Las esferas
invisibles
Diego
Muzzio
Buenos
Aires, Entropía, 2015
218 páginas
Asombra
que la epidemia de fiebre amarilla, que azotó la ciudad de Buenos Aires en
1871, haya merecido tan poca atención por parte de novelistas e historiadores
argentinos. En momentos de construcción de la nación, la peste marcó un hito en
el devenir de la ciudad, que dejaba de ser una aldea, y la transformó
históricamente. Diego Muzzio ambienta las tres nouvelles de su libro Las esferas invisibles alrededor de
esa epidemia. El autor muestra un particular interés -una obsesión, podría decirse- en el tema de la muerte,
como lo habíamos comprobado en su anterior libro de cuentos, Mokba.
Sus historias derivan de la mejor tradición clásica del gótico y del terror,
combinado con cierta vertiente de la gauchesca.
El
primero de estos cuentos largos, “El intercesor”, retrocede en relato enmarcado
o una suerte de flashback con la
confesión de su protagonista agonizante hasta la época de Rosas y se interna en
la frontera con el indio, lugar impreciso donde se ha perdido toda ley, toda
jerarquía, pero también todo orden natural, y donde se percibe la presencia del
Diablo, mencionado en el epígrafe de Joseph Conrad. En “El ataúd de ébano”
Muzzio desarrolla las consecuencias de la epidemia, una de las cuales fue la
carencia de ataúdes suficientes para tal cantidad de muertos. También en este
caso, se impone la presencia de lo sobrenatural en una historia en la que todo
habla de muerte. Por último, “La ruta de la mangosta” pone en escena el gran
antídoto contra la muerte: la fotografía, que eternizaría la imagen del
retratado más allá de su desaparición física. Este cuento dominado por la
estética gótica incursiona en otro tema ausente en la literatura argentina: el
consumo del opio.
La prosa
de Muzzio, también poeta, revela un trabajo dedicado con el material, algo tan
poco habitual en la actual narrativa. No sólo atraen las peripecias de los
relatos, sino también las formas sutiles que adquiere el lenguaje. Muzzio
revela un cuidadoso estudio de época y costumbres que le sirve para construir
una firme estructura histórica donde ambientar esas historias en las que lo
físico convive con lo inasible, lo turbio, la incertidumbre, hasta el horror. Su
dibujo de los personajes, sus
descripciones, la incursión de lo mágico dentro de un espacio realista, logran trasuntar
un clima de lobreguez, misterio y melancolía en esas historias que mucho tienen
que ver con la del país y la ciudad, también ellos tan macabros. Muy acertado
el título del libro, que proviene de Herman Melville: “…las esferas invisibles
fueron creadas por el terror”.
Josefina
Sartora
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