7 de abril de 2015

Es un monstruo grande

Leviatán (Leviafan)
Dirección: Andrei Zvyagintsev
Guión: Oleg Negin y Andrei Zvyagintsev
Rusia/2014


Premiado en Cannes y Venecia, Andrei Zvyagintsev despierta interés y comentarios con cada nuevo film, que cosecha tantos aplausos como rechazos. Como me había parecido con su opera prima El regreso, este último se trata de una obra muy ambiciosa pero algo forzada en su enorme pretensión. La historia pretende ser una alegoría del país, un espacio micro donde sucede lo mismo que en el macro, y carga las tintas poniendo todo sobre la mesa. Muy en la tradición rusa, su intención lo acerca a Dostoievski, y a Tolstoi en su grandilocuencia, en su deseo de abarcarlo todo. No en su excelencia. Todo lo cual podría evocar a Tarkovski, claro.

La historia es muy potente, sobre el abuso de poder encarnado en el alcalde de un pueblo del norte, un cualquiera, brutal, pero que tiene la foto de Putin tras su sillón, en un mensaje sin palabras. El factótum enfrenta a Kolya, un hombre con una propiedad de herencia familiar frente al mar, donde vive y resiste con su mujer y su hijo. El litigio altera su vida, poniendo en crisis toda la relación del hombre con la familia. Resulta muy obvia la referencia a Job, y a Leviatán, porque Kolya, como el Job de la Biblia, pierde todo: su casa, su mujer, su libertad. La ambición cruel y la corrupción son la fuerza del país, amparadas en una ley y una burocracia que los favorece, con el beneplácito y estímulo de la iglesia ortodoxa. Frente a la fuerza institucional, los individuos quedan vulnerables, frágiles, fácilmente dominados. Frente al monstruo, la resistencia del pequeño no tiene ninguna salida. El director ya había abordado también con pesimismo similares temas de los factores de poder en su film previo, Elena, otra elaborada pieza de realismo social.


Zvyagintsev es muy hábil con la cámara para desarrollar cada uno de los núcleos del film: con amplios planos secuencia, que respiran y se toman el tiempo necesario, una a una se van mostrando las vivencias de cada personaje en una sociedad que parece bastante hostil, algo salvaje, o tal vez todo sea efecto del alcohol que corre por sus venas. Y la naturaleza está bellamente fotografiada, por Mikhail Krichman, en una paleta media, iluminación baja y sabio uso de la profundidad de campo.

Kolya es alcohólico y violento, así que poco puede hacer para salir de la trampa que le ha puesto el sistema. Ningún aspecto de la realidad queda ajeno o en pie. Para mayor metáfora, allí está Leviatán, ese monstruo marino, cuyo esqueleto yace en la playa. O ese otro monstruo, la máquina de demolición. Ante tanta disolución, pareciera que lo único permanente es la naturaleza, el paisaje silencioso.


Excesiva, ampulosa –como la música de Philip Glass- tomada como paradigma por quienes critican el sistema de la Rusia post-soviética, la película ganó un Golden Globe, fue candidata al Oscar y su guión ganó el premio en Cannes a pesar de ciertas inverosimilitudes y contradicciones obvias, lo cual demuestra las motivaciones que se mueven detrás de los premios. Sin embargo, Zvyagintsev sostiene que su film no tiene una finalidad política sino moral, y que no habla sobre su país sino sobre la naturaleza humana.


Josefina Sartora

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