En
duva satt på och funderade på tillvaron (A Pigeon Sat on a Branch Reflecting on
Existence)
Roy
Andersson, Suecia-Alemania-Noruega-Francia/2014.
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En el
primer cuadro –es este un film de cuadros- se ven varias vitrinas con pájaros
embalsamados sobre las ramas, y algunos observadores. Sin embargo, es a los
seres humanos a quienes observa el film, tercera parte de la Trilogía de vida del sueco Roy Andersson
sobre la condición humana, después de Songs of the Second Floor y You,
the Living. En cuanto vemos al detalle el primer cuadro, y mucho más
con los que le siguen, sabemos que este es un film cuidosamente gestado,
pensado y llevado a cabo, obsesivamente articulado.
Tras una
obertura anunciada como Tres encuentros
con la muerte muy hilarantes, el film presenta cuadros de situación sobre
la condición humana, en una sucesión de planos generales fijos –es decir que
aquí no hay montaje de acción, ni plano/contraplano ni, mucho menos, primeros
planos- y pocos pero muy importantes momentos musicales. El hombre y sus
pasiones, sus miedos, el amor, la vejez, la guerra, la soledad, la muerte. Hay contados
hilos narrativos, que vuelven: una ridícula pareja de socios que intenta vender
sin éxito objetos para divertir a la gente o “para que sea feliz”, una profesora
de flamenco, una taberna, un restorán, poco más. Son 39 escenas, y cada escena
constituye una unidad en sí misma, que no necesita consecuencias: una pareja
amándose, varios bellísimos momentos en una cantina, el ejército de un rey
misógino que marcha a la guerra, una terrible escena de esclavitud y
destrucción y su contracampo, el poder –la única escena con 2 planos-, el mismo
ejército que regresa derrotado, una científica experimenta torturando a un
mono, todas ellas expresan la desesperación y el horror. Pero el ritornello es un negador “me alegra que
estés bien”, equivalente al “todo bien” argentino, al “tutto a posto” italiano,
que oigo todos los días. ¿Señal de estos tiempos?
El
diseño visual del film es fascinante: cada cuadro está minuciosamente
compuesto, cada detalle cuidadosamente calculado. El color es el de Andersson:
una paleta de tonos medios, casi sin contrastes, donde escasea el negro y no
existe el blanco, con pasajes del beige al verde claro y al crema y nuevamente
el beige. El color imprime un carácter onírico a esta tragicomedia. El espacio
concebido funcional y simbólicamente; los movimientos están tan detalladamente
coreografiados como la clase de flamenco de la profesora voraz; los diálogos
son los imprescindibles; la música de Glory,
Glory, Allelluyah genialmente utilizada (con ella desfiló el equipo del
film por la alfombra roja del Lido). Imaginamos cada plano fruto de decenas de
tomas. Después supimos que le llevó casi cuatro años filmarla.
Por
supuesto, no falta el humor negro ni el elemento surreal. Algunos dirán que en
algunos cuadros no sucede nada, o que presenta un hecho banal, como una mujer
sacando una piedra de su zapato, o unas chicas jugando en un balcón. O que es
artificiosa. Pero es la belleza y poesía de los mismos las que prueban el poder
del cine.
Josefina
Sartora
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