30 de octubre de 2014

El gran cine, puro cine

Momentos de una vida (Boyhood)
Dirección y guión: Richard Linklater
Estados Unidos/2014


El tiempo es el tema en el cine de Richard Linklater. Más intensamente que el amor, o el romance, la trilogía Antes de … mostraba de manera fehaciente y sin cosméticas las marcas que el paso de los años dejaba grabadas en los cuerpos y las personalidades de sus dos protagonistas. En todo coherente con su método de trabajo y con su ideología, Momentos de una vida (Boyhood) es otra variación –importante, original, conmovedora- acerca del tiempo. Nuevamente, Linklater filma siempre con los mismos actores, y con ellos rueda un film a lo largo de 12 años. Nuevamente Ethan Hawke es uno de ellos, si bien no el protagonista. Este es un chico que en los primeros planos tiene 5 o 6 años, y en los últimos 18, interpretado por Ellar Coltrane. Durante ese período, Linklater filmó la historia de ese personaje y, tras él la de toda su familia, una familia de clase media de los Estados Unidos, similar a otras miles. Aquí radica la intención del film: lograr la empatía, la identificación fácil del espectador con su historia y sus personajes, y lo logra admirablemente.

Momentos de una vida es un título que interpreta literalmente la película: Linklater filmó algunos días de la vida de Mason –uno, o dos, o tres días por año- que reflejan su evolución hacia la adolescencia primero, la adultez después. Pero detrás del chico está su hermana mayor –interpretada por Lorelei, hija del director-, que también va creciendo junto a él, y sus padres, que cargan con todos los conflictos de los adultos: un padre bastante ausente e irresponsable, una madre que elige sus parejas para su propio mal. Si Ethan Hawke muestra, como en la trilogía, las marcas del tiempo en su rostro sobre todo, el cuerpo de Patricia Arquette, la madre, va mostrando sus cambios evidentes hacia la madurez.

Es interesante destacar que la vida de Mason no hay hechos espectaculares, y algunos sucesos importantes –separaciones, muertes- ocurren durante las elipsis entre uno y otro año. El otro aspecto fundamental es el magistral manejo de esos tiempos que trascurren fuera de campo, el paso de una época a otra sin las acostumbradas sobreexplicaciones o avisos a los que nos tiene habituados el cine yanqui:  notamos el transcurrir de un año sobre todo en las marcas corporales: Mason y su hermana están algo mayores, o su madre más gorda, o el padre ha cambiado el auto, el corte de pelo, o la vestimenta. Pero todo ello transcurre con la naturalidad de la vida misma. Esta aparente espontaneidad puede resultar engañosa: Boyhood es un film de ficción, si bien con la plasticidad suficiente como para cambiar sobre la marcha lo que sea conveniente, e incorporar lo aleatorio. Lo que sí vemos son momentos cotidianos plenos de verdad, de honestidad: las relaciones entre los miembros de la familia, los juegos, los malos ratos, los tiempos muertos, llenos de vida.


Resulta admirable la evolución de esos personajes, sobre todo el chico, que Linklater eligió siendo muy pequeño y sin saber qué dirección tomaría su crecimiento como actor. Como personaje, Mason adolescente es silencioso, introspectivo, pero sin parecerse a esos adolescentes apáticos o aburridos del nuevo cine argentino. La empatía del actor con su personaje es tan poderosa, que cuesta discriminarlos, provocando también con ello el engaño. Linklater incorporó algunos rasgos del actor Ellar Coltrane –su interés por las artes, por ejemplo- al personaje Mason, produciéndose así el cruce entre director y actor, entre actor y personaje.

Queda muy en claro que a Linklater no le interesa filmar más allá de lo que ocupa su foco: la realidad externa, histórica y social del país casi no se transparenta tras esa historia familiar. El film podría haber dado para mostrar el contexto, lo que sucedía en el país y en el mundo desde 2002 hasta la fecha, que no fue poco. Por el contrario, no se sale del marco de esa familia media de Texas, aunque algunas pinceladas asomen de vez en cuando, además de las músicas propias de cada etapa: el rechazo a la política de Bush, la colaboración en la campaña electoral de Obama dentro de un estado republicano, o la presencia del tercer esposo de la madre, veterano de la guerra de Irak. Una escena es reveladora del espíritu tejano: para sus 15 años, los padres de su madrastra le regalan a Mason una biblia y un rifle, compendio de la mentalidad del Medio Oeste norteamericano.


Linklater llevó a cabo en la ficción una operación que, en el documental, es habitual en el cine de la directora checa Helana Trestiková: ella también toma un joven –pero real- y lo filma a lo largo de los años, hasta que considera que tiene un film, y lo cierra. Algunos críticos comparan la obra de Linklater con la de François Truffaut y su personaje Antoine Doinel, de quien filmó varias películas, pero entre ambos hay grandes diferencias.

Linklater obtuvo el Oso de Plata en Berlín, la película fue declarada la mejor del año por Fipresci, y todos son premios merecidos. Se trata del capolavoro del director, su mejor film, filmado con frescura, verosimilitud y profundidad, características pocas veces reunidas. Todo eso, en 165 minutos insoslayables.


Josefina Sartora

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