Revisitando los Oscar
El fenómeno de los
premios Oscar es un tema que siempre alimenta la polémica. Hace años que ha
perdido el valor que supo tener en otra época, pero su importancia sigue
vigente, y el glamour sigue atrayendo espectadores. Las elecciones de las
últimas décadas han resultado siempre opinables, muchas veces lamentables,
otras olvidables, pocas certeras. Si jugáramos el juego de la memoria, serían
pocos quienes recordarían los últimos 5 títulos ganadores de la estatuilla
dorada, y me excluyo. En lo personal, pocas veces coincido con los gustos de la
Academia de Hollywood, organismo encargado de votar y elegir, compuesto por
cientos de integrantes de la industria de Hollywood. Es muy distinto el Golden
Globe, por ejemplo, cuyos votantes provienen de la crítica. Pero por ser la
Academia la que decide, como su nombre lo indica, significa que la rama más
conservadora y comercial del cine es la que elige los premios, y en cierta
medida, la dirección que el cine debe tomar.
Ya me he referido a
algunos de los nominados, pero quiero volver sobre ellos y detenerme en otros
que no han tenido lugar todavía en Claroscuros.
* La decisión más
importante es también la más errada: 12 años de esclavitud era la
ganadora cantada, pero como ya lo he dicho en su nota, es un film fallido, acartonado
y sobre todo, oportunista. O por lo menos, su elección pretende ser la
corrección política, una historia sobre la esclavitud negra contada desde el
punto de vista de un negro, estrenada durante la primera presidencia negra en
Estados Unidos, país que siempre intentó ignorar su condición esclavista. Para
colmo su actriz de reparto, Lupita Nyong´o, quien también ganó el Oscar en su
categoría, brinda una actuación de la cual lo más recordable es su personaje, y
no su rígida performance. Más merecido hubiera sido el premio para Sally
Hawkins, la hermana de la protagonista de Blue Jasmine, de cuya excelencia ya
hemos hablado en su oportunidad. Pero nuevamente, la cuestión política mete la
cola: Lupita es negra y Sally, inglesa… La elección era cantada.
* Vi Agosto en su versión
teatral original dirigida por Claudio Tolcachir. Recuerdo poco de ella, sólo que
Norma Aleandro estaba imbancable, bien en su odioso rol. En cambio creo que
recordaré por mucho tiempo la versión de John Wells. ¿O debería decir de Meryl
Streep y Julia Roberts? Porque ambas se roban la película. Retrato de una
familia disfuncional del Sur, dominada por una matriarca tan poderosa como
corrosiva, quien ante su enfermedad y la cercanía de la muerte decide terminar
de destruir a todos sus seres cercanos. Su hija mayor, desesperada ante el
espejo de su madre, intenta no seguir sus pasos, sin lograrlo. Meryl también
hace insoportable a su personaje. Julia Roberts (quien ganara el Oscar por Erin
Brockovich) despliega una performance casi a la altura de Meryl, y
desde ya superior a la de Lupita. Sus actuaciones, esos diálogos filosos
esgrimidos entre madre e hija y la puesta en escena logran el clima cerrado,
sórdido, sofocante y abrumador que la pieza requiere. Meryl es una frecuente oscarizada.
Desde 1979 ha
obtenido 18 nominaciones, y lo ha ganado en 3 oportunidades (Kramer
vs. Kramer, La elección de Sophie y La dama de hierro). Tampoco lo ganó
esta vez, pero la elección de Cate Blanchett en el papel de su vida, en Blue
Jasmine, fue acertada.
* El Oscar a la mejor
dirección no fue para Steve Mcqueen (quien podría haber sido el primer director
negro en obtenerlo, aunque más justo hubiera sido dárselo por su Shame),
sino, también por primera vez, para un latino (otra decisión políticamente
correcta). El mexicano Alfonso Cuarón lo ganó por Gravedad, otra película
para la discusión. Fue una de esas películas que me dejan afuera,
irremisiblemente. Esa odisea de dos astronautas a la deriva en el espacio no
despertó mi interés, a pesar de mi gusto por la ciencia ficción. Sin embargo
–como ocurrió con 12 años-, la crítica la aplaudió a rabiar, lo cual demuestra
que todo es opinable. Tal vez el premio sea un mensaje y esta sea la dirección
que tome el cine en el futuro: una mínima puesta en escena, pocas actuaciones,
y un gran porcentaje del film realizado en las computadoras y, claro, en 3D. Todo
efectos especiales y una gran fotografía, en este caso de Emmanuel Lubetzki, y
ambos rubros también ganaron sendas estatuillas doradas, al igual que el sonido.
* Los dos actores masculinos
ganadores son los protagonistas absolutos de Dallas Buyers Club,
estrenada aquí con el malhadado título de El club de los desahuciados,
dirigida por el canadiense Jean-Marc Vallé. Después de varias películas de
segundo orden, Matthew McConaughey es el galán del momento: protagonista de Killer
Joe, tiene una escena formidable en El lobo de Wall Street y
ahora roba pantallas en la TV con la serie True Detective. El ganó el Oscar al
actor principal, y el secundario fue para su compañero de reparto, Jared Leto. Ambos
son los desesperados que luchan contra el tiempo y la enfermedad, el Sida, que
en los ´80 significaba la antesala de la muerte. Uno heterosexual y homofóbico,
como buen cowboy, el otro una travesti, se embarcan en una empresa que importa
drogas varias desde México y Japón, no testeadas, con el fin de vencer la
enfermedad a toda costa, y fundan un club de compradores, todos enfermos,
decididos a luchar contra el stablishment,
que no acepta propuestas alternativas a los tratamientos aprobados. Otra decisión
tomada desde la corrección política, pero sobre todo, los personajes constituyen
la encarnación de lo que aplaude la Academia: el individuo que lucha casi solo
contra la adversidad que quiere imponérsele: la enfermedad aquí, la esclavitud
en 12
años, la deriva en el espacio en Gravedad. La vieja fórmula de
Hollywood, aquella que contribuyó al crecimiento de una nación. Lo peculiar es
que aquí los luchadores son dos marginales, parte de la resaca americana, y se
valen de medios no ortodoxos para combatir el mal. Ambos actores –con muchos
kilos de menos- cumplen sus roles con convicción, transmiten su simpatía por
sus personajes, sin histrionismos, sin golpes bajos, y componen una historia
anclada en la amistad: las mejores escenas de la película, por lejos, son las
que los tienen juntos. Leto sobre todo, despliega una variedad de matices para mostrar
su vulnerabilidad, debilidad y fortaleza.
* Y por fin el gran
chasco: La grande bellezza, de Paolo Sorrentino, era el voto cantado
para alzarse con el Oscar a la mejor película en idioma extranjero. El film se
pretende un homenaje a Federico Fellini, una suerte de Dolce vita posmoderna, y
ha dividido a la crítica. En verdad, es una parodia que no le llega a los
talones, pese a que remeda toda el imaginario de Fellini: la narración
episódica, la fiesta nocturna romana, el escritor manqué de mirada implacable,
la política, el sexo fácil, el catolicismo. Pero si en Fellini aquel fresco
social constituía una crítica a su tiempo y lugar, y un film existencialista, el
ambicioso film de Sorrentino no oculta su inclinación por la banalidad y el
cinismo, su regodeo con la decadente frivolidad posmoderna, donde es imposible
encontrar la gran belleza. Y también es la gran desilusión y la melancolía,
porque el film juega sin cesar con la ambigüedad. Hiperbólica, misógina, videoclipera,
fruto de la era Berlusconi, La grande bellezza también se
parangona con esas crónicas sociales de La
Nación, o de Caras. El Virgilio en
este descenso a los internos es Toni Servillo, actor fetiche de Sorrentino como
Marcello lo era de Fellini.
Pura parafernalia. O tal
vez sí, la belleza reside en la misma Roma, que luce espléndida, como pocas veces
en el cine.
Josefina Sartora
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