28 de febrero de 2015

Desde México

Ficunam 2015. 1ª nota


Es esta la quinta edición que realiza el Ficunam (Festival Internacional de Cine Universidad Autónoma de México), es decir, un festival joven, que nació después de que el FICCO acabara sus días. Dirigido por la joven y apasionada Eva Sangiorgi, tiene la gran virtud de contar como programador a nuestro colega de Córdoba Roger Koza, uno de los críticos más valiosos de Argentina, también programador en el Festival de Hamburgo. Y la programación es excelente, sin desperdicio, ni rellenos, evidencia que hay un criterio en la selección.

Después de veinte años de haber estado aquí por primera vez, encontré México con una pujanza admirable, un ímpetu y una voluntad de acción arrolladoras. La ciudad ha crecido desmesuradamente, lo cual trae problemas urbanos serios, y sigue siendo una de las más pobladas del mundo. Las proyecciones del Ficunam están bastante concentradas en las instalaciones del Centro Cultural de la Universidad Autónoma de México, un complejo admirable que cuenta con varias salas de cine, dos de teatro, un auditorio para música y el magnífico edificio del Museo de  Arte Contemporáneo.

El Festival abrió con la proyección de Pasolini, ya comentada en mi cobertura del Festival de Venecia, un día antes de lo programado, porque la ciudad de México está hoy muy convulsionada. Con conflictos sociales, manifestaciones de todo tipo y color y sobre todo, el recuerdo vivo de los 43 jóvenes desaparecidos hace 5 meses, sin que aún se den explicaciones, un crimen que algunos comparan con la matanza de Tlaltelolco de 1968, crímenes que no tienen perdón.

El Festival tiene una sección de Competencia Oficial, otra de Competencia de cine mexicano, novedades internacionales y varias secciones dedicadas a distintos directores. Una de ellas la ocupa la retrospectiva del ucraniano Sergei Loznitsa –quien dará una clase magistral- un director cuyos documentales felizmente hemos podido ver gracias al Doc Buenos Aires. Habrá una sección dedicada a pueblos originarios, un homenaje a Harum Farocki y entre otras, la más esperada –para quien esto escribe-, la dedicada al veterano director uzbeko Ali Kahmraev, cuyo cine no ha llegado a Buenos Aires (y esperamos que llegue a México, si la burocracia rusa permite el envío de sus cintas). El cine argentino está presente con las películas que están transitando por los festivales: La princesa de Francia, de Matías Piñeiro, Jauja, de Lisandro Alonso y Dos disparos, de Martín Rejtman, miembro del Jurado de la Competencia Internacional.


Mi primer film fue un impresionante documental del inefable Lav Diaz, Los niños de la tormenta, libro 1, una obra en blanco y negro que documenta con rigor los efectos y consecuencias que causó un tifón en las costas filipinas. Los largos planos iniciales dan muestra de lo que fue la tormenta: la lluvia torrencial, las corrientes de agua que atraviesan la ciudad y la inundan. Después del diluvio, se pone en descubierto la precariedad en que vive un pueblo costero, cuyos niños salen en busca de algo rescatable en la basura. Los niños de la basura podría ser su título alternativo, ya que incansablemente transitan y hurgan en ella, todavía bajo la lluvia. En 143 minutos –film corto para Diaz- son pocos los planos, casi todos fijos, excepto aquellos que acompañan a algún personaje en su deambular –es patético el muchacho que carga enormes baldes de agua hasta su precaria vivienda: el agua que lo domina todo, paradójicamente, no es corriente. Barcos inmensos averiados por el tifón acentúan la vulnerabilidad de la población, cuyas casas parecen cáscaras de cartón a merced del temporal, al igual que sus vidas. Pero sin embargo, los niños no pierden su entusiasmo juvenil, poniendo alegría al drama.


En Competencia Internacional vi La corte, opera prima del director indio Chaitanya Tamhane que en Venecia ganó el premio Orizzonti para el cine más nuevo, y que no pude ver allí. Se trata de un film judicial colocado en las antípodas de lo que nos tiene acostumbrados el género cultivado por Hollywood, y también lejos de Bollywood o de Amor a la carta. El juicio a un cantante popular y activista político se convierte en un cuadro de situación tanto del sistema judicial de India, como de la realidad social del país. El hombre está acusado de instigar al suicidio a un trabajador que murió asfixiado en una alcantarilla. Todo un proceso absurdo a través de sus vericuetos judiciales se lleva a cabo durante meses, poniendo al desnudo la incongruencia de las leyes indias dictadas durante la ocupación británica en el siglo XIX. Tamhane elige un tratamiento distante, de planos generales, neutros, sobrios, y un realismo seco, para los momentos del juicio. Más interesante son las escenas que tienen lugar fuera del mismo, que retratan a sus protagonistas: el abogado es miembro de una élite social culta y económicamente acomodada, que ha elegido una posición progresista, ser defensor público y trabajar por los derechos humanos. La fiscal en cambio pertenece a una clase más modesta, más cercana paradójicamente al acusado. Más allá de este esquema algo remanido, es interesante cómo su cotidianeidad y la del juez –en una coda innecesaria, superflua, cuando ya el film había terminado dignamente- y en el juicio que se lleva a cabo, se van poniendo en claro condiciones de vida y trabajo, de burocracia, injusticia y represión en un fresco de la situación en India.


Josefina Sartora

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