El cielo del centauro
Dirección: Hugo Santiago
Guión: Hugo Santiago y Mariano Llinás
Argentina-Francia/2015
43 años después, Hugo
Santiago vuelve a filmar una Buenos Aires mítica, soñada, amada. Que ya fue,
pero que permanece. Y vuelve con sus mismas obsesiones, actualizadas, pasadas
por el tamiz del Nuevo Cine Argentino. Se produce un cruce entre la temática de
Santiago y la de las huestes de la FUC, con Mariano Llinás a la cabeza, como
coguionista y coproductor. Pero no es el único. No podemos decir con seguridad
si Santiago toma de los jóvenes o éstos se montan en su aura para decir lo
suyo. Lo cierto es que allí están los tópicos de Invasión: la ciudad y su
mapa imprescindible, el complot, el objetivo último –aquí la búsqueda de un
desaparecido y una cierta ave Fénix, Halcón Maltés redivivo pero también un
McGuffin que empuja la acción hacia delante-, los personajes misteriosos, el
extranjero (Malik Zidi), el idioma, que vira del castellano al francés inadvertidamente.
Todos esos elementos se combinan de manera algo azarosa, enigmática, no causal,
en una peripecia que circula a toda velocidad, en persecuciones recíprocas, por
los distintos barrios porteños, creando un mapa ideal, que ha de completarse
progresivamente. En una Buenos Aires fotografiada en blanco y negro por Gustavo
Biazzi, con ciertas explosiones de color en las copas de los jacarandás, en
algunos cuadros exultantes, y en algún papel amarillo que trae claves para esta
búsqueda del tesoro tan cara a Llinás, y que muestra su mano creativa. (Pero
Llinás no es Borges, claro.)
Es como si Santiago
hubiera tomados sus propios tópicos ya emblemáticos y decidiera hacer una broma
con ellos. Porque este film hay que tomarlo con humor, de lo contrario podría
odiárselo. Cada elemento está parodiado, banalizado, porque Santiago quiere
reírse de sí mismo. Y también de Carlos Perciavalle, por ejemplo, o de Roly
Serrano, o del mismo Llinás, en algunos chistes (no todos buenos). La música
tampoco quedó fuera de la parodia, con una banda de sonido ampulosamente
tanguera, un obstinado bandoneón y temas que ya constituyen clichés, como en la
secuencia de los títulos finales.
Hay aquí varias películas
en una, con forma de laberinto. En medio del delirio, muy peculiar es el
episodio que domina Romina Paula, quien da una lección actoral y de historia
argentina y de su arte, con esa clase magistral sobre Cándido López, en el momento más luminoso del
film.
Josefina Sartora
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