12 de marzo de 2015

El arte de perder

Siempre Alice (Still Alice)
Dirección: Wash Westmoreland y Richard Glatzer
Estados Unidos/2014


El cine es tiempo (y sé que estoy cayendo en el lugar común) y en gran medida se ocupa de registrar el transcurrir y sus consecuencias. Más claramente se pone en evidencia cuando registra una enfermedad, y su evolución ineluctable. Acabamos de verlo en un film muy mediocre, La teoría del todo, y lo habíamos visto en Safe, aquel film de Todd Haynes de 1995 en que Julianne Moore desarrollaba una seria alergia o hipersensibilidad al medio ambiente. La magistral actriz vuelve ahora con Siempre Alice, en una performance excepcional sobre una enferma de Altzheimer. También está cercano el film de Sarah Polley Lejos de ella, con otra excelente composición a cargo de la gran Julie Christie cuyo personaje sufre la misma enfermedad.

A algunos, el deterioro neurológico nos parece uno de los más tremendos, sobre todo cuando lo sufre el cuerpo de un/a intelectual destacado/a como lo es Alice, una eminente y reconocida profesora universitaria, especializada en lingüística, nada menos. Alice sufre una variedad prematura de la enfermedad, por ello resulta tan difícil de aceptar la realidad tanto para su compañero (Alec Baldwin), como para sus tres hijos. La enfermedad de Altzheimer está asociada tradicionalmente a la vejez, y Alice tiene sólo 50 años.

Los responsables del film conocen el tema: basado en la novela de la neuróloga Lisa Genova, está codirigido por la dupla Wash Westmoreland y Richard Glatzer, quien padece de una esclerosis lateral amiotrófica. Acabamos de conocer la noticia de que ha muerto el día en que su película se estrena en Argentina. Siempre Alice registra el proceso de su enfermedad, y las pérdidas que experimenta la paciente: no sólo su extravío en el espacio, incluso en su propia casa, sino la de su profesión, sus recuerdos, su memoria, la pérdida de su persona, en suma. Por eso se aferra a esas imágenes de su familia, tomadas en su adolescencia. La enfermedad produce en ella y su entorno las distintas reacciones habituales: negación, rechazo, vergüenza, enojo, huída. Para colmo, por ser hereditaria, se agrega el factor de la culpa, frente a su hija y sus futuros nietos. Como sucede a veces, es su hija más distante, tanto en el espacio como en el afecto, quien mejor la acompañará en su decadencia, transformando la crisis en una oportunidad. 


Kristen Stewart tiene una participación muy sensible y delicada, que revela además la conflictiva relación con su familia y la complejidad de los sentimientos de una hija frente a la enfermedad. A su lado, los demás personajes quedan desdibujados, apenas esbozados.

Nunca me gusta valorar una película sólo por una actuación. Pero la de Julianne Moore es remarcable, lo mejor del film, y le ha valido el Oscar. (Sabemos que la Academia prefiere actuaciones sobre enfermos o discapacitados.) Sutil en su transformación, conmovedora en su confusión, tiene momentos sublimes, como cuando se pierde en el espacio, o en su pánico y desesperación cuando se va dando cuenta de que siempre se ha identificado con su intelecto, y está perdiendo todo por lo que ha trabajado en su vida. Ahora las palabras que eran su material de trabajo se vacían de significado. Pero lo más notable es cómo su rostro se va vaciando de a poco. Por eso las mejores escenas son aquellas silenciosas, como cuando Alice sostiene su nieto en sus brazos, volviendo a otra escena primaria, o cuando su hija le lee un texto. Y logra superar a la banda sonora, que no cesa de intentar reblandecer todo el drama, quitándole rigor a su empática actuación.

Josefina Sartora


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