La Venus de las pieles (La
Vénus à la fourrrure)
Dirección : Roman Polanski
Guión: Roman Polanski
sobre la obra de David Ives
Francia-Polonia/2013
Ya es un tópico
en Polanski su elección por los lugares cerrados, las locaciones mínimas, en lo
posible con unidad de lugar, los pocos personajes –cuatro, o tres- las
situaciones de encierro. Con La Venus de las pieles lleva esas
características a sus máximas posibilidades. Pero no sólo en la puesta en
escena es el director fiel a sí mismo y a sus elecciones, sino que también en
la temática vuelve a transitar en los límites: con el acento puesto en el juego
del poder, y de cómo éste cambia de mano, pero también en otras polaridades: el
placer y el dolor, la intelectualidad y la simpleza, el hombre y la mujer, etc.
Para su apretada,
económica última película, Polanski contó con la formidable actuación de dos
geniales intérpretes franceses: su mujer actual, Emmanuelle Seigner, y Mathieu
Amalric. La película es un juego de varias puestas en abismo: se trata de la
transposición al cine de una exitosa (en Broadway) obra de teatro de David Ives
en la cual el protagonista es el autor de otra obra de teatro basada en la
novela que Leopold von Sacher-Masoch escribió en 1870, La Venus de las pieles. En un teatro de París, la hora del casting
ha pasado, cuando llega al teatro una aspirante, retrasada, que insiste en
hacer su prueba. La mujer es muy torpe y pesada, con modales vulgares, el
director quiere irse y trata de sacársela de encima, sin lograrlo: la mujer
tendrá su prueba. La obra versa sobre cómo un hombre se somete con placer a la
dominación de su dama, en una suerte de relación esclavo/ama. Ella –que ha
llegado vestida de cuero negro, con cinta de argolla al cuello para entrar en
tema, y declara llamarse Vanda, igual que la protagonista de la obra en cuestión-
sorprende al director sacando de su bolso un vestido de época ideal para el
personaje, y más aún cuando se transforma totalmente al decir sus líneas. A
partir de entonces, se establece entre ambos una corriente de comprensión, de
complicidad y empatía con la obra, confundiéndose ficción y realidad, personaje
y actor en forma permanente, en un juego sutil, señalado por las inflexiones de
voz de la actriz. Seigner deslumbra y despliega seducción en el rol de su vida.
Vanda va ganando escena, al punto de proponer cambios en la obra, que demuestra
conocer casi mejor que el mismo autor, y sigue dando pautas sugerentes de que
tras su máscara subyace otra verdad. El director dice las líneas del
protagonista, llegando a confundirse también con él, cerrando así una articulación
dialéctica constante entre ficción y realidad, al punto de no saber a ciencia
cierta en qué lugar estamos.
Además de la reflexión
sobre el teatro y la actuación, no falta la mirada inquisitiva hacia la mujer
actual, y sobre todo, los manejos del
poder masculino en ese juego sado-masoquista de relaciones de poder entre los
sexos que deviene más equívoco, más ambiguo, más perturbador a medida que
avanza/n la/s obra/s. Dominación, humillación, provocación, muestran ser lugares
equívocos, cambiantes, cruzados en permanentes desplazamientos.
Con una única locación en
esa sala de teatro, casi en tiempo real, el film de Polanski se inscribe en la
tradición de teatro dentro del cine, que ha tenido obras logradas entre los
franceses –Rivette, Resnais –con sus dos últimos films, sin ir más lejos: Vous
n´avez ancore rien vu y Aimer,
boire et chanter-, Malle y otros, y el mismo Polanski con La muerte
y la doncella y con su experiencia similar en Un dios salvaje, también
en un único departamento, con cuatro actores, y un juego permanente sobre el
uso del poder.
El manejo de la perversión
y erotismo que explora Polanski remite a obras anteriores, y es notable por
momentos el parecido de Amalric con el director, sobre todo en la escena en
que, con labios pintados y tacones altos, recuerda la caracterización de
Polanski en El inquilino, otro
film en el cual la identidad y el género pasaban por desdoblamientos
enmascarados. Amalric, gran actor, también atraviesa un proceso de
transformación lleno de matices, con variedades de registro que asombran, a la
par que seducen. Polanski no cesa de hablar de sí mismo.
Si bien por momentos
parece reiterarse, o estirarse demasiado, el juego verbal y físico es tan
potente que esos dos grandes actores –inteligentes, magnéticos, y la dirección
de un experto en el tema logran sostener la obra.
Josefina
Sartora
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