Amor a la carta (Dabba)
Dirección y guión: Ritesh
Batra
India-Francia-Alemania-Estados
Unidos
En India se estrenan unas
3.000 películas por año. Sí, esa cantidad. La mayoría responde al formato
Bollywood (historia de amor matizada con música, baile y canciones, de varias
horas de duración), que gozan de millonario público. Pocas de ellas llegan a
Argentina, y si lo hacen, se presentan en festivales –por ejemplo, en Pantalla
Pinamar- o fuera del circuito comercial. Por eso resulta toda una noticia que
se estrene aquí una película india. Amor a la carta (Dabba o The Lunch Box), primer
largometraje de Ritesh Batra, se aparta de la fórmula Bollywood: se trata de
una comedia romántica con toques de melodrama, cuyos protagonistas cruzan sus
destinos por azar.
En Mumbai existe un
peculiar y reputado sistema de entregas de almuerzos que las familias y casas
de comida envían a los trabajadores. Un cliché dice que el camino al corazón
pasa por el estómago, e Ila lo pone en práctica tratando de recuperar un
matrimonio que la tiene frustrada e insatisfecha. El servicio de entregas comete
un raro error y el almuerzo que Ila ha preparado con amor y exquisitez
culinaria para su indiferente marido cae en boca del señor Fernandez, un viudo
gris y amargado, casi intratable, que espera la jubilación en su puesto burocrático
mientras se debate en la soledad en que vive desde la muerte de su querida
mujer. Sin proponérselo, entre ambos se establece una relación epistolar que
paulatinamente va tornándose más íntima y franca, amparándose los dos en la
distancia y el desconocimiento mutuo.
Dos almas solitarias (interpretadas
estupendamente por Nimrat Kaur e Irrfan Khan, el actor de Life of Pi, Una historia
extraordinaria) construyen una ilusión que mejora sus vidas, con la
consiguiente evolución psicológica. A ambos se les presenta la oportunidad
inesperada de replantear sus vidas, que parecían destinadas a un final
previsible. El film es sutil, nunca cae en el lugar común y ofrece como marco
de esa historia personal la ciudad de Mumbai con sus gentes, sus ruidos y abigarrados
medios de transporte, un tema tan polémico en India. Con toques de color local,
que presentan una pintura de la vida cotidiana en la intimidad de sus casas,
donde vive encerrada la mujer, el film tiene un guión sólido, y sabe sostener
la reiterada lectura de las cartas, que nunca pierde interés. Habla también del
poder de transformación espiritual de algo tan físico como la comida, y
presenta la peculiaridad de una voz de la experiencia, la de una tía putativa,
una vecina que vive en el piso superior de la joven y la aconseja, y a quien nunca
vemos. No menos importante en esa evolución es la presencia del joven que llega
a reemplazar al futuro jubilado.
Las películas que
respetan la fórmula Bollywood no requieren coproducción con otros países, dada
la su popularidad y gran demanda en su propio país y en todos los países del
sudeste asiático. En cambio, Amor a la carta calificó como cine
arte, por lo que debió realizarse con aportes de Francia, Alemania y Estados
Unidos. Para sorpresa de todos, esta opera prima de un director que ha vivido y
estudiado en Estados Unidos tuvo gran éxito en India y el resto del mundo.
Josefina Sartora
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