14 de agosto de 2014

Música para la paz

Baremboim y la orquesta Divan


La labor de Daniel Baremboim y la West-Eastern Divan Orchestra cobró una significación de suma importancia en su visita a Buenos Aires. Dada la circunstancia trágica que atraviesa la humanidad en estos días, la tarea que realizan los músicos demuestra que –al contrario de las opiniones fundamentalistas que sólo consideran opuestos irreconciliables- la convivencia, tan pacífica como fructífera, es posible.

Baremboim practica la magia. Nacido argentino, con doble nacionalidad israelí y palestina, trabaja con músicos jóvenes (algunos muy jóvenes) de distintas culturas, aparentemente enfrentadas: judíos y árabes, o diferentes, los españoles. Y con ellos ejecuta músicas también dispares, logrando de su orquesta una sonoridad exquisita.

Ya habíamos escuchado a la orquesta Divan en ocasión de su gira anterior a Buenos Aires, en 2010, y quedó registrado en Claroscuros. También hemos estudiado la obra del palestino Edward Said –cofundador de la orquesta junto a Baremboim- y la pesada herencia que el siglo XXI ha recibido del conflicto abierto después de la Guerra Mundial.

Tuve la fortuna de presenciar dos conciertos de la orquesta Divan: uno al aire libre, en el escenario montado junto al Puente Alsina, en pleno barrio de Pompeya, donde acudió un público multitudinario en el Día del Niño. Allí dieron un recital Ravel, con obras que habían ejecutado en el Colón: Rapsodia española, Alborada del gracioso, Preludio a la siesta de un fauno, y no podía faltar el popularísimo Bolero. El público en general suele apreciar y aplaudir las músicas más brillantes, los momentos de lucimiento de los solistas y la orquesta en las marcaciones más fuertes y en las tonalidades mayores. La música de Ravel, por el contrario, exige sutileza, delicadeza para ejecutar los pianissimi, para respetar los silencios, para modular con ingenio del piano al forte. Eso es lo que pudimos apreciar en ese recital: sutileza y sensibilidad latinas. Más allá de algún fallo en algún instrumento, perdonable. La Divan no es la Filarmónica de Berlin, que siempre suena sin un defecto, impecablemente. Durante el Bolero, el maestro depositó la batuta, se cruzó de brazos, y apenas esbozó algunos gestos durante la ejecución, en un alarde directorial.


La segunda experiencia fue en el Colón, con la programada versión de concierto de Tristán e Isolda. Baremboim eligió Wagner, toda una decisión política, después del fuerte repudio que vivió en Israel, donde se le prohibió tocar la música del compositor, considerado enemigo de la raza. Cuestionada y cuestionable versión, la de concierto, teniendo en cuenta que se ejecutó en el marco del abono de ópera. Más curioso aún resultó que en la primera parte hayan ejecutado el concierto Nº 27 para piano y orquesta de Mozart, con Baremboim en el doble rol de director y solista. El maestro conoce tan bien los conciertos de Mozart casi como las sonatas de Beethoven que ejecutó en su gira anterior, y el concierto sonó de maravilla, con él al piano, a espaldas del público, dirigiendo casi a ojos cerrados.

La versión de Tristán se desarrolló con un preludio para concierto  -diferente del de la ópera, pedido a gritos por el público-, todo el segundo acto y la muerte de amor del último acto. De esta manera, la ópera deviene otra cosa, otra pieza musical. Y Baremboim le imprimió una profundidad y una carga dramática impresionante. Lamentablemente, los solistas cantaron sobre una tarima al fondo del escenario, ocupado por toda la orquesta, lo que restó algo de brillo sus voces. Sin embargo, el elenco fue magnífico, y se lucieron sobre todos la soprano Waltraud Meier en su ya legendario rol de Isolda y el bajo René Pape como el rey Marke. A su lado una excelente Ekaterina Gubanova, Peter Seiffert y Gustavo Lopez Manzitti.

Al terminar ambos conciertos, Baremboim dijo unas breves pero significativas palabras, apelando a la paz y la convivencia. De la música como arma de paz.


Josefina Sartora

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