Una pistola en cada mano
Dirección: Cesc Gay España/2012
El catalán Cesc Gay ha
elaborado una filmografía coherente sobre el estudio del ser humano y sus
relaciones con sus semejantes, en una amplia galería de tipos y personajes.
Como En la ciudad (2003), esta
película en episodios retrata seres de una determinada edad, en un fresco coral
de hombres que van hacia los cincuenta, es decir, ya han llevado una vida con sus
logros y fracasos, y deben asumir sus quiebres, sus fallos, tanto en su trabajo
como -sobre todo- en su relación con las mujeres. El cuadro de esos hombres
muestra en general al macho herido que se niega a aceptarlo, su confusión, su
indecisión, en suma: su extrema vulnerabilidad.
En lo que va desde la
mañana lluviosa hasta la noche, a lo largo de distintos episodios independientes, vemos
pasar situaciones de crisis personal, angustia, sensación de fracaso; al hombre
destruido por el rechazo de su mujer; al fatuo vencido; a ellos empequeñecidos
frente al tamaño de ellas. Con una mirada masculina y heterosexual, presenta un cuadro de género: si bien los
protagonistas son ellos, ellas parecen ser las fuertes del equipo, quienes
tienen la decisión, quienes “se cuentan todo” y en esa camaradería construyen
una fuerza que ellos no logran.
Agil, fácil de ver y de
identificarse con sus personajes, porque estos constituyen arquetipos, tanto,
que los hombre ni siquiera tienen nombre, sí las mujeres. Tal vez la debilidad
del film resida en esa facilidad, ese estar todo servido, sin dejar nada para
la imaginación. El elenco es impecable, y está lleno de conocidos: Ricardo
Darín y Leonardo Sbaraglia componen sendos episodios. Es poco frecuente ver a
Darín como el hombre empequeñecido ante la traición de su mujer, dispuesto a
conservarla como sea. Javier Cámara se roba la película con otra de sus actuaciones
magistrales, lamentando haber dejado a su mujer e intentando recuperarla.
Ellos hablan, hablan
sobre el amor y sus yerros en diálogos algo teatrales, en lugares a veces
cerrados –un auto, un departamento, una oficina- o fijos, si son abiertos –el
banco de un parque-. Sus diálogos son filosos, irónicos, cáusticos, en los que
no hacen más que burlarse de sí mismos, resultando a veces patéticos. Planos y
contraplanos abundan entre Darín y Luis Tosar por ejemplo, o entre Gustavo
Noriega y Candela Peña –ella es quien dice la frase del título, y ganó un Goya
por su actuación.
Gay no deja de presentar
sus personajes con simpatía, dentro de este cuadro melancólico de una
generación de machos desconcertados, que parecen haber perdido su imagen.
Josefina Sartora
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