2 de febrero de 2013

Apología de la tortura


La noche más oscura (Zero Dark Thirty)
Dirección: Kathryn Bigelow
Estados Unidos/2012.


Vi La noche más oscura presa de una molestia creciente. Y no estaba provocada por esa reivindicación de la tortura justificada para llegar al “objetivo”, tantas veces invocado. La serie 24 nos tiene acostumbrados a una tortura oficial mucho más brutal que la mostrada por la película de Kathryn Bigelow, muy liviana por lo menos para nuestros parámetros. Tampoco era lo más molesto la presentación de los siniestros personajes de la CIA como patriotas dedicados a vengar esas 3000 muertes inocentes, en un marcado giro hacia el fascismo. Ya había visto Argo, que inició esta saga reivindicativa. Pero había mucho más.

Reconozco que había llegado con mis reservas a la sala: Bigelow había mutado de directora inteligente y poco convencional como realizadora mujer que filma la violencia a agente complaciente del sistema represivo norteamericano en su film previo, Vivir al límite (The Hurt Locker, 2008), en el que presentaba como heroica la acción en Irak, llevada a cabo por esos muchachos locos tan valientes, que quieren poner orden en un mundo de terroristas árabes. Ella y su coguionista Mark Boal ganaron sendos Oscars con ese relato. Su nuevo film, la narración de la gesta que acabó con la figura de Osama Bin Laden, prometía ser otro panegírico de las task forces en territorios ocupados. Se confirmaron mis peores expectativas: los personajes de La noche más oscura ponen en práctica el entrenamiento antiterrorista propio del Pentágono y la CIA, que han aplicado en todos los países donde les ha sido posible, y lo hacen con una frescura y falta de conciencia francamente incomprensible.

No es azarosa la elección de Jessica Chastain como Maya, la agente casi virginal y pura que llega a Pakistán recién salida de las aulas de la CIA, y dedica los siguientes diez años a encontrar a Bin Laden. Para ello el film se demora durante más de una hora en relatar con marchas y contramarchas de un país a otro –en la CIA nos movemos mucho, créanlo- la búsqueda de esa aguja en el pajar. Maya es USA en el mundo árabe (tan sucio y caótico, el film exuda racismo). Con un ritmo pesado, los amantes de la acción se verán defraudados, en una trama densa y confusa, de los diez años de búsqueda infructuosa. De golpe, de la nada aparece el contacto directo con Bin Laden y la puerta para llegar hasta él, que culminaría en ese operativo que todos hemos visto por la TV.

Todo me hacía ruido: si la CIA posee semejante aparato de espionaje, por fuerza debía saber bastante sobre el proyecto de atentado contra las Torres. ¿Por qué demora diez años en cerrarlo? ¿Para mientras tanto hacer su propia, “justificada” guerra en Irak y colocarse estratégicamente en Medio Oriente? ¿Para seguir ocupando territorios ajenos, como en Afghanistán? ¿Para ratificar la necesidad de poseer un buen armamento, alimentando así a la segunda industria mundial? Y si finalmente eliminaron a Osama Bin Laden ¿por qué escamotearlo? ¿Por qué no exponer su presa, como hicieron repetidamente con Saddam Houssein? Y el film reitera ese escamoteo, apoya la teoría del ocultamiento.¿Tirarlo al mar? Por favor… Cada país tiene su Yabrán.

Pero todo eso es política. Volviendo al cine, el film de Bigelow no es más que un documento de propaganda –y mediocre, por cierto- de la política oficial de los Estados Unidos. Allí lo tenemos a Barak Obama en pantalla diciendo que ellos no torturan, y en adelante el film no muestra un interrogatorio más, como si hubiera cesado la política que había sostenido Bush. Maya tiene la responsabilidad de identificarlo, pero ha vivido tan obsesionada por su presa, ha insistido tanto en montar el operativo, que  quienquiera hubiera tenido delante, también habría dicho que era OBL. La gesta –y el film- deben convalidar la utilidad de la tortura, demostrar la labilidad de esos árabes tan corruptos, a quienes se les debe el éxito de su misión.


A esta altura de su carrera, Chastain parece la actriz polivalente, pero cuesta verla en ese personaje que debió ser tan calculador. Su actuación candorosa y distanciada no está a la altura de sus talentos, y se la ve poco involucrada con su rol. La acompaña un elenco modesto, en el cual se destaca –como es habitual- James Gandolfini como capo máximo de la CIA. Aunque el film no posee ni un solo personaje bien dibujado. Ni siquiera Maya, de quien no conocemos más que su obsesión.

Capítulo aparte merece toda la secuencia del ataque al bastión del posible Obama, lo mejor de la película, filmado con la excelencia de Bigelow para registrar la acción, de noche, fotografiado con la luz verde de esas cámaras nocturnas que ya nos había presentado otra héroe del sistema, la FBI de El silencio de los inocentes. Porque el sistema funciona perfectamente: inteligencia los encuentra, los chicos armados los destruyen con toda su sangre fría, como un mecanismo de relojería que funciona perfectamente. Y Bigelow los glorifica.

Se dirá: pero Maya llora al final, entonces ¿la gesta no fue un éxito? Las interpretaciones están abiertas. Si Maya es USA, la pregunta que queda sin respuesta es ¿a dónde va ahora? 

Lo sé: puedo estar absolutamente equivocada. Y todo el sistema se encarga de rebatir lo que he dicho. No es un dato menor que el film haya sido consagrado como el mejor film del año por los críticos de New York, Washington y Boston, y que sea firme candidato al Oscar con 11 nominaciones de la Academia, que es el brazo ejecutor en cine de la política norteamericana.

O quizá precisamente eso confirme mis juicios.

P.S. Zero Dark Thirty = Las 12.30 de la noche, hora del ataque a la casa del suùesto Bin Laden

Josefina Sartora

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