El libro de las
pruebas (The Book of Evidence)
John
Banville
Buenos
Aires, Alfaguara, noviembre de 2014
234
páginas
Recuerdo
cuando leí por primera vez una novela de John Banville, El mar. Fue toda una
revelación, una epifanía, diría. Mi asombro frente a una prosa tan delicada,
tan elaborada y sutil, para crear climas, describir situaciones de una
intensidad penetrante. Su riqueza cromática, la variedad de sus innumerables
comparaciones -varias por página-, el uso del como si para darnos un paralelo inusitado, inesperado, que
enriquece cada elemento del cuadro. Después vino la lectura en inglés: Eclipse,
The
Infinities, y con ellos la constatación de que lo de Banville es estilo
puro, la comprobación de su lenguaje riquísimo, de un vocabulario tan amplio como
pocos escritores anglófonos poseen. Su punto de apoyo no está en la acción sino
en la descripción de ella y de los ambientes donde se lleva a cabo. Diferente, pero también cautivadora, más
dialogada, me pareció la literatura que escribe con el seudónimo de Benjamin
Black, sus novelas negras, su creación de atmósferas, y con un protagonista que
ya pertenece a la galería de la novela policial.
El libro de las
pruebas (The Book of Evidence) es de 1989, y se acaba de reeditar en castellano. Si
bien obra temprana, ya todo Banville está allí: su relato en primera persona,
el protagonista: un hombre solitario y taciturno, su sensualidad exacerbada. En
Banville hay un amplio trabajo con la percepción: todo es imágenes, visuales y
olfativas, descriptas con una adjetivación impecable y elegante.
La
galería de olores que elige Banville en esta novela sugiere un campo sórdido:
hay hedor a fenol, huele a semen, a fritura, a sexo y a cloro, a kerosén, y si
bien olía a cipreses, el aire también traía el olor a humo de coches, y, en el
coche, el tapizado despedía un olor
ligeramente fecal y el baúl olía
espantosamente a pescado. El acto siniestro, criminal, se va insinuando
desde el principio, ya que el narrador comienza el relato de su peripecia desde
la cárcel. Un asesinato gratuito, sin una causa de peso, acto de un personaje
que en ningún momento despierta la simpatía o la identificación del lector. Sus
acciones se van desarrollando sin ningún plan, casi sin saber qué se propone, ni
siquiera lo sabe él mismo, como si actuara movido por una fuerza ajena, presa
del desconcierto: me movía bajo el
influjo de un hechizo mágico. O quizá ejecute su crimen en un intento por
alcanzar la libertad. Como en otras novelas, la narración se desarrolla acotada
a ese protagonista, a su punto de vista, un hombre a la deriva, que vive
escapando de sus propios actos, que abandona a su mujer e hijo y regresa a su Irlanda
natal después de varios años, en un reencuentro cargado de melancolía. Es un
acierto el desafío de Banville, al proponer un protagonista bastante infame, cínico
y nada simpático, a pesar de lo cual padecemos su tormento.
Si bien
esta obra no alcanza la excelencia de Antigua luz, ni la perfección de El
mar -su mejor novela hasta el momento-, El libro de las pruebas
es otra muestra de su magistral ejercicio de estilo. Es notable el uso del
lenguaje en la descripción de esos espacios, en las referencias a obras
pictóricas, en los detalles de la luz y sus efectos, en el aire y el cielo, la
costrucción de atmósferas –los bordes del
silencio se deshilachaban- y el lirismo con el color, en su variedad de
azules: el mar me sorprendió: un cuenco de metal azul en movimiento, de
cuya superficie la luz se alzaba en copos, o el sexo: los tres luchamos lentamente en la cama, como si participáramos en una
ceremonia arcaica de esfuerzo y adoración, imitando la construcción y la
erección de algo, digamos que de un santuario o de un templo con cúpula. La
sutileza de sus comparaciones y paralelismos, harto expresivos, quizá
constituyen su marca más notable: las
casas que bordeaban la costa relumbraran en medio de la bruma azul claro, como
si el cielo hubiere adquirido una geometría etérea, o: vacilé unos segundos, como si algo rozara mi conciencia, un aleteo de
incrédula especulación, o: esa
información creció y se petrificó como el coral que se adhiere a un barco
hundido. Ejemplos que muestran al, si no el mejor, uno de los mejores
escritores de habla inglesa y del mundo contemporáneo.
Josefina
Sartora
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