13 de agosto de 2015

De Sade y Masoch

La Venus de las pieles (La Vénus à la fourrrure)
Dirección : Roman Polanski
Guión: Roman Polanski sobre la obra de David Ives
Francia-Polonia/2013



Ya es un tópico en Polanski su elección por los lugares cerrados, las locaciones mínimas, en lo posible con unidad de lugar, los pocos personajes –cuatro, o tres- las situaciones de encierro. Con La Venus de las pieles lleva esas características a sus máximas posibilidades. Pero no sólo en la puesta en escena es el director fiel a sí mismo y a sus elecciones, sino que también en la temática vuelve a transitar en los límites: con el acento puesto en el juego del poder, y de cómo éste cambia de mano, pero también en otras polaridades: el placer y el dolor, la intelectualidad y la simpleza, el hombre y la mujer, etc.

Para su apretada, económica última película, Polanski contó con la formidable actuación de dos geniales intérpretes franceses: su mujer actual, Emmanuelle Seigner, y Mathieu Amalric. La película es un juego de varias puestas en abismo: se trata de la transposición al cine de una exitosa (en Broadway) obra de teatro de David Ives en la cual el protagonista es el autor de otra obra de teatro basada en la novela que Leopold von Sacher-Masoch escribió en 1870, La Venus de las pieles. En un teatro de París, la hora del casting ha pasado, cuando llega al teatro una aspirante, retrasada, que insiste en hacer su prueba. La mujer es muy torpe y pesada, con modales vulgares, el director quiere irse y trata de sacársela de encima, sin lograrlo: la mujer tendrá su prueba. La obra versa sobre cómo un hombre se somete con placer a la dominación de su dama, en una suerte de relación esclavo/ama. Ella –que ha llegado vestida de cuero negro, con cinta de argolla al cuello para entrar en tema, y declara llamarse Vanda, igual que la protagonista de la obra en cuestión- sorprende al director sacando de su bolso un vestido de época ideal para el personaje, y más aún cuando se transforma totalmente al decir sus líneas. A partir de entonces, se establece entre ambos una corriente de comprensión, de complicidad y empatía con la obra, confundiéndose ficción y realidad, personaje y actor en forma permanente, en un juego sutil, señalado por las inflexiones de voz de la actriz. Seigner deslumbra y despliega seducción en el rol de su vida. Vanda va ganando escena, al punto de proponer cambios en la obra, que demuestra conocer casi mejor que el mismo autor, y sigue dando pautas sugerentes de que tras su máscara subyace otra verdad. El director dice las líneas del protagonista, llegando a confundirse también con él, cerrando así una articulación dialéctica constante entre ficción y realidad, al punto de no saber a ciencia cierta en qué lugar estamos.

Además de la reflexión sobre el teatro y la actuación, no falta la mirada inquisitiva hacia la mujer actual, y sobre todo,  los manejos del poder masculino en ese juego sado-masoquista de relaciones de poder entre los sexos que deviene más equívoco, más ambiguo, más perturbador a medida que avanza/n la/s obra/s. Dominación, humillación, provocación, muestran ser lugares equívocos, cambiantes, cruzados en permanentes desplazamientos.

Con una única locación en esa sala de teatro, casi en tiempo real, el film de Polanski se inscribe en la tradición de teatro dentro del cine, que ha tenido obras logradas entre los franceses –Rivette, Resnais –con sus dos últimos films, sin ir más lejos: Vous n´avez ancore rien vu y Aimer, boire et chanter-, Malle y otros, y el mismo Polanski con La muerte y la doncella y con su experiencia similar en Un dios salvaje, también en un único departamento, con cuatro actores, y un juego permanente sobre el uso del poder.

El manejo de la perversión y erotismo que explora Polanski remite a obras anteriores, y es notable por momentos el parecido de Amalric con el director, sobre todo en la escena en que, con labios pintados y tacones altos, recuerda la caracterización de Polanski en El inquilino, otro film en el cual la identidad y el género pasaban por desdoblamientos enmascarados. Amalric, gran actor, también atraviesa un proceso de transformación lleno de matices, con variedades de registro que asombran, a la par que seducen. Polanski no cesa de hablar de sí mismo.

Si bien por momentos parece reiterarse, o estirarse demasiado, el juego verbal y físico es tan potente que esos dos grandes actores –inteligentes, magnéticos, y la dirección de un experto en el tema logran sostener la obra.


Josefina Sartora

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