Ricki and The Flash:
entre la fama y la familia (Ricki and The Flash)
Dirección: Jonathan Demme
Guión: Diablo Cody
Estados Unidos/2015
Una película a medida
para los fans de Meryl Streep, y no sólo para ellos. A los 65 años, Meryl
demuestra una vez más que está en plena forma, envidiable, para actuar, cantar
y moverse en escena, con una corporalidad activa, y plena de matices
expresivos. Ella es aquí Ricki, una mujer que hace años dejó atrás un nombre
–Linda-, un marido y tres hijos, y una vida burguesa acomodada en el Este para
realizarse como cantante de rock en la más progre California. Después de muchos
años sin ver a su familia, recibe un pedido de auxilio de su ex (Kevin Kline)
quien necesita ayuda para acompañar a su hija (Mamie Gummer, hija de Meryl
también en la vida real), quien tras el abandono de su marido ha caído en una
fuerte depresión autodestructiva. El destino pone frente a Ricki con lo que ella
ha dejado atrás, provocando su reencuentro con quienes no tienen ningún interés
en verla nuevamente.
El guión de Diablo Cody (premiada
guionista de La vida de Juno) abunda en las contradicciones que encarna
Ricki: como su peinado, mitad suelto, mitad trenzado, Ricki deseaba la fama
pero hoy canta con una banda en un oscuro bar concurrido por esos personajes
grises y deslucidos, y durante el día es cajera en un supermercado, donde un
yuppie gasta en una compra lo que ella gana en una semana; se viste con cuero
y metal, parece liberal en sus
costumbres, pero aborrece de Obama, ha votado dos veces a Bush, lleva un
tatuaje del Tea Party en su espalda y apoya las tropas que invaden otros
países; tiene una relación abierta con el líder de su banda, pero no ha
aceptado que su hijo sea gay, etc. Estas contradicciones son muy patentes en el
reencuentro con su familia, que lleva una vida muy diferente de la suya, en una
mansión que en nada se parece a su muy humilde departamento. Pero el film
explorar a fondo es estas diversidades planteadas, y deja temas importantes en
una suerte de limbo que no le hace nada bien. Esta indecisión hace crisis en la
escena que Ricki sostiene con la esposa de su ex, quien ha sido la madre de sus
hijos durante todos esos años: el diálogo –como así también el análisis de la
situación familiar- queda abortado.
Jonathan Demme ya había
contrapuesto estos dos estilos de vida en la inolvidable Totalmente salvaje, en la
que Melanie Griffith retenía a un ejecutivo llevándolo a un fin de semana de
locura libertina. Obviamente, está más cercano otro de sus film relacionados
con éste: El casamiento de Rachel, en que también se satirizaban las
convenciones sobre el casamiento.
El conflicto de la mujer
frente a la elección entre maternidad y profesión es ya un tópico en el cine,
con ejemplos brillantes como Mildred Pierce, La hija del minero, Sonata
de otoño, Recuerdos de Hollywood (también con Meryl Streep), Tacones
lejanos y tantas otras. Demme filma uno más, en su cuadro de situación
de la sociedad de su país.
Pero el verdadero
protagonismo y que en última instancia disculpa un guión inconvincente y algo errático,
reside en la música, que es elemento de unión y redención. Y aquí se despliega con
un conjunto de auténticos músicos liderados por Rick Springfield, y una rica
banda sonora que va desde Bruce Springsteen hasta Lady Gaga. Demme ya había
filmado varios documentales sobre músicos, y de Meryl, quien aprendió a tocar
la guitarra para el film, conocemos su versatilidad: es inolvidable su
asombrosa entrada al escenario del Central Park haciendo rondeaux en agosto de 2001, días antes del atentado. Una vez más,
Meryl lo hizo.
Josefina Sartora
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