La mejor oferta (La migliore offerta)
Guión y dirección: Giuseppe Tornatore
Italia/2013
Las
películas sobre fraudes constituyen un subgénero con muchos seguidores, sobre
todo entre los amantes del guión, y del guión con twists, o vueltas de tuerca.
En ellas, el espectador atento está pendiente de descubrir si a él también lo
engañarán, así como los personajes se engañan unos a otros. En el cine
argentino, ya es un clásico Nueve reinas, el capolavoro de Bielinsky, y en el yanqui,
el cine de David Mamet, maestro de guión.
El
estafador aquí es un famoso comerciante de arte, con el poco sutil nombre de
Virgil Olman (George Rush sobreactúa como siempre, o más), tan exquisito como neurótico,
quien evita todo contacto físico y funciona con manos enguantadas aun para
comer, solitario, en los restoranes más caros, donde es habitué. Especialista
en pintura, eximio tasador y rematador, tiene todo bajo control, y durante su
carrera se las ha ingeniado para atesorar una valiosa colección pictórica de
retratos femeninos de todas las épocas, que sustrae de sus remates de manera
fraudulenta con la intervención de un testaferro (Donald Sutherland). Virgil
disfruta de sus cuadros en soledad, cerrado a toda relación afectiva o
sentimental hacia otro ser humano. Las mujeres, sólo en cuadro.
Hasta
que aparece una misteriosa y muy joven cliente (Sylvia Hoeks), tan fóbica como
él, que enciende su curiosidad y la chispa que parecía extinguida. La muchacha
sufre de agorafobia, teme salir de su casa y sólo se relaciona con él, para
vender los objetos de su inmensa villa (el palacio de esta princesa escondida luce
una hermosa producción de arte). Ella llega para encarnar y reemplazar las
mujeres de los cuadros. Comienza así una curiosa relación por teléfono, y mientras
crece, Olman también se encarga de reconstruir un autómata (más metáforas) con
piezas del siglo XVIII, cuyo artesano mujeriego (Jim Sturgess) deviene alter
ego y suerte de consejero matrimonial. Una y otra vez el film vuelve sobre la
idea de falsedad, y de cómo lo falso puede devenir verdadero. Todo parece gritar
para que uno se pregunte dónde reside esa dupla en el film. Este también trata
sobre las apariencias que impiden ver la verdad, que siempre estuvo delante de
nuestros ojos. Como lo enseña en La carta
robada Edgar Allan Poe, mencionado en el film.
Todo funciona
organizadamente, como esos planos tan simétricos que compone Tornatore. Es esa
misma prolijidad y acartonamiento lo que conspira en contra, un mecanismo de
relojería que no funciona. El abordaje a sendas enfermedades es débil y
estereotipado; el romance, inverosímil; el final, previsible, estirado y mal
resuelto, incluye una pretenciosa evocación a Leonardo; los diálogos abundan en
frases sentenciosas, casi admonitorias, y todo más que subrayado por la música
de Ennio Morricone. Algunos la comparan con Vértigo, por la búsqueda
del hombre de su mujer ideal, por el voyeurismo, pero el símil es injusto con
la grandeza de Hitchcock.
Curiosamente,
existe otra simulación, en el caso de las locaciones: el film transcurre en Europa
continental aunque todos hablen inglés, y me pareció reconocer Milán, pero en
otro momento allí está Roma, y después la mayoría de los exteriores suceden en
Viena, todo en una variante paneuropea de no-lugar elegante.
Sé que algunos
no comparten mi mirada, sobre todo quienes buscan entretenimiento fácil. Yo no compré
esta fachada.
Josefina Sartora
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