20 de marzo de 2013

El sexo fuerte


 
 
 
Una pistola en cada mano
Dirección: Cesc Gay
España/2012





El catalán Cesc Gay ha elaborado una filmografía coherente sobre el estudio del ser humano y sus relaciones con sus semejantes, en una amplia galería de tipos y personajes.

Como En la ciudad (2003), esta película en episodios retrata seres de una determinada edad, en un fresco coral de hombres que van hacia los cincuenta, es decir, ya han llevado una vida con sus logros y fracasos, y deben asumir sus quiebres, sus fallos, tanto en su trabajo como -sobre todo- en su relación con las mujeres. El cuadro de esos hombres muestra en general al macho herido que se niega a aceptarlo, su confusión, su indecisión, en suma: su extrema vulnerabilidad.

En lo que va desde la mañana lluviosa hasta la noche, a lo largo de distintos episodios independientes, vemos pasar situaciones de crisis personal, angustia, sensación de fracaso; al hombre destruido por el rechazo de su mujer; al fatuo vencido; a ellos empequeñecidos frente al tamaño de ellas. Con una mirada masculina y heterosexual, presenta un cuadro de género: si bien los protagonistas son ellos, ellas parecen ser las fuertes del equipo, quienes tienen la decisión, quienes “se cuentan todo” y en esa camaradería construyen una fuerza que ellos no logran.


Agil, fácil de ver y de identificarse con sus personajes, porque estos constituyen arquetipos, tanto, que los hombre ni siquiera tienen nombre, sí las mujeres. Tal vez la debilidad del film resida en esa facilidad, ese estar todo servido, sin dejar nada para la imaginación. El elenco es impecable, y está lleno de conocidos: Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia componen sendos episodios. Es poco frecuente ver a Darín como el hombre empequeñecido ante la traición de su mujer, dispuesto a conservarla como sea. Javier Cámara se roba la película con otra de sus actuaciones magistrales, lamentando haber dejado a su mujer e intentando recuperarla.

Ellos hablan, hablan sobre el amor y sus yerros en diálogos algo teatrales, en lugares a veces cerrados –un auto, un departamento, una oficina- o fijos, si son abiertos –el banco de un parque-. Sus diálogos son filosos, irónicos, cáusticos, en los que no hacen más que burlarse de sí mismos, resultando a veces patéticos. Planos y contraplanos abundan entre Darín y Luis Tosar por ejemplo, o entre Gustavo Noriega y Candela Peña –ella es quien dice la frase del título, y ganó un Goya por su actuación.

Gay no deja de presentar sus personajes con simpatía, dentro de este cuadro melancólico de una generación de machos desconcertados, que parecen haber perdido su imagen.

Josefina Sartora

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