4 de marzo de 2014

Revisitando los Oscar

El fenómeno de los premios Oscar es un tema que siempre alimenta la polémica. Hace años que ha perdido el valor que supo tener en otra época, pero su importancia sigue vigente, y el glamour sigue atrayendo espectadores. Las elecciones de las últimas décadas han resultado siempre opinables, muchas veces lamentables, otras olvidables, pocas certeras. Si jugáramos el juego de la memoria, serían pocos quienes recordarían los últimos 5 títulos ganadores de la estatuilla dorada, y me excluyo. En lo personal, pocas veces coincido con los gustos de la Academia de Hollywood, organismo encargado de votar y elegir, compuesto por cientos de integrantes de la industria de Hollywood. Es muy distinto el Golden Globe, por ejemplo, cuyos votantes provienen de la crítica. Pero por ser la Academia la que decide, como su nombre lo indica, significa que la rama más conservadora y comercial del cine es la que elige los premios, y en cierta medida, la dirección que el cine debe tomar.
Ya me he referido a algunos de los nominados, pero quiero volver sobre ellos y detenerme en otros que no han tenido lugar todavía en Claroscuros.


* La decisión más importante es también la más errada: 12 años de esclavitud era la ganadora cantada, pero como ya lo he dicho en su nota, es un film fallido, acartonado y sobre todo, oportunista. O por lo menos, su elección pretende ser la corrección política, una historia sobre la esclavitud negra contada desde el punto de vista de un negro, estrenada durante la primera presidencia negra en Estados Unidos, país que siempre intentó ignorar su condición esclavista. Para colmo su actriz de reparto, Lupita Nyong´o, quien también ganó el Oscar en su categoría, brinda una actuación de la cual lo más recordable es su personaje, y no su rígida performance. Más merecido hubiera sido el premio para Sally Hawkins, la hermana de la protagonista de Blue Jasmine, de cuya excelencia ya hemos hablado en su oportunidad. Pero nuevamente, la cuestión política mete la cola: Lupita es negra y Sally, inglesa… La elección era cantada.


* Vi Agosto en su versión teatral original dirigida por Claudio Tolcachir. Recuerdo poco de ella, sólo que Norma Aleandro estaba imbancable, bien en su odioso rol. En cambio creo que recordaré por mucho tiempo la versión de John Wells. ¿O debería decir de Meryl Streep y Julia Roberts? Porque ambas se roban la película. Retrato de una familia disfuncional del Sur, dominada por una matriarca tan poderosa como corrosiva, quien ante su enfermedad y la cercanía de la muerte decide terminar de destruir a todos sus seres cercanos. Su hija mayor, desesperada ante el espejo de su madre, intenta no seguir sus pasos, sin lograrlo. Meryl también hace insoportable a su personaje. Julia Roberts (quien ganara el Oscar por Erin Brockovich) despliega una performance casi a la altura de Meryl, y desde ya superior a la de Lupita. Sus actuaciones, esos diálogos filosos esgrimidos entre madre e hija y la puesta en escena logran el clima cerrado, sórdido, sofocante y abrumador que la pieza requiere. Meryl es una frecuente oscarizada. Desde 1979 ha obtenido 18 nominaciones, y lo ha ganado en 3 oportunidades (Kramer vs. Kramer, La elección de Sophie y La dama de hierro). Tampoco lo ganó esta vez, pero la elección de Cate Blanchett en el papel de su vida, en Blue Jasmine, fue acertada.


* El Oscar a la mejor dirección no fue para Steve Mcqueen (quien podría haber sido el primer director negro en obtenerlo, aunque más justo hubiera sido dárselo por su Shame), sino, también por primera vez, para un latino (otra decisión políticamente correcta). El mexicano Alfonso Cuarón lo ganó por Gravedad, otra película para la discusión. Fue una de esas películas que me dejan afuera, irremisiblemente. Esa odisea de dos astronautas a la deriva en el espacio no despertó mi interés, a pesar de mi gusto por la ciencia ficción. Sin embargo –como ocurrió con 12 años-, la crítica la aplaudió a rabiar, lo cual demuestra que todo es opinable. Tal vez el premio sea un mensaje y esta sea la dirección que tome el cine en el futuro: una mínima puesta en escena, pocas actuaciones, y un gran porcentaje del film realizado en las computadoras y, claro, en 3D. Todo efectos especiales y una gran fotografía, en este caso de Emmanuel Lubetzki, y ambos rubros también ganaron sendas estatuillas doradas, al igual que el sonido.


* Los dos actores masculinos ganadores son los protagonistas absolutos de Dallas Buyers Club, estrenada aquí con el malhadado título de El club de los desahuciados, dirigida por el canadiense Jean-Marc Vallé. Después de varias películas de segundo orden, Matthew McConaughey es el galán del momento: protagonista de Killer Joe, tiene una escena formidable en El lobo de Wall Street y ahora roba pantallas en la TV con la serie True Detective. El ganó el Oscar al actor principal, y el secundario fue para su compañero de reparto, Jared Leto. Ambos son los desesperados que luchan contra el tiempo y la enfermedad, el Sida, que en los ´80 significaba la antesala de la muerte. Uno heterosexual y homofóbico, como buen cowboy, el otro una travesti, se embarcan en una empresa que importa drogas varias desde México y Japón, no testeadas, con el fin de vencer la enfermedad a toda costa, y fundan un club de compradores, todos enfermos, decididos a luchar contra el stablishment, que no acepta propuestas alternativas a los tratamientos aprobados. Otra decisión tomada desde la corrección política, pero sobre todo, los personajes constituyen la encarnación de lo que aplaude la Academia: el individuo que lucha casi solo contra la adversidad que quiere imponérsele: la enfermedad aquí, la esclavitud en 12 años, la deriva en el espacio en Gravedad. La vieja fórmula de Hollywood, aquella que contribuyó al crecimiento de una nación. Lo peculiar es que aquí los luchadores son dos marginales, parte de la resaca americana, y se valen de medios no ortodoxos para combatir el mal. Ambos actores –con muchos kilos de menos- cumplen sus roles con convicción, transmiten su simpatía por sus personajes, sin histrionismos, sin golpes bajos, y componen una historia anclada en la amistad: las mejores escenas de la película, por lejos, son las que los tienen juntos. Leto sobre todo, despliega una variedad de matices para mostrar su vulnerabilidad, debilidad y fortaleza.


* Y por fin el gran chasco: La grande bellezza, de Paolo Sorrentino, era el voto cantado para alzarse con el Oscar a la mejor película en idioma extranjero. El film se pretende un homenaje a Federico Fellini, una suerte de Dolce vita posmoderna, y ha dividido a la crítica. En verdad, es una parodia que no le llega a los talones, pese a que remeda toda el imaginario de Fellini: la narración episódica, la fiesta nocturna romana, el escritor manqué de mirada implacable, la política, el sexo fácil, el catolicismo. Pero si en Fellini aquel fresco social constituía una crítica a su tiempo y lugar, y un film existencialista, el ambicioso film de Sorrentino no oculta su inclinación por la banalidad y el cinismo, su regodeo con la decadente frivolidad posmoderna, donde es imposible encontrar la gran belleza. Y también es la gran desilusión y la melancolía, porque el film juega sin cesar con la ambigüedad. Hiperbólica, misógina, videoclipera, fruto de la era Berlusconi, La grande bellezza también se parangona con esas crónicas sociales de La Nación, o de Caras. El Virgilio en este descenso a los internos es Toni Servillo, actor fetiche de Sorrentino como Marcello lo era de Fellini.
Pura parafernalia. O tal vez sí, la belleza reside en la misma Roma, que luce espléndida, como pocas veces en el cine.


Josefina Sartora

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