Festival de Viena
2012. Arranque
La Viennale vuelve a ofrecer una cuidada programación,
amplia y variada, gracias al exquisito ojo y la acérrima cinefilia de su
director, Hans Hurch. La mejor ficción del año, ya mostrada en otros
festivales, una selección de documentales y cortos, y algunos homenajes: a
Michael Caine, quien pasó por aquí acompañando su más famosa filmografía; un
foco de Alberto Grifi, experimentalista italiano, otro del portugués Manuel
Mozos. Incluso hay un doble programa de cortos de Narcisa Hirsch, que se mostró
en el Bafici y que deslumbró a Hurch. Narcisa también está en Viena. La
completísima retrospectiva de este año, con libro, etc, está dedicada a Fritz
Lang. Empezó antes del Festival y continuará después de que éste termine.
La Viennale no tiene una Competencia Internacional, aunque
hay un premio al mejor film austríaco y también un premio Fipresci. De las dos
semanas que dura el Festival, este año participo de la segunda. Eso significa
que no puedo ver en fílmico lo que se proyectó en la primera semana, porque
esas películas no se repiten en la segunda, y viceversa. Otro impedimento a la
hora de elegir lo constituye el subtitulado: algunas proyecciones van con
subtítulos sólo en inglés, otras sólo en alemán, algunas sin subtitulado
alguno. Si mi inglés, italiano y francés funcionan, mi alemán básico me sirve
para comunicarme en Viena, pero no para evaluar un film. Había visto algunos
Films del catálogo: el excelente La última vez que vi Macao, de Joâo
Pedro Rodrigues y Joâo Rui Guerra da Mata, que premiamos en Valdivia, Leviathan,
de Véréna Paravel y Lucien Castaing-Taylor, Journal de France, de
Raymond Depardon y Claudine Nougaret, los dos documentales de Werner Herzog
sobre la pena de muerte: Death Row e Into de Abyss, El
etnógrafo, de Ulises Rosell, Killer Joe, de William Friedkin, De
jueves a domingo, de Dominga Sotomayor -ganadora en el Bafici y en
Valdivia-, Francine, de Brian M.Cassidy y Melanie Shatzky, y otras. Con
todo, tengo mucho más para ver.
Elegí como una suerte de aperitivo, o entrada en calor para
comenzar, la película Malaventura, del mexicano Michel
Lipkes. El film sostiene un máximo minimalismo para mostrar un día en la vida
de un viejo sombrío, anónimo personaje de la ciudad. Por su detalle en las
mínimas acciones del protagonista me recordó Parque vía, de Enrique
Rivero, pero si aquella tenía una intriga con nudo dramático, ésta carece de
tensión, quedándose en la exposición misma. Los gestos cotidianos, los
recorridos por la ciudad, que muestra con gran pintoresquismo, casi sin
diálogo, dan un retrato acabado del hombre y su ambiente.
Después, Après mai. El último film de Olivier
Assayas constituye una visión muy vívida de la generación que hizo eclosión en
mayo de 1968 en Francia y militaron en los ´70. En parte autobiográfica,
retrata un grupo de jóvenes que luchan por una sociedad mejor y se mueven muy
activamente para manifestar por ello. Assayas propone, nunca pretende cerrar el
tema: sin identificarlos partidariamente, todos sus personajes comparten sus
ideales con una honestidad pocas veces retratada en el cine que aborda esta
época. Cercano a Garrel, la diferencia estriba, creo, en que mientras éste se
apoya en la intelectualidad de sus personajes, los de Assayas desbordan
vitalidad y verosimilitud. Y estéticamente, lo prefiero. Sus protagonistas son
activistas y también artistas: su Gilles (Clément Métayer) es pintor y quiere
hacer cine -cercano alter ego del director. Cuando sus acciones cruzan la
barrera de la violencia deciden tomarse un tiempo en el extranjero, pero pronto
regresan a continuar sus luchas. Assayas sabe medir las dosis de política,
acción, arte, música, siempre apoyado en la relación que se establece entre los
miembros del grupo, idealistas en pos de la utopía. Con buena recreación de
época, aunque sin poner el acento en ello, no falta tampoco la mirada crítica
hacia estos personajes de izquierdas y anarquistas que provienen de una alta
burguesía, y que en algunos casos llegan a la auto agresión.
La música significa otro subtema en sí misma, porque con la
inclusión de grupos de la época como el de Nick Drake y otros no menos
célebres, recrea –no sin cierta melancolía- la atmósfera de entonces. Se le
podrá achacar cierta falta de objetividad en su pintura de los personajes, pero
si no es el mejor film de Assayas –algunos momentos parecen salidos de films
previos-, es por lo menos el más sentido.
Para terminar el primer día, Outrage Beyond, de
Takeshi Kitano, un final a toda sangre. Kitano se va refinando en sus historias
de yakuzas: en esta continuación de Outrage ha intelectualizado el
género, ya que en la primera hora pone en escena una complicada red de
enfrentamientos entre familias mafiosas que compiten por el poder unas con
otras en la mesa de negociaciones. Si al principio resulta confusa la profusión
de nombres, grupos y personajes, detrás de los cuales se mueve cual Machiavelo
un policía tan mafioso como ellos, cuando por fin aparece Takeshi la situación
se despeja, y comienza el baile. Allí no hay lugar al enredo. El saca a la luz
las traiciones ocultas. Tan elegantes los yakuzas con sus trajes negros y
grises, en sus coches también negros, serán un buen fondo para el baño de
sangre que desata su aparición. No olvidemos que Kitano es pintor, y cada color
tiene su razón de ser. Toda la tensión generada en la primera parte tiene su
descarga en la segunda. Tampoco podía faltar la nota de humor en los toques
irónicos y satíricos en la pintura de yakuzas y policías. Las mujeres,
ausentes. Aunque no propone nada nuevo, Kitano está allí para deleite de los
amantes del género.
Josefina Sartora
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