The Duke of Burgundy
Dirección y guión: Peter
Strickland
Reino Unido/2014
Si Katalin Varga me había
resultado una opera prima lograda, el segundo film de Peter Strickland, Berberian Sound Studio, me pareció
un hueco ejercicio de sonido. Su última, The Duke of Burgundy, continúa esa
línea de vacuidad combinada con un trabajo minucioso de artesanía, en este caso
visual.
En la casona de algún
pueblo europeo, y en incierta atemporalidad, un par de mujeres entomólogas viven
encerradas en una relación exclusiva. Una de ellas (la danesa Sidse Babett
Knudsen) somete a la otra (Chiara D´Anna) a un trato abusivo como empleada, que
es aceptado con pasividad casi complaciente por la otra. Pronto sabremos que se
juega allí un trato de sometimiento en el cual los roles dominadora-sometida no
son del todo fijos o que, en todo caso, disimulan otra clase de dominación.
Baste saber que el Duque de Borgoña del título y Pinastri, palabra clave en los
juegos que ambas amantes establecen, refieren a unas especies de mariposa, y
que las mujeres poseen en su estudio una colección de éstas. Metáfora obvia. Viven
en una sociedad habitada sólo por mujeres y maniquíes que se informan con
atención sobre el mundo de las mariposas y otros insectos, mientras en la
intimidad se practican esos juegos eróticos peculiares.
Toda la relación sadomasoquista
de la pareja se desarrolla con una coreografía y guión prefijados, que se
repite cotidianamente. El film habla sobre las rutinas que han mantenido a ambas
mutuamente dependientes, aunque la relación está atravesando un punto de
crisis.
Es este un film que
pretende ser inquietante, tal vez misterioso, pero que, una vez depurada la
imagen de los efectos visuales preciosistas, la experimentación con imágenes
dobles y superpuestas –este es un juego de dos-, el travelling que pretende ser chocante hacia el interior del sexo de
la dominatriz, el inteligente uso del sonido y una música sugerente -es decir,
lo formal cuidadosamente trabajado-, poco deja tras de sí. Esos recursos buscan
seducir al espectador –y en muchos casos lo logra, a juzgar por el aplauso
general que le ha brindado la crítica, calificándola de joya- pero nunca propone una verdadera exploración del conflicto, ni
de la psicología de esas mujeres, ni del juego de roles que establecen, todo lo
cual daba para mucho. Y el final queda estirado, sin decidirse a acabar entre
uno y otro remate.
Pero al menos, hay que
agradecerle a Strickland el respeto hacia sus personajes, y sus toques de humor.
Josefina Sartora
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