Bafici 2015, última nota
Si hubiera que hacer un
balance, este Bafici no estuvo a la altura de lo que siempre se espera de él. O
tal vez no tuve suerte: las mejores películas ya las había visto en festivales
previos, y de lo nuevo que propuso el Bafici, muy poco hay muy bueno. La prueba
es que los premios fueron en gran parte a aquellas películas ya vistas: la
india Court, ganadora de la Competencia internacional y del premio
Fipresci, ya había recibido un premio en Venecia, y yo la vi en Valdivia; La
princesa de Francia, ganadora de la Competencia argentina, vista
también en Valdivia. Lo mejor no estuvo en las competencias, por cierto, sino
en la sección Panorama, donde hubo algunas propuestas interesantes. Pero lo
cierto es que el Bafici parece estar perdiendo aquel espíritu de aventura, de
riesgo, de propuesta de nuevos nombres que resultaran extraordinarios, como Jia
Zhang-ke, por ejemplo, revelación premiada en 2001, que hoy vuelve al Bafici en
un documental, como autor consagrado. Todo un símbolo. No obstante, ¡Larga vida al Bafici!
Con Placer y martirio, José
Celestino Campusano ganó el premio al mejor director en la Competencia
argentina. Campusano es un gran director, soy casi fan de su obra previa, pero
esta última no logró el nivel de las anteriores. Con ella, Campusano salió del
conurbano y aterrizó en Puerto Madero. Y utilizo ese verbo porque la suya
parece obra de un extraterrestre, está construida obviamente por alguien que
viene de otro contexto, y sobre su imaginario de lo que probablemente sea el
comportamiento de un grupo social que le es ajeno. No es sólo el problema de la
actuación estática de sus personajes, como sucede en sus películas anteriores,
sino la falta de carnadura de los mismos, el artificio de los diálogos, su
recitado artificioso –sin ser Bresson-, las frases sentenciosas para el bronce.
Esta historia de una mujer insatisfecha, que encuentra un hombre que la excita,
la hace sentir más viva que con su marido, que la saca de su aburrimiento pero
que la somete, la humilla y abusa de ella, luce tan dibujada como una
caricatura.
Si hasta ahora Campusano
había pintado un mundo de hombres, donde la mujer ocupaba un lugar secundario y
de acompañamiento, ahora es ella la protagonista. Y el director pone en vigor
toda su misoginia: excepto la mucama - de clase diferente, quien tiene también
sus traspiés-, todas las mujeres ocupan roles degradados, están ridiculizadas o
humilladas en su sometimiento al machismo, patéticas en su afán por encontrar
placer, por rejuvenecer, aunque deban vampirizarse a sí mismas. Del amante sabemos
poco, mantiene su actividad fuera de campo, aunque sospechamos algo turbio, por
la rapidez con que acepta el dinero de ella, pero su machismo también está
ridiculizado. Campusano no tiene merced con nadie, a diferencia de sus
historias del conurbano, donde ojalá regrese a recuperar su frescura.
Vi dos películas de Irán,
que tienen un punto en común: esperaba la proyección de Taxi, de Jafar Panahi,
porque las películas previas que había realizado durante su censura habían sido
magistrales. No ocurre lo mismo en esta: Panahi retoma el formato
película-de-viaje-en-auto- tan cara al cine iraní, con un Panahi al volante de
un taxi, donde suben y bajan pasajeros desprevenidos (¿o no?), algunos
conocidos suyos, a los cuales filma con una cámara fija en el tablero. Panahi ha
de haberse divertido sin duda al realizar este film, pero uno no puede dejar de
preguntarse por el status de su situación en Irán, las condiciones de su
prisión domiciliaria, su encierro –en un taxi- y su libertad, etc etc etc.
La otra película iraní
estaba en la Competencia internacional: Atomic Heart, de Ali Ahmadzadeh. También
esta transcurre casi íntegramente dentro de un coche, pero es muy diferente de Taxi.
Comienza como una comedia ligera, de una pareja de bellas chicas que tras una fiesta inician
una road movie después de hora,
encuentran amigos, observan la ciudad nocturna, cantan, opinan sobre el estado
de la sociedad y el mundo, hasta que tras un choque aparece un personaje
misterioso, una suerte de salvador que se propone llevárselas a otra dimensión.
De la comedia, al miedo y de allí, al delirio. Un disparate que muestra la
versatilidad del cine iraní.
La película de cierre fue
La
calle de los pianistas, opera prima de Mariano Nante, un film de
temática coherente con una programación que tuvo un fuerte apoyo en los films
dedicados a la música, ya una marca de la gestión Panozzo. Rue Bosquet en
Bruselas: allí vive en una gran casa la familia Tiempo-Lechner. Junto a ella, en
la casa de al lado, la amiga de todos, Martha Argerich. Esa calle se llena de
notas musicales, porque en la primera vive una dinastía de músicos, y la de
Martha está abierta a todos los artistas. El film se centra en dos de ellos:
Karin Lechner, otrora niña prodigio, eximia pianista, y su hija Natasha Binder,
de 14 años, quien ha seguido los pasos de su madre. El documental no da mayores
explicaciones, hasta que al final, en una entrevista, se revela la filiación:
Karin es hija de Lyl Tiempo, famosa pianista que fue maestra de ambas, hija y
nieta, y ahora enseña a su otra nieta, de 3 años, hija del también pianista
Sergio Tiempo. Lyl es hija de Antonio de Raco y Elizabeth Westerkamp, célebres
músicos ambos. Cuatro generaciones de pianistas argentinos. El film los toma en
su intimidad, en las charlas entre madre e hija, las lecciones de piano, la
música compartida, con la evocación de Argerich que tarda en aparecer, pero su
música se oye desde la casa vecina, mientras los otros entrenan. Un film
delicado, sensible y cálido, de amor a la música, que enseña cómo tocar Schumann,
dónde reforzar una nota, o recuerda los conciertos de los chicos, gracias a un
frondoso archivo de la familia y los prolijos diarios de Karin.
Hubo mucho más, mejor y
peor. Por ejemplo, más cine argentino: Ragazzi, La vida después, El
incendio y otras. Me referiré a esas películas en ocasión de su próximo
estreno.
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