29 de julio de 2015




Las esferas invisibles
Diego Muzzio
Buenos Aires, Entropía, 2015
218 páginas 


Asombra que la epidemia de fiebre amarilla, que azotó la ciudad de Buenos Aires en 1871, haya merecido tan poca atención por parte de novelistas e historiadores argentinos. En momentos de construcción de la nación, la peste marcó un hito en el devenir de la ciudad, que dejaba de ser una aldea, y la transformó históricamente. Diego Muzzio ambienta las tres nouvelles de su libro Las esferas invisibles alrededor de esa epidemia. El autor muestra un particular interés -una obsesión, podría decirse- en el tema de la muerte, como lo habíamos comprobado en su anterior libro de cuentos, Mokba. Sus historias derivan de la mejor tradición clásica del gótico y del terror, combinado con cierta vertiente de la gauchesca.

El primero de estos cuentos largos, “El intercesor”, retrocede en relato enmarcado o una suerte de flashback con la confesión de su protagonista agonizante hasta la época de Rosas y se interna en la frontera con el indio, lugar impreciso donde se ha perdido toda ley, toda jerarquía, pero también todo orden natural, y donde se percibe la presencia del Diablo, mencionado en el epígrafe de Joseph Conrad. En “El ataúd de ébano” Muzzio desarrolla las consecuencias de la epidemia, una de las cuales fue la carencia de ataúdes suficientes para tal cantidad de muertos. También en este caso, se impone la presencia de lo sobrenatural en una historia en la que todo habla de muerte. Por último, “La ruta de la mangosta” pone en escena el gran antídoto contra la muerte: la fotografía, que eternizaría la imagen del retratado más allá de su desaparición física. Este cuento dominado por la estética gótica incursiona en otro tema ausente en la literatura argentina: el consumo del opio.

La prosa de Muzzio, también poeta, revela un trabajo dedicado con el material, algo tan poco habitual en la actual narrativa. No sólo atraen las peripecias de los relatos, sino también las formas sutiles que adquiere el lenguaje. Muzzio revela un cuidadoso estudio de época y costumbres que le sirve para construir una firme estructura histórica donde ambientar esas historias en las que lo físico convive con lo inasible, lo turbio, la incertidumbre, hasta el horror. Su dibujo de los personajes,  sus descripciones, la incursión de lo mágico dentro de un espacio realista, logran trasuntar un clima de lobreguez, misterio y melancolía en esas historias que mucho tienen que ver con la del país y la ciudad, también ellos tan macabros. Muy acertado el título del libro, que proviene de Herman Melville: “…las esferas invisibles fueron creadas por el terror”.

Josefina Sartora



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