21 de octubre de 2012

Doc BsAs - Retrospectiva Serguei Loznitsa


Los esforzados mundos de Sergei Loznitsa

 
En su incomparable documental Guión de Pasión, Jean-Luc Godard se lamentaba porque el cine se ocupara tan poco del trabajo. Respondiendo tal vez a esa convocatoria –o acaso sin proponérselo- la obra del ucraniano Sergei Loznitsa dirige su atenta mirada al mundo del trabajo en sus diversas formas, en sus cortos y mediometrajes documentales. Desde Hoy vamos a construir una casa (1996), su primer film, Loznitsa se ocupa de las diferentes formas que adquiere el trabajo en la vida comunitaria rusa, urbana y campesina. Pero con frecuencia su cámara registra un mundo que aparentemente atrasa con relación a la contemporaneidad, o resulta anacrónico, o tal vez, busque en sus objetos fílmicos aquella indeterminación propia de su cinematografía, además de la  temporal. Apenas conocido durante un Festival de Mar del Plata, tenemos ahora la oportunidad de ver una admirable retrospectiva en el marco del Doc BsAs que se lleva a cabo en la sala Leopoldo Lugones.

No es casual su agradecimiento a Sharunas Bartas, cuya propuesta estética es tan cercana a la de Loznitsa. Su cámara fija registra, como la de Bartas, largos planos de sus objetos fílmicos, sean estos seres humanos o paisajes. Cierta indeterminación de la imagen, una indescernibilidad en los rostros y gestos de sus personajes, sumados a la duración del plano, producen que éste vaya cobrando diversas significaciones. El caso más notable es el de Retrato (2002), una galería de imágenes en blanco y negro de campesinos rusos tomados cada uno de ellos en pose estática, sin decir una palabra, con mirada a cámara. Una, dos o tres personas posan en su ropa de trabajo, con sus herramientas, en un paisaje nevado, durante largos segundos. O minutos. A veces su sexo y edad resultan indiscernibles, y esa duración del plano, justamente, hace sentir en el espectador el paso del tiempo, o al decir de Tarkovski, el fluir del tiempo en cada plano. Y ese fluir temporal, y la expresión de esos rostros, resultan por momentos conmovedores. Pero se trata también del Retrato del paisaje. En el entorno, una Rusia campesina ruinosa que acusa cierta decadencia producto del estado del sistema post soviético: vallas tumbadas, paredes derruidas, techos hundidos, herramientas antiguas y gastadas, todo denota un pasado que ya no es, y la falta de jóvenes habla de la falta de futuro. Esos retratos congelados semejan cuadros del pasado, la vida que fue, un mundo que se va, o ya se ha ido. La cámara, fija con los humanos, se mueve al filmar la naturaleza. El agua que corre está acompañada por el sonido de los animales: pájaros, perros, agua, allí reside la vitalidad. Sin decir ni un comentario, Loznitsa expone un documento histórico y social.

Pero este estado de cosas no tiene lugar sólo entre la población rural. En su primer trabajo, Hoy vamos a construir una casa (1996), aparecían algunos de los rasgos que caracterizarían su cine posterior. Un grupo de trabajadores –hombres y mujeres- es registrado durante el proceso de construcción –o mejor dicho: reconstrucción- de un edificio que apenas vemos, en sus labores cotidianas, en condiciones que no cumplirían las normas actuales de seguridad. Los medios precarios, las herramientas obsoletas o inadecuadas, la preferencia por el trabajo manual, todo habla de la decadencia del sistema de construcción en la Rusia post socialista. Pero a pesar de todo, sacan adelante la obra. Su  cámara aún se mueve, y aquí incorpora la música, que por momentos aporta al proceso constructivo un toque de humor.

Fábrica (2004) es otro documento sobre el trabajo, en este caso industrial: una fundición y una elaboradora de productos de arcilla exponen la mecanización del trabajo, y por consiguiente del hombre. Máquina y hombre se reflejan uno al otro, en un movimiento mecánico, monótono e incesante. Sobre todo las mujeres son quienes tienen a su cargo la repetición mecánica del sacar y poner esos objetos indeterminados en las cintas sin fin, piezas cuya funcionalidad nunca se nos hace clara. Como durante el proceso de construcción del edificio en Hoy vamos a construir una casa, a Loznitsa le interesa la acción misma del trabajo y los trabajadores, y no el resultado. Nuevamente, las máquinas y procedimientos parecen antiguos, pre-industriales casi, y las imágenes en color, bellísimas en ese infierno en llamas.


En contraste con el encierro industrial, Loznitsa vuelve a la campiña en su film más reciente, Luz del Norte (2008), al mundo del trabajo y de la vida rural cotidiana. Patrocinado por el Museo del Quai de Branly (no olvidemos que es el continuador del Museo del Hombre) este film casi etnográfico registra un corto día de luz en un rincón en el extremo Norte de Rusia, cubierto por la nieve. Las condiciones duras de existencia para hombres y mujeres campesinos, la vida familiar puertas adentro en un mundo casi atemporal, a pesar de los modernos medio de locomoción que poseen, los muestran ajenos a otras realidades lejanas. Aquí introduce algunos breves diálogos, humanizando las relaciones.

Por último, su film más hermético y tal vez el más fascinante de esta selección que hemos visto: La estación de tren (2000) presenta otra galería de hermosos retratos en blanco y negro de personas dormidas en una pequeña estación de tren. Imágenes casi oníricas, con el solo sonido del paso del tren, podrían ser de cualquier época. ¿Qué esperan? ¿Cómo es que todos duermen? Porque las fotografías de niños y adultos están presentadas en continuidad y pareciera que todos ocuparan el mismo lugar, en el mismo momento. Aunque esta suposición podría ser ilusoria. Si en Retrato todos posan y miran a cámara, aquí ninguno es conciente de que está siendo filmado. Nuevamente, la duración de cada plano mueve a la reflexión, a resignificar cada imagen, a buscar un sentido más allá del primero y obvio. La ausencia de palabra y la turbidez, la imprecisión de esa imagen acentúan el efecto. Como en otros films de Loznitsa, –Luz del Norte, Hoy vamos a construir una casa, Retrato, todos cierran con una panorámica- el último plano del edificio de la estación cobra sentido de cierre contundente.

Josefina Sartora

 

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