10 de septiembre de 2015

Queremos tanto a Meryl

Ricki and The Flash: entre la fama y la familia (Ricki and The Flash)
Dirección: Jonathan Demme
Guión: Diablo Cody
Estados Unidos/2015


Una película a medida para los fans de Meryl Streep, y no sólo para ellos. A los 65 años, Meryl demuestra una vez más que está en plena forma, envidiable, para actuar, cantar y moverse en escena, con una corporalidad activa, y plena de matices expresivos. Ella es aquí Ricki, una mujer que hace años dejó atrás un nombre –Linda-, un marido y tres hijos, y una vida burguesa acomodada en el Este para realizarse como cantante de rock en la más progre California. Después de muchos años sin ver a su familia, recibe un pedido de auxilio de su ex (Kevin Kline) quien necesita ayuda para acompañar a su hija (Mamie Gummer, hija de Meryl también en la vida real), quien tras el abandono de su marido ha caído en una fuerte depresión autodestructiva. El destino pone frente a Ricki con lo que ella ha dejado atrás, provocando su reencuentro con quienes no tienen ningún interés en verla nuevamente.

El guión de Diablo Cody (premiada guionista de La vida de Juno) abunda en las contradicciones que encarna Ricki: como su peinado, mitad suelto, mitad trenzado, Ricki deseaba la fama pero hoy canta con una banda en un oscuro bar concurrido por esos personajes grises y deslucidos, y durante el día es cajera en un supermercado, donde un yuppie gasta en una compra lo que ella gana en una semana; se viste con cuero y  metal, parece liberal en sus costumbres, pero aborrece de Obama, ha votado dos veces a Bush, lleva un tatuaje del Tea Party en su espalda y apoya las tropas que invaden otros países; tiene una relación abierta con el líder de su banda, pero no ha aceptado que su hijo sea gay, etc. Estas contradicciones son muy patentes en el reencuentro con su familia, que lleva una vida muy diferente de la suya, en una mansión que en nada se parece a su muy humilde departamento. Pero el film explorar a fondo es estas diversidades planteadas, y deja temas importantes en una suerte de limbo que no le hace nada bien. Esta indecisión hace crisis en la escena que Ricki sostiene con la esposa de su ex, quien ha sido la madre de sus hijos durante todos esos años: el diálogo –como así también el análisis de la situación familiar- queda abortado.

Jonathan Demme ya había contrapuesto estos dos estilos de vida en la inolvidable Totalmente salvaje, en la que Melanie Griffith retenía a un ejecutivo llevándolo a un fin de semana de locura libertina. Obviamente, está más cercano otro de sus film relacionados con éste: El casamiento de Rachel, en que también se satirizaban las convenciones sobre el casamiento.


El conflicto de la mujer frente a la elección entre maternidad y profesión es ya un tópico en el cine, con ejemplos brillantes como Mildred Pierce, La hija del minero, Sonata de otoño, Recuerdos de Hollywood (también con Meryl Streep), Tacones lejanos y tantas otras. Demme filma uno más, en su cuadro de situación de la sociedad de su país.

Pero el verdadero protagonismo y que en última instancia disculpa un guión inconvincente y algo errático, reside en la música, que es elemento de unión y redención. Y aquí se despliega con un conjunto de auténticos músicos liderados por Rick Springfield, y una rica banda sonora que va desde Bruce Springsteen hasta Lady Gaga. Demme ya había filmado varios documentales sobre músicos, y de Meryl, quien aprendió a tocar la guitarra para el film, conocemos su versatilidad: es inolvidable su asombrosa entrada al escenario del Central Park haciendo rondeaux en agosto de 2001, días antes del atentado. Una vez más, Meryl lo hizo.


Josefina Sartora

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