11 de octubre de 2014

Rejtman vuelve

2 disparos
Dirección y guión: Martín Rejtman
Argentina/2014


En los ´90, Martín Reijman fue el realizador más sobresaliente y creativo de Argentina. Puede decirse que fue el iniciador –si bien no el único- del nuevo cine argentino, con sus nuevas propuestas, su minimalismo, su estudio de la juventud porteña, sus situaciones verosímiles en ruptura con cierto cine anterior, falso y acartonado. Después de diez años, con un paso por el documental, vuelve a estrenar una película de ficción en un todo coherente con su cine anterior. Los mismos personajes apáticos, algo abúlicos, algo autómatas, la misma falta de explicaciones, las situaciones dispersas, que imprimen diversos giros narrativos al guión. Todas son marcas del cine de Rejtman, que en cada película van formando distintas figuras, adoptando distinto rostros, pero que siempre producen un efecto desconcertante.

2 disparos también está presente en el Festival de Valdivia. 

De los dos disparos que se inflige Mariano (Rafael Federman), sin que medie motivo o explicación para ello -“fue un impulso” dice ese muchacho que no parece conocer los impulsos- las únicas consecuencias que perduran son un agujero en la pared y una bala en su cuerpo, que le produce un doble sonido cuando toca la flauta con su conjunto.

Pero ese comienzo no es más que un catalizador de diversas situaciones que se van abriendo en distintas direcciones: la relación con su hermano y la de éste con las chicas, el devenir del conjunto de flautas, las vacaciones que se toma la madre después del shock, los personajes insoportables que encuentra ella en su camino. Los varios giros van describiendo distintos episodios tan mínimos como significativos, con la confluencia de un cast notable: Susana Pampín como la madre, Laura Paredes su profesora de música, Walter Jakob y María Inés Sancerni sus compañeros de conjunto, y otros. Todos ellos cumplen un código de actuación neutro, casi bressoniano, un recitativo, podría decirse. Nunca hay lugar para la impronta emocional, el desahogo o la expresión de esas emociones. Esta marcación es coherente con el desapego, la falta de roce físico, el humor sordo, la total neutralidad en el relato, impecable, rigurosamente articulado.


Podrá decirse que Rejtman vuelve sobre sí mismo, después de diez años. Que reitera ciertos estereotipos ya propios. Es verdad. Incluso hay gestos puntuales, pases de baile, movimientos, de sus películas anteriores (Rapado, Silvia Prieto, Los guantes mágicos). Y lo hace con toda conciencia: ese es su mundo, insiste. Y con él, y con su estilo, logra sacudir al espectador de su lugar cómodo y complaciente, lo perturba hasta llevarlo a la irritación. Misión cumplida.


Josefina Sartora

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