20 de agosto de 2014

Una sociedad violenta

Relatos salvajes
Dirección y guión: Damián Szifron
Argentina-España/2014


La última película de Damián Szifron llega precedida por una enorme campaña publicitaria, su paso –con respuestas encontradas- por la Competencia Oficial del Festival de Cannes, su venta a muchos países, declaraciones de todo tipo, y una presentación ante la prensa que más se pareció a la presentación de un reloj de alta gama. Se anuncia como la película argentina del año, todo lo cual crea una expectativa en el público que ya la convierte en un éxito de taquilla.

Y sin embargo.

Anticipemos que la película de Szifron es un logro de realización técnica, con excelente montaje, cuenta con un elenco de lujo, con notables actores de la pantalla grande y chica, con recursos que también triunfan en ambas pantallas, y sobre todo, con trucos de efecto que recurren a la fácil identificación del público con las situaciones que se suceden, logrando con todo ello el efecto buscado.

Y sin embargo.

Aunque sólo Szifron está acreditado como guionista, imagino que no estuvo solo a la hora de escribir estas seis historias que giran alrededor del tema de la justicia por mano propia, o la venganza en su nivel más primitivo -o salvaje, para hacernos eco del título-, que pretende mostrar la moral de los tiempos que corren en Argentina, pero que no es privativa ni exclusiva de nuestro país. Comienza con una obertura muy pobre, pobre por el muy bajo vuelo imaginativo, y no por la puesta en escena ni por el elenco, con Darío Grandinetti, María Marull y Mónica Villa entre otros, todos encerrados en un avión con el propósito de ejecutar una venganza, igualito que en una novela de Agatha Christie. Después de los títulos, la película narra con soltura, con precisión, transitando por varios géneros, cinco historias más en las que el humor negro, el cinismo y el trazo grueso provocan la carcajada fácil. Rita Cortese, Julieta Zylberberg y César Bordón forman un trío para el ajusticiamiento siguiente, que como en todos los demás casos llega a la desmesura, traspasa todos los límites, no cede hasta las últimas consecuencias.

Uno de los más extremos, y significativos, filmado con todo despliegue en la cordillera, lo constituye el episodio de acción protagonizado por Leonardo Sbaraglia y Walter Donado. Aquí se pone en juego muy groseramente el tema del conflicto entre clases, que será profundizado más tarde, impregnando de sentido las historias. Pero este episodio busca mostrar que más allá de las clases sociales, del poder económico o la educación de cada personaje, el hombre es un ser primitivo, salvaje, que fácilmente puede devenir brutalmente irracional y violento, una máquina de guerra.


Ricardo Darín ocupa el lugar central, como el burgués pequeño pequeño que reacciona de manera sobredimensionada ante la injusticia de la burocracia. Este personaje tal vez sea quien más identificaciones obtenga en la platea (fue aplaudido en la función para la prensa), pese a que elije la violencia como el único medio de recuperar la autoestima, el respeto familiar y la aprobación del público.

La cuerda se tensa en el relato ambientado en la clase más alta, una familia que quiere tapar el hecho de que el hijo haya matado en un accidente a una mujer embarazada, dándose a la fuga. Y la idea es que el jardinero cargue con la culpa, mediante un reguero de dólares. Oscar Martínez cumple una formidable actuación en este melodrama junto a María Onetto y Osmar Núñez, pero su gran coprotagonista es Germán de Silva, uno de los grandes actores del momento. En este caso, la corrupción –ya presente en el episodio anterior- y la codicia se despliegan sin límites. En verdad, todos los personajes de la película oscilan entre el miserabilismo y la canallada, fruto de una concepción misántropa y escéptica de la humanidad.

La barbarie explota en los ámbitos más insospechados, en tono de comedia negra, como en la boda judía de esa pareja de niños ricos, cuando la novia que es Erica Rivas decide tomar venganza de la infidelidad de su ahora marido, con un humor y rabia salvajes, desmesurados, expuestos en plena fiesta. Con una acerba crítica a un grupo social, poderoso e hipócrita.


Entre las múltiples declaraciones previas al estreno, el director reafirmó su voluntad narrativa, como lo indica el título del film, su poca afinidad con el cine moderno, y su deseo de lograr un producto mainstream, como lo fue Los simuladores. En verdad, Relatos salvajes no oculta esa intención, sobre todo en su apelación a la identificación del espectador. Por eso, su destino en Hollywood, después del espaldarazo de los Almodóvar, ahora parece asegurado.

Desde ya, la oposición está llenándose la boca con esta película dedicada a poner de relieve la violencia social, viendo en ella un retrato de las grietas producidas en la sociedad en tiempos del kirchnerismo. Aunque creo que la visión escéptica trasciende el panorama nacional. Uno no puede dejar de preguntarse por qué Szifron prefirió seis historias breves, efectistas, a manera de unitarios televisivos, en las que la mecánica que subyace en cada una se reitera y remite a las anteriores, seis historias que nunca se encuentran, aunque estén reunidas bajo el mismo signo, en lugar de profundizar en una línea narrativa. O tal vez sea ésta una pegunta ingenua.


Josefina Sartora

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