La tercera orilla
Dirección: Celina Murga
Guión: Gabriel Medina y
Celina Murga
Argentina/2013
El nombre de Celina Murga
figura ya entre los mejores directores argentinos contemporáneos. Su trabajo
está organizado / guiado por una aguda mirada social, que enfoca distintos
aspectos de la sociedad argentina, y específicamente, sobre las conductas de
los más jóvenes. Si en Una semana solos observaba las
características/ de los barrios cerrados, Escuela Normal es un sentido
documental sobre la escuela argentina, Y en Ana y los otros un
retrato de la burguesía de provincia, Entre Ríos en particular, la suya. Murga
pinta su aldea también en su último film, presentado con éxito en el reciente
festival de Berlín, de inquietante título: La tercera orilla.
Nuevamente Murga presenta
la sociedad de provincia en una ciudad chica, en un cuadro familiar que no es
infrecuente en el esquema del paternalismo de la sociedad argentina: un
conocido médico, además dueño de laboratorio y campo, está casado y tiene un
hijo preadolescente y simultáneamente sostiene otra familia paralela, con mujer
y tres hijos, entre 17 y 9 años. Esta situación está mostrada desde el punto de
vista del mayor, Nicolás, quien en momentos de llegar a la edad adulta
atraviesa una crisis personal y familiar aguda.
La película es austera
hasta el extremo: no hay aquí explicaciones innecesarias ni superfluas, ni
siquiera aquellas que los espectadores están acostumbrados a recibir. No se
narra la historia, el pasado, ni tampoco se esperen explicitaciones emocionales
o afectivas: hablan las acciones. Nicolás no habla, pero domina cada detalle de
lo que ocurre en ambas familias. Ese fenómeno suele ocurrir en las burguesías
provinciales, donde se habla de “la casa
grande” y “la casa chica”, aceptadas por la sociedad. Cada familia sabe
de la otra, y también tolera –como puede- esa realidad dual. La casa grande es
mejor, tiene piscina y libreta de matrimonio. En la casa chica no hay un
dormitorio para cada hijo, la pileta es de lona, la llegada de un nuevo televisor
es un acontecimiento. Cuando la hija cumple 15 años, el padre está de
vacaciones con la legal. Pero todos los hijos van al mismo colegio privado.
Allí Nicolás frecuenta a su medio hermano, y lo protege haciéndose cargo de su
condición de hermano mayor.
Pero Nicolás se encuentra
en ese espacio incómodo que resulta la tercera orilla, sitio improbable,
incierto, junto a un padre centro de una constelación que él organiza a su
alrededor, sin consultar, a su arbitrio. Nicolás ya es mayor, y el padre decide
que ocupe un lugar de responsabilidad en el campo, que trabaje en el
laboratorio, que estudie medicina. Que siga sus pasos, en suma. También intenta
sacar a Nicolás de su silencio y encierro con la iniciación típica en el
burdel, donde él mismo es un cliente habitual y bienvenido, o con las salidas
de caza. Los gestos, la mirada de Nicolás expresan en silencio su bronca y su
rechazo al sistema machista y autoritario.
No sabemos cuanto pesó el
apoyo de Martin Scorsese en esta obra de Murga, que él produce, ni cuáles
fueron sus consejos. El resultado es un film muy personal, riguroso, lejano de
los excesos scorsesianos y de sus diálogos elocuentes. Murga se coloca a cierta
distancia, física y emocional, y confía en cambio en la elocuencia de sus
imágenes, en las performances de sus actores (Daniel Veronese excelente como el
patriarca, Gaby Ferrero como la madre, y el notable debut de Alián Devetac). En
el film hay evocaciones a las películas de Julia Somononoff, otra productora de
La
tercera orilla, y al cine de Lucrecia Martel, en la pintura social y
provinciana, en la sutileza y delicadeza del relato.
Murga deja que la
película fluya por sí misma, sin subrayados ni comentarios, sin explicaciones
psicológicas, pero resultan transparentes las tribulaciones del protagonista,
el proceso de gestación de la reacción filial. Que no tiene una salida acorde al
resto del film, sino que adolece de cierto apresuramiento. Pero es éste un
rasgo menor de un film enorme.
Josefina Sartora
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