30 de enero de 2013


El lado luminoso de la vida (Silver Linings Playbook)
Dirección: David O. Russell
Estados Unidos/2012


Esta película cumple con cierta inteligencia una fórmula que resulta conocida: una pareja de actores excepcionales, rodeados de un elenco a su altura; una pareja de personajes tan simpáticos como excelentes son quienes los interpretan; un diálogo ágil, punzante, lo más importante del film, que se apoya en el mismo; un retrato de la vida suburbana de la clase media con sus fiestas tradicionales, la favorita del público americano, que ve en ella el espejo donde identificarse; y por último y no menos importante, la pasión por el fútbol y las apuestas. Los hermanos Weinstein saben de marketing, y produjeron un film de receta, listo para competir por el Oscar, que justamente premia los ingredientes mencionados.

No quiero dejar de valorar los logros del film, no todo son estereotipos y clichés en este film inevitablemente simpático. Lo mejor reside en la primera parte, que parece una comedia dramática sobre dos jóvenes con problemas de conducta: él ha estado internado ocho meses con un diagnóstico de bipolaridad, ella atraviesa una depresión que ha derivado en una obsesión por el sexo; ambos están lidiando con sus propias locuras, que el film presenta con respeto y sin facilismo. Y así comienzan una relación, en condiciones nada favorables.
 

La película pasa de momentos espléndidos (la cena en casa de los amigos, la cena en el restorán) a otros lamentables (todo el largo episodio de la apuesta entre el padre y el amigo). Jennifer Lawrence demuestra una vez más que es una de las actrices más talentosas y encantadoras de Hollywood, con los matices necesarios para expresar su extravío, su fuerte determinación a pesar de su vulnerabilidad, su dolor, y también su placer. Se merece todos los premios que está cosechando con este papel. No menos atractivo y simpático es Bradley Cooper, aunque menos dotado. Ambos hacen lo que pueden con un guión que se apoya sobre todo en el diálogo continuado, verborrágico, extenuante, que quiere remedar las screwball comedies de los ´40. Son preferibles los (escasos) momentos de silencio. En esa casa caótica, donde todo son discusiones y estallidos, la madre (estupenda Jacki Weaver) es la única que parece estar en contacto con el principio de realidad. Pero a medida que el padre (Robert de Niro) -quien también tiene sus obsesiones compulsivas- empieza a ocupar más espacio progresivamente, y el drama vira hacia el ridículo tópico de las apuestas y el desafío, todo parece caerse.
 
 
David Russell, quien ama frecuentar los distintos géneros, a esta altura está filmando otra película. Parece haberse olvidado del drama de sus protagonistas: no profundiza en la enfermedad de él, el duelo de ella por la muerte de su esposo; abandona su interés por observar cómo se desarrollan sus respectivos conflictos, con su inestabilidad emocional, y la tensión creciente entre ambos, que tan bien había desarrollado en la primera parte, y todos, y todo el film, son ganados por un giro fácil hacia la banalidad.

Josefina Sartora

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