1 de diciembre de 2014

Festival de Mar del Plata, quinta nota

The Duke of Burgundy
Dirección y guión: Peter Strickland
Reino Unido/2014


Si Katalin Varga me había resultado una opera prima lograda, el segundo film de Peter Strickland,  Berberian Sound Studio, me pareció un hueco ejercicio de sonido. Su última, The Duke of Burgundy, continúa esa línea de vacuidad combinada con un trabajo minucioso de artesanía, en este caso visual.

En la casona de algún pueblo europeo, y en incierta atemporalidad, un par de mujeres entomólogas viven encerradas en una relación exclusiva. Una de ellas (la danesa Sidse Babett Knudsen) somete a la otra (Chiara D´Anna) a un trato abusivo como empleada, que es aceptado con pasividad casi complaciente por la otra. Pronto sabremos que se juega allí un trato de sometimiento en el cual los roles dominadora-sometida no son del todo fijos o que, en todo caso, disimulan otra clase de dominación. Baste saber que el Duque de Borgoña del título y Pinastri, palabra clave en los juegos que ambas amantes establecen, refieren a unas especies de mariposa, y que las mujeres poseen en su estudio una colección de éstas. Metáfora obvia. Viven en una sociedad habitada sólo por mujeres y maniquíes que se informan con atención sobre el mundo de las mariposas y otros insectos, mientras en la intimidad se practican esos juegos eróticos peculiares.

Toda la relación sadomasoquista de la pareja se desarrolla con una coreografía y guión prefijados, que se repite cotidianamente. El film habla sobre las rutinas que han mantenido a ambas mutuamente dependientes, aunque la relación está atravesando un punto de crisis.


Es este un film que pretende ser inquietante, tal vez misterioso, pero que, una vez depurada la imagen de los efectos visuales preciosistas, la experimentación con imágenes dobles y superpuestas –este es un juego de dos-, el travelling que pretende ser chocante hacia el interior del sexo de la dominatriz, el inteligente uso del sonido y una música sugerente -es decir, lo formal cuidadosamente trabajado-, poco deja tras de sí. Esos recursos buscan seducir al espectador –y en muchos casos lo logra, a juzgar por el aplauso general que le ha brindado la crítica, calificándola de joya- pero nunca propone una verdadera exploración del conflicto, ni de la psicología de esas mujeres, ni del juego de roles que establecen, todo lo cual daba para mucho. Y el final queda estirado, sin decidirse a acabar entre uno y otro remate.

Pero al menos, hay que agradecerle a Strickland el respeto hacia sus personajes, y sus toques de humor.


Josefina Sartora

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