6 de enero de 2014

This is America

El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street)
Dirección: Martin Scorsese
Guión: Terence Winter, basado en la autobiografía de Jordan Belfort
Estados Unidos/2013


Casi cada año, o cada dos, Scorsese reaparece con alguna historia sobre la construcción del espíritu americano. Historias hiperbólicas, algunas desmesuradas, como ésta, en las que este director tan ítalo-yanqui, tan religioso, tan mitómano, no disimula sus simpatías por esos personajes ambiciosos, inescrupulosos, que apelan a enorme cantidad de recursos para acceder al poder, engrandecerse y engrandecer a “América”. El aviador, Toro salvaje, Casino, Buenos muchachos, hasta la olvidable Hugo, y por supuesto, El lobo de Wall Street, tratan de la construcción de esos personajes.

En su mitomanía, Scorsese contó con la colaboración de Robert de Niro, y lo reemplazó con Bernardo DiCaprio cuando de Niro ya no tuvo la edad para cumplir ese rol. (Parece que el origen italiano y el genitivo en el apellido son requisitos para construir el mundo scorsesiano, además de la excelencia en la actuación.)

El protagonista de su último film está basado en un personaje real, Jordan Belfort, quien durante la burbuja financiera de los ´80 y ´90 no dudó en utilizar todo tipo de trapisondas para ganar mucho dinero rápidamente, como director de una oficina de agentes de bolsa. Apenas empieza su carrera, su mentor le enseña la esencia de la bolsa: lo ilusorio de su mercancía, la necesidad de lograr que el cliente venda y compre sin cesar, sin jamás acceder a su capital. Que debe pasar a ser suyo, por supuesto, a fuerza de comisiones. Belfort aprende rápido y crece también de manera muy veloz, gracias a su habilidad para crear negocios de la nada, sus buenas compañías, su inescrupulosidad, la droga y el alcohol.

Filmada al estilo de las grandes comedias del Hollywood clásico, con la mano y experiencia de más de 50 films en su haber, El lobo de Wall Street resulta un film desparejo, que si bien supera algunos fracasos recientes, no está a la altura del buen Scorsese. Durante tres horas, el narrador en primera persona relata, en sucesivas estaciones o episodios, los excesos de Belfort y compañía en su ascenso vertiginoso: fiestas orgiásticas, adulterio, adicciones, manejos sucios con el dinero, y así hasta el hartazgo. Con unos pocos buenos momentos: el diálogo epifánico ya mencionado, el encuentro en su yate con el agente del FBI que lo investiga, frente a muchos francamente tediosos. DiCaprio, que tan buenas performances dio en su juventud, se muestra en su actuación tan desmesurado como su personaje; se está estereotipando con esos seres poderosos que elige interpretar últimamente. En cambio se destacan Mathew Mc Conaughey (en demasiado breve aparición) como su mentor, Jonah Hill como su adláter e impulsor de proyectos y Kyle Chandler como el agente FBI, único personaje incorruptible. Los demás son meras caricaturas, y no hablemos de las mujeres del film, porque con la excepción de la primera esposa, todos los personajes femeninos brotan de la más acérrima misoginia.


Si bien está presentada como una irónica comedia negra, con toques de sátira y de farsa, es evidente la admiración o empatía del director por el personaje y toda su tribu. No pude menos que recordar el detallado libro Easy Riders, Raging Bulls, de Peter Biskind, sobre el cine de los años ´70, que revela los excesos de drogas, mujeres y alcohol cometidos por Scorsese en su época más creativa. Como mayor ejemplo, el cinismo de la escena final.

Naturalmente, la historia de Belfort es reflejo de la realidad social y económica de los Estados Unidos durante el fin de siglo, en plena crisis del capitalismo, y la curva ascendente del broker no hace más que mostrar el lado negro del sueño americano. Pero quien busque una crítica social, vea otra película.


Josefina Sartora

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