26 de abril de 2015

Bafici 2015, última nota

Si hubiera que hacer un balance, este Bafici no estuvo a la altura de lo que siempre se espera de él. O tal vez no tuve suerte: las mejores películas ya las había visto en festivales previos, y de lo nuevo que propuso el Bafici, muy poco hay muy bueno. La prueba es que los premios fueron en gran parte a aquellas películas ya vistas: la india Court, ganadora de la Competencia internacional y del premio Fipresci, ya había recibido un premio en Venecia, y yo la vi en Valdivia; La princesa de Francia, ganadora de la Competencia argentina, vista también en Valdivia. Lo mejor no estuvo en las competencias, por cierto, sino en la sección Panorama, donde hubo algunas propuestas interesantes. Pero lo cierto es que el Bafici parece estar perdiendo aquel espíritu de aventura, de riesgo, de propuesta de nuevos nombres que resultaran extraordinarios, como Jia Zhang-ke, por ejemplo, revelación premiada en 2001, que hoy vuelve al Bafici en un documental, como autor consagrado. Todo un símbolo. No obstante, ¡Larga vida al Bafici!

Con Placer y martirio, José Celestino Campusano ganó el premio al mejor director en la Competencia argentina. Campusano es un gran director, soy casi fan de su obra previa, pero esta última no logró el nivel de las anteriores. Con ella, Campusano salió del conurbano y aterrizó en Puerto Madero. Y utilizo ese verbo porque la suya parece obra de un extraterrestre, está construida obviamente por alguien que viene de otro contexto, y sobre su imaginario de lo que probablemente sea el comportamiento de un grupo social que le es ajeno. No es sólo el problema de la actuación estática de sus personajes, como sucede en sus películas anteriores, sino la falta de carnadura de los mismos, el artificio de los diálogos, su recitado artificioso –sin ser Bresson-, las frases sentenciosas para el bronce. Esta historia de una mujer insatisfecha, que encuentra un hombre que la excita, la hace sentir más viva que con su marido, que la saca de su aburrimiento pero que la somete, la humilla y abusa de ella, luce tan dibujada como una caricatura.
Si hasta ahora Campusano había pintado un mundo de hombres, donde la mujer ocupaba un lugar secundario y de acompañamiento, ahora es ella la protagonista. Y el director pone en vigor toda su misoginia: excepto la mucama - de clase diferente, quien tiene también sus traspiés-, todas las mujeres ocupan roles degradados, están ridiculizadas o humilladas en su sometimiento al machismo, patéticas en su afán por encontrar placer, por rejuvenecer, aunque deban vampirizarse a sí mismas. Del amante sabemos poco, mantiene su actividad fuera de campo, aunque sospechamos algo turbio, por la rapidez con que acepta el dinero de ella, pero su machismo también está ridiculizado. Campusano no tiene merced con nadie, a diferencia de sus historias del conurbano, donde ojalá regrese a recuperar su frescura.

Vi dos películas de Irán, que tienen un punto en común: esperaba la proyección de Taxi, de Jafar Panahi, porque las películas previas que había realizado durante su censura habían sido magistrales. No ocurre lo mismo en esta: Panahi retoma el formato película-de-viaje-en-auto- tan cara al cine iraní, con un Panahi al volante de un taxi, donde suben y bajan pasajeros desprevenidos (¿o no?), algunos conocidos suyos, a los cuales filma con una cámara fija en el tablero. Panahi ha de haberse divertido sin duda al realizar este film, pero uno no puede dejar de preguntarse por el status de su situación en Irán, las condiciones de su prisión domiciliaria, su encierro –en un taxi- y su libertad, etc etc etc.

La otra película iraní estaba en la Competencia internacional: Atomic Heart, de Ali Ahmadzadeh. También esta transcurre casi íntegramente dentro de un coche, pero es muy diferente de Taxi. Comienza como una comedia ligera, de una pareja de bellas chicas que tras una fiesta inician una road movie después de hora, encuentran amigos, observan la ciudad nocturna, cantan, opinan sobre el estado de la sociedad y el mundo, hasta que tras un choque aparece un personaje misterioso, una suerte de salvador que se propone llevárselas a otra dimensión. De la comedia, al miedo y de allí, al delirio. Un disparate que muestra la versatilidad del cine iraní.


La película de cierre fue La calle de los pianistas, opera prima de Mariano Nante, un film de temática coherente con una programación que tuvo un fuerte apoyo en los films dedicados a la música, ya una marca de la gestión Panozzo. Rue Bosquet en Bruselas: allí vive en una gran casa la familia Tiempo-Lechner. Junto a ella, en la casa de al lado, la amiga de todos, Martha Argerich. Esa calle se llena de notas musicales, porque en la primera vive una dinastía de músicos, y la de Martha está abierta a todos los artistas. El film se centra en dos de ellos: Karin Lechner, otrora niña prodigio, eximia pianista, y su hija Natasha Binder, de 14 años, quien ha seguido los pasos de su madre. El documental no da mayores explicaciones, hasta que al final, en una entrevista, se revela la filiación: Karin es hija de Lyl Tiempo, famosa pianista que fue maestra de ambas, hija y nieta, y ahora enseña a su otra nieta, de 3 años, hija del también pianista Sergio Tiempo. Lyl es hija de Antonio de Raco y Elizabeth Westerkamp, célebres músicos ambos. Cuatro generaciones de pianistas argentinos. El film los toma en su intimidad, en las charlas entre madre e hija, las lecciones de piano, la música compartida, con la evocación de Argerich que tarda en aparecer, pero su música se oye desde la casa vecina, mientras los otros entrenan. Un film delicado, sensible y cálido, de amor a la música, que enseña cómo tocar Schumann, dónde reforzar una nota, o recuerda los conciertos de los chicos, gracias a un frondoso archivo de la familia y los prolijos diarios de Karin.

Hubo mucho más, mejor y peor. Por ejemplo, más cine argentino: Ragazzi, La vida después, El incendio y otras. Me referiré a esas películas en ocasión de su próximo estreno.

Josefina Sartora 

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