El 21º Festival de Valdivia, que me acoge por segunda vez, continúa celoso de su
programación, dirigido por primera vez por el cinéfilo Raúl Camargo. Es éste un
festival exquisito, que muestra a menudo por primera vez en Latinoamérica buenas
obras de este continente que han de brillar más tarde en otros países, y otras
que acaban de conocerse en festivales más grandes. Tanto sus directivos como
las autoridades que apoyan el festival de Valdivia ponen el acento en
desarrollar un foco multicultural fuera de la capital, en esta bellísima zona
sur del país, en la Región de los Ríos, que nos recibe con una primavera exultante, en una explosión de
azaleas de todos colores, desde el rosa, el lila y hasta el amarillo.
El
Festival de Valdivia tiene una competencia internacional, una de largos chilenos,
otra de cortometrajes, una sección dedicada al público infantil, y lo más
consagrado: las Galas, en que podremos ver lo último de Jean-Luc Godard,
Lisandro Alonso, Martín Rejtman, Ruben Östlund y otros. Y hay más.
El cine
argentino tiene una fuerte presencia aquí, ya que hay dos films en Competencia
internacional, dos en las Galas, una retrospectiva completa de José Celestino
Campusano y otra del cortometrajista Teddy Williams, Lucrecia Martel y Mariano
Llinás brindan sendas master classes,
y varios argentinos trabajan en los jurados.
Coherente
con su propuesta integradora, y con la actitud atenta que todo Chile tiene
hacia sus orígenes, una sección está compuesta por cortos realizados por
directores de los pueblos originarios, que tratan temáticas afines a sus
comunidades. Hay también una sección de cine clásico, un laboratorio de work in progress –aquí también hay
varios argentinos. En suma: una propuesta amplia, atractiva, que no da
descanso, y en un entorno natural extraordinario.
Josefina Sartora
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