Resulta inusitado que en la misma semana tengamos en Buenos Aires dos estrenos que replican un título: Victoria, nombre de sus protagonistas. Y además, se trata de dos films tan excelentes como diferentes entre sí.
Victoria
Dirección y guión: Juan Villegas
Argentina/2015
En el último Bafici ya se
había proyectado el documental de Juan Villegas, a mi juicio la mejor obra del
realizador de Sábado, Los suicidas y Ocio. Su protagonista es Victoria
Morán, cantante dueña de una voz extraordinaria, de un timbre cálido,
especialmente dotado para nuestro tango y folklore. Una de las mejores
cantantes argentinas, cuyo estilo clásico recuerda las mejores cancionistas del
tango clásico. Hace veinte años que cultiva su arte, con presentaciones,
discos, siempre alejada de las luces del estrellato, casi en el secreto de los
iniciados. Porque Victoria también es esposa y madre, y el bello documental de
Juan Villegas la registra en una cotidianeidad que combina sus actuaciones y
grabaciones con las tareas domésticas, el quehacer en la cocina, la abnegada
docencia con alumnos poco inspirados de su barrio, la composición. La cámara la acompaña en todas esas actividades
–que incluyen su propia producción- con una discreción y respeto admirables. Un
notable retrato que pone en evidencia cómo la mujer artista se las arregla para
compatibilizar sus múltiples actividades, muy lejos del divismo. Y con una
banda de sonido que nos empujó a salir a comprar todos sus (2) discos.
Victoria
Dirección: Sebastian Schipper
Guión: Sebastian Schipper, Olivia Neergaard-Holm y Eke Schukz
Alemania/2014
El otro es un film de
ficción, y su protagonista también se llama Victoria: una extranjera en Berlín,
una española que baila sola en un bar hasta la madrugada, cuando se va a
descansar antes de abrir el café donde trabaja. En la puerta del bar encuentra
a un grupo de cuatro muchachos con quien se pone a charlar mientras caminan sin
rumbo aparente, prolongando la noche con mucho alcohol –hace cuatro meses que
Victoria está en Berlín y no conoce a nadie. En una suerte de Después
de hora, Victoria vive una aventura que empieza como un encuentro
amistoso y banal, y que al llegar a la mitad del film cambia de tono y va
transformándose en un no merecido descenso a los infiernos. Sin buscarlo, sin
verlo venir, Victoria se ve envuelta en un hecho de violencia que tendrá
consecuencias trágicas irreversibles.
Lo curioso de este film
es que está filmado en un solo plano que dura los 140 minutos de la historia,
por consiguiente filmada en tiempo real, sin que pueda verse ninguna costura o
signo de unión alguno. Las livianas cámaras digitales permiten mucho más
fácilmente que las analógicas seguir a los personajes en su derrotero, subir y
bajar escaleras, atravesar espacios grandes y pequeños, sin el problema de
cambiar de rollo ni de cargar con los pesados equipos de antaño. Por eso el
film en un solo plano es el nuevo desafío en el cine.
El plano se sostiene aquí
con solvencia, acompañando una acción que deviene más y más frenética, con
amenazas violentas, crímenes, persecuciones, agregando adrenalina con su
realismo exacerbado. La proeza no se queda sólo en los logros técnicos, sino
que es notable el tino para modular los cambios de tono, el clima conseguido en
algunas escenas –la íntima en el café cuando Victoria narra su frustrada carrera
como pianista, la intrusión en un departamento o la anteúltima, en el hotel con
Victoria y su amigo Sonne. Son sobre todo logradas si tenemos en cuenta que
además mucho hay de improvisación en los diálogos y situaciones, hablados en un
inglés mediocre. El director sostiene que no hizo ningún empalme en el rodaje,
y que filmó la película tres veces, para elegir la mejor versión.
La película, que en
Berlín ganó un merecido premio a la fotografía, fue presentada en el último
Bafici y en reciente el Festival de Cine Alemán de Buenos Aires. La actriz
española Laia Costa también ganó un merecido premio en Berlín por su
interpretación de esta desprevenida Victoria.
Josefina Sartora
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