Macbeth
Dirección: Justin Kurzel
Guión: Jacob Koskoff, Todd Louiso y Michael Lesslie sobre la
obra de William Shakespeare
Reino Unido-Francia-Estados Unidos/2015
Las tragedias de Shakespeare continúan teniendo
absoluta vigencia, 400 años después de haber sido escritas. Eso ya lo hemos
dicho, suena a lugar común, y sin embargo uno sigue asombrándose de comprobarlo
cuando ve la actualización que hace Michael Almereyda de Cimbelino, o Baz Luhrmann
de Romeo
y Julieta, o el Coriolano de Ralph Fiennes, incluso
las variaciones que Matías Piñeiro realiza con las comedias, poniendo aparte
las preferencias estéticas. O la puesta teatral de Macbeth tan poco
convencional que montó Javier Daulte en el teatro San Martín hace pocos años. Las
aproximaciones a su obra pueden ser múltiples, como lo demuestra esta nueva
versión de Macbeth a cargo del australiano Justin Kurzel, después de que
Orson Welles, Akira Kurosawa y Roman Polanski dieran versiones memorables.
Comencemos por lo principal: Kurzel quiso borrar la
esencia teatral de la obra, que deviene un film de acción y thriller ambientado
en los amplios espacios de Escocia, fotografiados espectacularmente. Allí están
las batallas –la que da el poder a Macbeth y la que se lo quita- mostrando la
ferocidad de los hombres del medioevo, en escenas que recuerdan Rob
Roy o Corazón valiente. Allí están también los campamentos que
representan el hogar de Macbeth cuando es un lord y después el inmenso castillo
real. También están las libertades que se toma Kurzel, iniciando el film con
una escena del funeral del hijo de Macbeth, como si la ambición que sigue fuera
la reacción de un padre y una madre sacudidos por su pérdida. Una
interpretación que, si bien está subyacente –y la obra alude varias veces a su
carencia de hijos y descendencia- nunca es explicitada como tal en el original.
Otra libertad es la transformación de las brujas, que en esta versión pasan a
ser cuatro, aunque parecen estar siempre un poco fuera del cuadro, perdiendo el
film el aura mágica que atraviesa toda la obra.
La célebre pareja real está
interpretada por el germano-irlandés Michael Fassbender y la francesa
todoterreno Marion Cotillard. El está correcto en su papel, pero nunca se luce
en esos primeros planos con sus monólogos, de ambición primero, de paranoia
después, que se tornan reiterativos y monótonos, susurrados con muy poca modulación. Le
hemos visto mejores actuaciones. Kurzel elige conservar el inglés isabelino, lo
que puede entenderse más como parte de la recreación de época que como respeto
al texto. Cotillard sabe dar una tonalidad propia al personaje perverso que desata
la escala sangrienta de su esposo, ella es la que al principio maneja la trama y
al final transforma la famosa escena de la locura en una de arrepentimiento y
redención.
Como en Polanski, es esta una
versión sucia y violenta de la obra: las batallas son brutales, las heridas
quedan abiertas, el degüello es una muerte común, Macbeth nunca termina de
sacarse de encima la sangre derramada. Como Polanski, Kurzel recurre a la
violencia explícita, poniendo en escena batallas y asesinatos muy sangrientos,
que en el original ocurren fuera de campo y son narrados por mensajeros. O
atribuye la muerte de Lady Macduff y sus hijos a manos del propio rey. Como en
Welles, se trata de un macbeth oscuro, con una iluminación brumosa, a veces nocturna,
nunca luminosa.
Todo lo que se ha dicho en
los párrafos previos queda subsumido bajo la elección más fuerte de esta
versión: su fotografía estetizante, obra de Adam Arkapaw. Si los espacios entre
montañas nevadas en medio de la niebla resultan impactantes, no lo son menos
los interiores en ese castillo gótico con mucho de catedral, fotografiada de
manera estéticamente efectista, como ese gran plano cenital que toma en picado
al rey solo en su trono. O esas batallas
filmadas en cámara lenta, que llegan a congelar la imagen, dando lugar a
impresionantes explosiones de sangre, pero que nunca tocan lo sublime de la
batalla definitiva de El trono de sangre de Kurosawa. O
toda la escena final, en que el bosque de Birnam es reemplazado por el fuego,
en estilizada fotografía. La imagen estetizante y de gran atractivo, los
filtros rojos, los efectos visuales devoran el resto de la obra, distraen al
espectador, que se pierde en el fárrago de un Macbeth que no quedará
para la antología.
Josefina Sartora
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