3 de noviembre de 2012


Festival de Viena 2012. Arranque

 
Séptima estadía en Viena, donde me atan lazos afectivos, y mi tercera vez en la Viennale. Ya camino libremente de uno a otro cine, sin mapa, por las calles de esta ciudad imperial. Hasta la estación central del metro -que hace dos años estaba en obras y ahora a punto de inaugurar su nuevo edificio- en su modernidad vidriada continúa la monumentalidad de los edificios vieneses.

La Viennale vuelve a ofrecer una cuidada programación, amplia y variada, gracias al exquisito ojo y la acérrima cinefilia de su director, Hans Hurch. La mejor ficción del año, ya mostrada en otros festivales, una selección de documentales y cortos, y algunos homenajes: a Michael Caine, quien pasó por aquí acompañando su más famosa filmografía; un foco de Alberto Grifi, experimentalista italiano, otro del portugués Manuel Mozos. Incluso hay un doble programa de cortos de Narcisa Hirsch, que se mostró en el Bafici y que deslumbró a Hurch. Narcisa también está en Viena. La completísima retrospectiva de este año, con libro, etc, está dedicada a Fritz Lang. Empezó antes del Festival y continuará después de que éste termine. 

La Viennale no tiene una Competencia Internacional, aunque hay un premio al mejor film austríaco y también un premio Fipresci. De las dos semanas que dura el Festival, este año participo de la segunda. Eso significa que no puedo ver en fílmico lo que se proyectó en la primera semana, porque esas películas no se repiten en la segunda, y viceversa. Otro impedimento a la hora de elegir lo constituye el subtitulado: algunas proyecciones van con subtítulos sólo en inglés, otras sólo en alemán, algunas sin subtitulado alguno. Si mi inglés, italiano y francés funcionan, mi alemán básico me sirve para comunicarme en Viena, pero no para evaluar un film. Había visto algunos Films del catálogo: el excelente La última vez que vi Macao, de Joâo Pedro Rodrigues y Joâo Rui Guerra da Mata, que premiamos en Valdivia, Leviathan, de Véréna Paravel y Lucien Castaing-Taylor, Journal de France, de Raymond Depardon y Claudine Nougaret, los dos documentales de Werner Herzog sobre la pena de muerte: Death Row e Into de Abyss, El etnógrafo, de Ulises Rosell, Killer Joe, de William Friedkin, De jueves a domingo, de Dominga Sotomayor -ganadora en el Bafici y en Valdivia-, Francine, de Brian M.Cassidy y Melanie Shatzky, y otras. Con todo, tengo mucho más para ver.

Elegí como una suerte de aperitivo, o entrada en calor para comenzar, la película Malaventura, del mexicano Michel Lipkes. El film sostiene un máximo minimalismo para mostrar un día en la vida de un viejo sombrío, anónimo personaje de la ciudad. Por su detalle en las mínimas acciones del protagonista me recordó Parque vía, de Enrique Rivero, pero si aquella tenía una intriga con nudo dramático, ésta carece de tensión, quedándose en la exposición misma. Los gestos cotidianos, los recorridos por la ciudad, que muestra con gran pintoresquismo, casi sin diálogo, dan un retrato acabado del hombre y su ambiente.
 

Después, Après mai. El último film de Olivier Assayas constituye una visión muy vívida de la generación que hizo eclosión en mayo de 1968 en Francia y militaron en los ´70. En parte autobiográfica, retrata un grupo de jóvenes que luchan por una sociedad mejor y se mueven muy activamente para manifestar por ello. Assayas propone, nunca pretende cerrar el tema: sin identificarlos partidariamente, todos sus personajes comparten sus ideales con una honestidad pocas veces retratada en el cine que aborda esta época. Cercano a Garrel, la diferencia estriba, creo, en que mientras éste se apoya en la intelectualidad de sus personajes, los de Assayas desbordan vitalidad y verosimilitud. Y estéticamente, lo prefiero. Sus protagonistas son activistas y también artistas: su Gilles (Clément Métayer) es pintor y quiere hacer cine -cercano alter ego del director. Cuando sus acciones cruzan la barrera de la violencia deciden tomarse un tiempo en el extranjero, pero pronto regresan a continuar sus luchas. Assayas sabe medir las dosis de política, acción, arte, música, siempre apoyado en la relación que se establece entre los miembros del grupo, idealistas en pos de la utopía. Con buena recreación de época, aunque sin poner el acento en ello, no falta tampoco la mirada crítica hacia estos personajes de izquierdas y anarquistas que provienen de una alta burguesía, y que en algunos casos llegan a la auto agresión. 

La música significa otro subtema en sí misma, porque con la inclusión de grupos de la época como el de Nick Drake y otros no menos célebres, recrea –no sin cierta melancolía- la atmósfera de entonces. Se le podrá achacar cierta falta de objetividad en su pintura de los personajes, pero si no es el mejor film de Assayas –algunos momentos parecen salidos de films previos-, es por lo menos el más sentido.

Para terminar el primer día, Outrage Beyond, de Takeshi Kitano, un final a toda sangre. Kitano se va refinando en sus historias de yakuzas: en esta continuación de Outrage ha intelectualizado el género, ya que en la primera hora pone en escena una complicada red de enfrentamientos entre familias mafiosas que compiten por el poder unas con otras en la mesa de negociaciones. Si al principio resulta confusa la profusión de nombres, grupos y personajes, detrás de los cuales se mueve cual Machiavelo un policía tan mafioso como ellos, cuando por fin aparece Takeshi la situación se despeja, y comienza el baile. Allí no hay lugar al enredo. El saca a la luz las traiciones ocultas. Tan elegantes los yakuzas con sus trajes negros y grises, en sus coches también negros, serán un buen fondo para el baño de sangre que desata su aparición. No olvidemos que Kitano es pintor, y cada color tiene su razón de ser. Toda la tensión generada en la primera parte tiene su descarga en la segunda. Tampoco podía faltar la nota de humor en los toques irónicos y satíricos en la pintura de yakuzas y policías. Las mujeres, ausentes. Aunque no propone nada nuevo, Kitano está allí para deleite de los amantes del género.

Josefina Sartora

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