real.
Por otro lado, en la ciudad
se practican reformas políticas que progresivamente se alejan de lo religioso:
la promulgación de un calendario civil diferente del lunar, que responde mejor
a las exigencias de la población; la división administrativa por zonas
geográficas y no por lazos sanguíneos; la ciudad misma ya no se identifica con
un personaje o familia, sino con la forma de un grupo unido de ciudadanos,
definido en términos de igualdad e identidad. Todas estas formas nuevas se
corresponden con el surgir del pensamiento racional, como así también con la
invención de la moneda en el siglo VII, la cual a la vez que fue el medio de
codificar, reglamentar y ordenar los intercambios de bienes y servicios, ayudó
al desarrollo de una economía mercantil y trajo una nueva concepción de la
riqueza, ya no exclusiva de los poseedores de tierras. Simultáneamente, se creó
la escritura alfabética, se desarrolló el progreso técnico, y tomó importancia
la navegación y el comercio, con el surgir de un pensamiento pragmático.
La filosofía nace así en una relación de ambigüedad,
porque en parte está emparentada con las antiguas sectas y sus misterios y por
otra se asocia a los asuntos de la ciudad que se tratan en el ágora. Oscila
entre el secreto y el debate abierto. Y el filósofo oscilará más tarde ente
esas dos actitudes.
Es también el momento en que
empiezan a ajustarse los principios del derecho moderno: una ley que establece
que todos son iguales y la creación de tribunales y asambleas. El homicidio
deja de ser una cuestión privada, que exige la venganza de la sangre, y pasa a
tener una represión organizada en el seno de la ciudad.
El ideal del ciudadano es el
hombre probo, mesurado, que practica la sophrosyne
y huye de la riqueza y el lujo, una forma de hybris.
Frente al surgir del
pensamiento racional, la tragedia parece el refugio de la ambigüedad, característica
central del género. En ella coexisten 2 modelos políticos, 2 modelos jurídicos,
2 modelos religiosos, la reacción y el progreso. Esa ambigüedad se encuentra en
lo más íntimo del lenguaje trágico: existe ambigüedad entre el desarrollo
humano del drama y el plano de los dioses, entre lo que dicen los personajes y
comprenden los espectadores, e incluso en la interioridad de los propios
héroes.
Justamente, las
representaciones trágicas se efectuaban –desde 534 a .C- durante las fiestas
a Dionisos, dios ambiguo, encarnación de la locura divina, formando parte de un
conjunto de rituales. Pero Vernant se opone a creer que la tragedia provenga de
un oscuro pasado, sino que la cree una invención, un género destinado a la
representación, que toma sus temas de la antigua epopeya. Y si bien la tragedia
tiene su costado religioso, ello no está separado de lo político y social.
Mientras la epopeya presenta a los personajes, los héroes, como modelos, la
tragedia los convierte objeto de debate, los pone en tela de juicio. Desde la
perspectiva clásica, el hombre y la actividad humana son enigmas sin respuesta,
cuyos dobles sentidos quedan por descifrar.
Cuando surge la tragedia a
fines del siglo VI, el mito ya no formaba parte de la realidad política de la
ciudad. Los poetas toman la solución del mito como el triunfo de los valores de
impuestos por la nueva ciudad democrática. La invención de la tragedia
constituyó una realidad social, con la invención de los concursos y del teatro
como fenómeno de masas; una creación estética con la invención de un nuevo
género literario, y una mutación psicológica, con el surgimiento del hombre
trágico, que ya analizaremos.
Más tarde, Platón y
Aristóteles elaborarían la teoría de la mímesis,
que fija el estatuto del poeta como imitador, constructor de un mundo de
simulacros, de ficción. Según Platón, lo propio de la mímesis es ese aspecto
directo del discurso y de la acción en la representación: el poeta desaparece
frente a la puesta en escena de esos personajes históricos o míticos. Se simula
la presencia de un ausente, para eso está la máscara. Frente a esto, el público
consideraba lo que sucedía en escena como la verdad o entraba en el juego de la
ilusión teatral. Por este motivo no solían representarse tragedias sobre
acontecimientos dolorosos cercanos, para no remover el dolor de las propias
desgracias. Se las trataba como penas ajenas, con cierto distanciamiento,
creando una atmósfera de leyenda. Pero la tragedia no cuenta los hechos tal
como ocurrieron, sino que el poeta reorganiza el material de la leyenda según
sus propios criterios, en una construcción seria y hasta filosófica. Esos
hechos ficticios que se ponen en escena afectan desde afuera al público, lo
purifican. Al estar organizados sistemáticamente, adquieren una coherencia, una
inteligibilidad que la vida no posee. Y al estar unidos a un marco histórico y
social, cobran una significación más amplia.
La tragedia explora los
motivos que conducen a un hombre a su perdición, debido a un error que puede
cometer cualquiera. De esta manera muestra la tensión de las fuerzas
contradictorias a las que está sometido, pues toda cultura implica tensiones y
conflictos. Se trata de una lógica ilógica, dice Vernant. La tragedia acontece
cuando a través del montaje de esa experiencia imaginaria que trascurre en el
escenario, con “un sistema coherente de acciones encadenadas que conducen a la
catástrofe, la existencia humana accede a la conciencia, al mismo tiempo
exaltada y lúcida, tanto de su irremplazable valor como de su extrema vanidad”.
La tragedia es una de las
formas de identidad de la nueva ciudad democrática Vernant acuerda que la
tragedia surge cuando se empieza a ver el mito con la mirada del ciudadano, es
decir, el trágico toma del enorme repertorio de héroes de la epopeya cuando ya
se ha establecido una distancia con ellos, y no son una amenaza para la ciudad
en vías de democratización (siglo VI) o ya democrática (siglo V). Los héroes
suelen ser tiranos que habían confiscado la ciudad para su provecho; la
tragedia los pone en tela de juicio, expone sus decisiones erróneas que los
conducen a la catástrofe. El mito no es trágico en sí mismo, es el poeta quien
lo transforma en tragedia, juzgando sus actos según las normas que está
estableciendo la ciudad. Es Sófocles quien transforma el antiguo mito de Edipo
en tragedia, es él quien lo impele al autocastigo, ya que en el viejo mito
Edipo muere viejo y con sus dos ojos sanos.
La acción tenía lugar
alrededor del altar consagrado a Dioniso, donde se ubicaba el coro, junto a los
actores en la skêné (de allí
escenario). Los primeros teatros eran de madera, y en el siglo IV pasan a los
anfiteatros de piedra, como Epidauro. Tenían máquinas para favorecer la
aparición de los dioses e incluso una plataforma móvil.
La dualidad fundamental es la
que opone y confronta a los actores principales –individuos, héroes- con el
coro –colectivo-, siendo el corifeo el intermediario entre los héroes y los
coreutas. Al héroe tomado por la hybris
se le opone la ciudad con su verdad común. El héroe sucumbe o se transforma,
mientras el coro subsiste. Estos últimos se expresan con una lírica de métrica
y lengua complejas, cantada, mientras el héroe utiliza un lenguaje más cercano
al hombre ordinario, en prosa. El coro suele estar compuesto por mujeres, a veces
esclavas, o furias, o ancianos, es decir quienes no son ciudadanos o son
superciudadanos, privilegiados. El coro opina, pero no decide jamás: es el
héroe quien tomas las resoluciones irrevocables subyacentes a toda tragedia.
En algunos casos, como en
Esquilo, la interferencia entre el mundo humano y el divino es permanente: no
hay conflicto humano que no se traduzca en conflicto entre las fuerzas divinas.
Los hombres están en busca de signos, de presagios, de revelaciones que a veces
llegan en los sueños o en la boca de adivinos y profetas, intermediarios entre
dioses y hombres, que permanecen al margen de la tragedia.
La tragedia expresa la
tensión entre familia (oikos) y
ciudad, entre lo privado y lo público, y Antígona
es el ejemplo más célebre de esa tensión. Pero lo trágico en esa familia deriva
del incesto de su padre Edipo: la desgracia se transmite de unos a otros.
Creonte por su parte, no es el magistrado legítimo de su ciudad e intenta por
todos los medios legitimarse. Y Hemón es el hijo que se opone al padre pero
también el ciudadano que enfrenta al tirano. Es decir, ambos temas, familia y
ciudad, están más que entrelazados. El coro mantiene la lógica trágica, que es
la lógica de la ambigüedad, no toma partido y conduce hasta sus últimas
consecuencias esos dos derechos, que son dos formas de desmesura. Volveremos
con la mirada de Nussbaum sobre este tema.
La ambigüedad trágica
Vernant insiste: por sobre
todo, la ambigüedad caracteriza al género trágico. En Sófocles particularmente,
prima el discurso ambiguo, el de la contradicción.
Por un lado está el héroe con
su máscara, que lo fija en la tradición heroica o mítica. Por otro lado el
coro, sin máscara pero con disfraz, ser colectivo y anónimo, expresa los
juicios y sentimientos de los espectadores en cuanto comunidad cívica. Aquí ya
hay una tensión en el mismo personaje, entre pasado y presente, entre mito y
ciudad: es un héroe de otra edad, cargado de poder religioso, encarnación de la
desmesura, y a la vez es un hombre de la ciudad, como cualquier ciudadano. El
coro se preocupa por las acciones del protagonista, lo interpela: en la
tragedia el héroe ha dejado de ser un modelo y ha pasado a constituir un
problema.
El héroe -como Eteocles en Los siete contra Tebas-, el hombre que
encarnaba las virtudes de moderación y reflexión, y era dueño de sí, pasa a ser
dominado por una locura asesina, poseído por un poder demoníaco, por la hybris, y mata a su hermano. Eteocles es
víctima de la maldición que aqueja a su familia. Están en tensión el homo politicus y el mito: el ethos y el daimon. En esa tensión se construye el hombre trágico. Esas
oposiciones se dan también en lo religioso y en lo jurídico. Todo el lenguaje
en la tragedia es ambiguo, ambivalente, tal vez resulte unívoco para nuestra
mirada moderna, pero no lo era entonces.
La verdadera materia de la
tragedia es el ideario propio de la ciudad, el pensamiento jurídico en
gestación y elaboración. Su lenguaje juega con la imprecisión, la
incertidumbre, las incoherencias y oposiciones que traducen el conflicto
trágico, los problemas morales que afectan la responsabilidad del hombre. El
derecho aún no es fijo, ni lógico. Tampoco el conflicto trágico lo es: el
hombre debe debatirse frente a una elección decisiva en un universo ambiguo
donde nada es estable o unívoco. Hay una presencia obsesiva por los hechos de
sangre, que remiten a la presencia del tribunal. El héroe es a la vez culpable
e inocente, lúcido y ciego, que domina la naturaleza pero es incapaz de
dominarse a sí mismo. Ese hombre toma las decisiones, carga con la
responsabilidad de los actos cuya significación se le escapa, lo
trasciende.
La tragedia no era sólo
espectáculo, era una institución situada al lado de la política y la justicia.
En la tragedia, la ciudad se representa a sí misma, pero desgarrada, dividida,
deviniendo un problema.
Pero lo que define a la
tragedia de modo esencial es que el drama se desarrolla en un tiempo humano,
presente, de la vida cotidiana, y al mismo tiempo en un tiempo divino, que
abarca la totalidad de los sucesos. Por esto el drama aporta la revelación
manifiesta de lo divino en el curso de las acciones humanas. Ellas no tienen
bastante fuerza como para prescindir del poder de los dioses ni suficiente
autonomía para concebirse plenamente al margen de ellos.
En la sociedad griega una de
las formas de comunicación entre dioses y hombres era el oráculo. Pero en la
tragedia la voz oracular nunca es precisa, siempre es ambigua, lo cual permite todas las derivaciones
posibles. El caso más notable es el de Edipo
Rey: el oráculo le dice a Edipo que matará a su padre y se casará con su
madre, pero no le dice que los reyes de Corinto que lo han criado no son sus
verdaderos padres. Es así como Edipo huye en busca de ese destino.
Mientras se desarrolla el
drama, los asuntos humanos constituyen enigmas tan oscuros cuanto más seguros
se sientan los protagonistas de lo que hacen, aunque sean presa de las fuerzas
sobrenaturales. Será sólo al final cuando se revele la verdadera significación.
Instalado en su rol de descifrador de enigmas, Edipo sabrá sólo al final que es
lo contrario de lo que creía ser, que no es el rey salvador de Tebas sino el
causante de su desgracia. Entonces acusa a los dioses de haber causado todo de
antemano, y comprende que sólo era un sujeto engañado.
La voluntad
Entonces, la tragedia se
plantea el tema de la autodeterminación: ¿en qué medida es el hombre
responsable de sus actos, o sus acciones tienen origen en algo exterior a él?
El sentido trágico de la responsabilidad surge cuando el hombre llega al debate
interior, porque la tragedia se sitúa en ese borde en que las acciones humanas
toman verdadero sentido al articularse con las potencias divinas, en un orden
que sobrepasa al hombre. Por ese motivo Vernant se resiste a la interpretación
psicológica: sin duda las acciones tienen su cuota de responsabilidad humana,
pero el efecto trágico proviene de la relación íntima y también de la distancia
entre los actos triviales o motivados por la hybris y las fuerzas religiosas.
A la luz de la psicología moderna
puede resultar difícil concebir que en la tragedia griega no obra la voluntad
individual. La voluntad no es una característica de la naturaleza humana, sino
una construcción. No se puede ver la tragedia griega a la luz de la voluntad.
Esquilo pone a sus personajes en situaciones que son un callejón sin salida,
forzados a tomar decisiones difíciles pero ineluctables. El hombre actúa movido
por fuerzas exteriores, religiosas, que actúan y se debaten en su interior,
llevándolo, forzándolo a esas elecciones. Los personajes de Eurípides, por
ejemplo, proclaman no ser culpables de su falta, sino que actuaron
coaccionados, dominados por la fuerza de las pasiones irresistibles porque en
su interior encarnan poderes divinos, como los de Eros o Afrodita. El hombre
comete una falta presa del delirio, o de la demencia, o de una presión
religiosa maléfica, y esa falta se transmite a toda su estirpe, a su
descendencia, y a la ciudad.
Dijimos que la tragedia toma
los personajes y valores de la epopeya no ya para glorificarlos, como hacía la
poesía lírica, sino para cuestionarlos públicamente en nombre el nuevo ideal
cívico, ante esa suerte de asamblea popular que constituía el teatro griego.
Estamos en una sociedad pre jurídica. Es el momento en que en el derecho comienza
a elaborarse la noción de responsabilidad. El hombre comienza a considerarse
más o menos autónomo de las fuerzas que dominan el universo.
La tragedia representa las
contradicciones que desgarran al mundo divino, y al humano, al universo social
y político, al mundo de los valores; el hombre es así un deimon, una especie de monstruo incomprensible, a la vez agente y
ser manipulado, culpable e inocente, industrioso e incapaz de gobernarse,
lúcido y cegado por un delirio enviado por los dioses. Puesto frente a una
encrucijada, el hombre debe decidir.
Martha Nussbaum
Observemos ahora las teorías
de Martha Nussbaum, filósofa contemporánea de la ética y del derecho, sobre la
tragedia y en particular sobre Antígona,
expuestas en su libro La fragilidad del
bien (1986).
Martha Nussbaum |
Fortuna y ética
Siguiendo a Píndaro, Nussbaum
propone que lo peculiar de la belleza humana reside en su vulnerabilidad: el
hombre jamás podrá ser invulnerable y conservar su belleza. Si bien el hombre
se distingue de los otros seres por su capacidad de razonar y decidir, somos
seres necesitados, confusos, incontrolados, arraigados y vulnerables. Esta fue
una de las preocupaciones centrales del pensamiento griego. Este libro analiza
la aspiración a la autosuficiencia racional en el pensamiento ético griego:
poner la vida humana a salvo de la fortuna mediante el poder de la razón.
Utiliza el término fortuna como aquello que le sucede al hombre, por oposición
a lo que él hace, activamente.
En los diálogos de Platón se
evidencia una aspiración a la pureza y la libertad frente a la fortuna, ya que
ésta puede transformar mi vida, sin que yo tenga participación en lo que me
sucede. Y esto no ocurre solo en la tragedia, sino también en la vida
cotidiana.
Interesada sobre todo en la
ética, en este libro Nussbaum estudia lo que han dicho los tres trágicos,
Esquilo Sófocles y Eurípides, además de Platón y Aristóteles, en cuanto al tema
de la autosuficiencia y la inmunidad a la fortuna. “Es característico de la
tragedia mostrar la lucha entre la ambición de trascender lo meramente humano y
el reconocimiento de la ruina que ello acarrea.”
En la época de Platón no
existían diferencias entre la consideración filosófica y la literaria acerca de
los problemas humanos. No había una línea fronteriza entre los textos que
buscan la verdad y los que tienen por fin el entretenimiento. Tampoco había
distinción entre escritores que se consideraran pensadores y los que no lo
eran. Y en ningún caso el género literario indicaba que el texto no tuviera
nada importante que decir en cuanto a lo humano. Heráclito habla de Hesíodo y
Homero como sus iguales. Platón reconoce la influencia de la poesía épica,
lírica, trágica y cómica; no había tradición de prosa filosófica que él pudiera
adoptar como modelo. En el siglo V y el VI los poetas eran considerados los
maestros de ética más importantes, y filósofos por sus contemporáneos.
“Los poetas épicos y trágicos eran tenidos por
pensadores éticos de importancia fundamental y maestros de Grecia; nadie
juzgaba sus obras menos serias, menos consagradas a la verdad que los trabajos
especulativos en prosa de historiadores y filósofos.” Para Platón, lo poetas
eran peligrosos contrincantes, y Nussbaum considera que no se puede prescindir
de las obras literarias en una investigación sobre la ética. La obra de Platón
y Aristóteles hunde sus raíces en la reflexión ética propia de la poesía, y
Platón alude constantemente al contexto poético. Nussbaum propone eliminar la
fronteras interdisciplinarias convencionales.
La tragedia suele abordar
problemas sobre el ser humano y la fortuna: esos relatos han servido para que
la humanidad reflexione sobre la vulnerabilidad humana frente a la fortuna de
una manera que la filosofía no practica. El desarrollo de un drama trágico
puede mostrar las raíces de una reflexión ética, y sus consecuencias. Pero
“interpretar una tragedia es un asunto más complejo, menos determinado, más
misterioso que valorar un ejemplo filosófico”, y no se agota, permanece abierta
a otras interpretaciones. Por esto Nussbaum valora el aporte de la tragedia al
estudio de la fortuna y la ética, considera que es imposible prescindir de la
poesía. En la tragedia hay ejemplos del deseo humano de autosuficiencia
racional, motivada justamente por su extrema vulnerabilidad.
Esquilo y el conflicto práctico
La tragedia griega muestra a
personas buenas arrastradas a la ruina como resultado de acontecimientos que no
pueden dominar, realizan acciones malvadas que en otras circunstancias
repudiarían, forzados por coerción física o por ignorancia. Pero el conflicto
trágico ocurre cuando el acto reprobable se ha cometido sin coacción física y
con plena conciencia de su naturaleza, por una persona que normalmente, o en
otras circunstancias, lo rechazaría. La coerción deriva de la imposibilidad de
satisfacer simultáneamente dos exigencias éticas válidas. Por eso se ha tachado
la tragedia, y la obra de Esquilo en particular, de primitiva desde el punto de
vista ético. A menudo resulta difícil que un ser humano pueda satisfacer las
demandas de 2 diosas tan opuestas como Atenea y Afrodita.
Nussbaum investiga por qué
algunas concepciones éticas modernas niegan el conflicto trágico. Piensa que la
reflexión trágica se adapta mejor que algunas explicaciones modernas a nuestras
concepciones actuales del conflicto. Su objetivo es investigar la relación
entre lo que la tragedia pone de manifiesto y lo que nuestra intuición
considera aceptable.
El tema es estudiar las
situaciones en las que la persona se ve forzada a elegir una entre dos
decisiones, sabiendo que lamentará no haber elegido la otra opción. Quiere
ambas, pero debe decidirse por una y descartar la otra. Las situaciones pueden
variar: a veces lo que se omite es importante, otras afecta sólo al sujeto,
otras a sus semejantes, y en algunos casos las consecuencias pueden ser
reparadas. Si dos creencias entran en conflicto, la razón intenta descubrir
cuál es la correcta, pero lo dioses a veces imponen obligaciones diferentes e
incluso contrarias, obligatorias e inevitables.
Tanto en el mito como en la
tragedia Agamenón de Esquilo, vemos cómo la guerra puede alterar y socavar las
convenciones normales del comportamiento del ser humano, transformándolo en un
ser bestial. Agamenón mata a su hija para calmar la cólera de Artemis y
permitir así la partida de su expedición a Troya, donde llevará a cabo otra
masacre. Si Agamenón no sacrifica a Ifigenia, todos morirán, incluida la joven.
Por lo tanto, Agamenón se encuentra ante dos opciones, ninguna deseable, pero
elige la más lógica. La tragedia muestra el conflicto típico entre la coerción
exterior y la elección personal, de toda
disyuntiva de la vida ordinaria. Como Abraham, Agamenón se encuentra ante la
disyuntiva de matar a un ser vulnerable o incurrir en la culpa de la desobediencia
a los dioses. Como en muchos casos, Agamenón carga con una culpa familiar, y el
castigo que le impone Zeus es colocarlo en una alternativa cuyas dos soluciones
son culpables. Si bien primero Agamenón se lamenta por su decisión, después la
considera la mejor, y trata la muerte de su hija como un sacrificio animal. Con
el sacrificio animal los hombres reconocían su condición depredadora u
homicida, pero se distanciaban de ella. La tragedia explora esas posibilidades
bestiales escondidas o sublimadas, y la elección de Agamenón está justificada
como constreñida por la necesidad.
Esquilo |
En ambas tragedias el coro es
quien asume la acusación sobre la transgresión contra los valores, los hombres
han cometido acciones contrarias a esos valores que defendía el coro, acciones
que tendrán consecuencias para el agente a lo largo de su vida. Incluso esos
delitos cometidos por fuerza de la necesidad tendrán su culpa, los dioses
intervendrán para que así haya una respuesta ética.
Aquí Nussbaum esboza su
propuesta ética: esos personajes deberían haber meditado o pensado sobre el
conflicto que se les proponía, tendrían que haber reconocido estar enfrentando
un dilema. Agamenón debería haber meditado sobre el problema de impiedad que
generaba su decisión, debería haber visto la persona de su hija. Eso hace el
coro, que se pregunta qué pretende mostrar Zeus con su violencia. Eteocles
debería haber considerado el lazo fraternal que lo unía a Polinices. Los
personajes deberían reconocer encontrarse ante un conflicto y que las acciones
que cometen son reprobables. El coro señala que la experiencia del conflicto
sirve como ocasión de aprendizaje y desarrollo personal, porque aporta
conocimiento. Y los poetas griegos sostienen que para llegar a una apreciación
justa de la complejidad de nuestras obligaciones es necesario el sufrimiento
trágico. Tal vez si reconocieran el conflicto, más tarde podrían actuar mejor
(Nussbaum suena optimista aquí). Las obras trágicas ponen antes nuestra mirada
en la sabiduría práctica y la responsabilidad ética de un ser que no es puro
intelecto ni pura voluntad. Esquilo, entonces, no enseña que haya una solución
al conflicto, sino la hondura y riqueza de matices que éste presenta. Según él,
lo único cercano a una solución es reconocer el conflicto y la carencia de
salidas.
La Antígona
de Sófocles
Sin embargo, como Agamenón y
Eteocles, el ser humano puede organizar su existencia de manera de impedir la
aparición de conflictos graves. Esto sucede en la Antígona de Sófocles. La
obra versa sobre la razón práctica, la enseñanza y la pérdida de lo que parecía
una verdad segura. Tanto Antígona como Creonte tienen una concepción del mundo
que impide conflictos graves, porque poseen un criterio muy simple. Pero por
eso mismo adolecen de estrechez de perspectivas. Creonte valora por sobre todo
la prudencia o sabiduría práctica, para él la mente sana está dedicada a la
seguridad y el bienestar de la ciudad. Por ello, interpreta la actitud de
Antígona como una incapacidad mental. Para él pareciera que no existe otro
saber que éste: la preeminencia del bien de la ciudad.
La posición de Creonte
plantea sin embargo un conflicto: por un lado tiene la obligación religiosa de
enterrar el cadáver de Polinices, miembro de su familia; por otro, Polinices
fue enemigo de la ciudad, un traidor, por lo tanto no podía recibir sepultura
dentro de la ciudad. Sin embargo, Creonte no vive esta disyuntiva como
conflicto, puesto que considera el bienestar de la ciudad como único bien. El
transforma los principales términos éticos aplicándolos en relación con el
bienestar de la ciudad. Para él, el peor hombre es quien rehúsa poner su
capacidad al servicio de la ciudad, por razones egoístas. Por ello, Antígona es
ejemplo de mujer malvada. Para Creonte, la única justicia es aquella que responda
al bien de la ciudad, y ello le trae la crítica de Tiresias y de su hijo Hemón.
Ese respeto exclusivo por el bien público sin embargo colisiona con otros
deberes: eminentemente, los relacionados con el amor y la piedad. El hermano de
Yocasta decide ignorar las exigencias que impondrían sus vínculos familiares
con sus sobrinos Polinices y Antígona, porque chocan con el interés civil.
Reemplaza los lazos de sangre por los de la amistad civil, ignorando que la
ciudad es la familia. Después de todo, la ciudad es un todo complejo formado
por familias e individuos, con intereses diversos. Para él, incluso el placer
sexual debe responder a los intereses de la ciudad, y la esposa no es más que
la productora de nuevos miembros de la comunidad. Creonte no reconoce el
conflicto trágico, porque sólo existe un bien supremo, y todos los valores
están en función de él. Pero él no aduce ninguna razón ni argumentos para
sostener sus valores. Al final, Creonte fracasa en su arrogancia y reconoce que
hay un mundo deliberativo más complejo. “Un plan que eleve la ciudad a la
categoría de bien supremo no puede negar con tanta facilidad el valor
intrínseco de los bienes religiosos que aprecian los ciudadanos.”
La concepción reduccionista
de Creonte tampoco hace justicia a la complejidad de las relaciones de amor y
amistad. Revisará sus creencias ante la muerte de su hijo, cuando comprende que
los lazos familiares conservan toda su fuerza, y no entran dentro de su teoría
del bien civil. Creonte reconoce su error, sobre todo cuando su esposa también
se suicida después de su hijo, ambos por culpa de su proceder inflexible.
Si casi todos los intérpretes
coinciden en censurar la actitud de Creonte; el personaje de Antígona es más
controvertido. Para Nussbaum, aunque la considera superior, ella lleva a cabo
una simplificación implacable, similar a la de Creonte, en el sentido
contrario, y también ignora el conflicto entre sus obligaciones. Ambos
personajes niegan que el conflicto haya comenzado porque ambos hermanos
comandaban ejércitos opuestos en lucha. Para Creonte hay amigos y enemigos;
para Antígona, familia y no familia: los enemigos son quienes están en
conflicto con la familia. Su reclamo por Polinices no está motivado por el amor
sino por la philía familiar; es
Ismene quien parece actuar más movida por el amor y la piedad. Antígona
permanece indiferente incluso ante Hemón, quien la ama; el coro ve a éste
movido por el eros, mientras ella se
mantiene distante, en una actitud simétrica a la de Creonte. Para ella, los
deberes hacia los familiares muertos constituyen la ley suprema, y organiza su
vida en torno a ellos. Ella hace su propia interpretación de la voluntad de los
dioses y presenta la situación y su concepción de la piedad de manera harto
simple, evitando -también por su parte- tomar contacto con el conflicto.
Ergo, Creonte y Antígona se
asemejan. Ninguno de los dos actúa movido por el amor o la pasión: él contempla
a los seres queridos en función del bien civil, ella sólo ama a los difuntos,
el resto de los vivos la deja indiferente. Al final, ambos comprenderán que
nada pueden sin lo que habían dejado de lado: la piedad y las instituciones,
respectivamente. Ambos sostenían sendos planes simplificadores evitando el
conflicto.
Pero Nussbaum admira a
Antígona por mostrar una comprensión más profunda de la comunidad y sus valores
cuando sostiene que enterrar a los muertos es una ley no escrita, que existen
valores cuya desatención es nociva para la armonía de la comunidad. Además, la
búsqueda de Antígona no afecta a terceros, su compromiso es individual; y por
último, ella está dispuesta a sacrificarse para lograr su objetivo, y muere sin
retractarse pero desgarrada por un conflicto interno, reconociendo el poder de
las circunstancias, y cediendo ante ellas. Al final, Antígona admite que existe
un conflicto. Esa vulnerabilidad contribuye a hacer de Antígona la más rica de
los dos personajes.
Sófocles |
En el final de la obra,
Tiresias le aconseja a Creonte la prudencia y la flexibilidad, el abandono de
la terca obstinación. Antes de morir, su hijo Hemón le había aconsejado lo
mismo: utilizando la consabida metáfora del barco: quien tensa las velas hará
zozobrar el barco, mientras que el que cede a la acción del viento y las
corrientes navegará seguro. Ambos no le proponen una actitud contraria a la que
ha adoptado, sino que sea receptivo a las exigencias del exterior, en vez de
aferrarse a una rígida obstinación. Tiresias no ofrece soluciones, sino que
valora el conflicto, ya que una vida sin ellos está falta de valor y belleza.
Nussbaum sostiene que se debe admitir la tensión y la falta de armonía, como
dice Heráclito: “armonía de una tensión en direcciones opuestas, como la del
arco y la lira”.
Josefina Sartora
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