El precio de un hombre (La loi du marché)
Stéphane Brizé
Francia/2015
Nunca más
oportuno el estreno de El precio de un hombre (La loi du marché),
en momentos en que el nuevo gobierno ha abrazado el neoliberalismo más
acérrimo, que impondrá, como en el resto del mundo capitalista, las leyes del
mercado que se rigen por los números y no miden el precio de un hombre.
La crisis que
trajo aparejada el neoliberalismo en todo el mundo se siente también en
Francia, a pesar de ser una de las economías más fuertes de Europa. El hombre del
título, Thierry, interpretado por el extraordinario Vincent Lindon, está
desempleado a los cincuenta años, y sigue las instrucciones del sistema para
estos casos: entrevistas que no tienen resultado y en algunos casos lo llevan a
la humillación, cursos de capacitación inútiles para conseguir un trabajo
digno, reuniones con los líderes sindicales que no aportan soluciones para el
problema de tantos, ni tienen capacidad de decisión para crear nuevas fuentes
de trabajo, etc. Mientras tanto se ve cada día más impedido de sostener a una
familia con un hijo especial, y a riesgo de perder lo que ha conseguido hasta
el momento.
Godard decía que
los grandes temas del cine son el amor y el trabajo. El cine europeo ya ha
encarado con notables films realistas el tema del trabajo y de la crisis
laboral: El empleo del tiempo y Recursos humanos de Laurent Cantet, El
adversario de Nicole García, Dos días, una noche de los hermanos
Dardenne (y casi toda la filmografía de éstos) fueron films de ficción al
tiempo que testimonios de las tribulaciones personales que acarrea un sistema
que ha perdido de vista la humanidad de sus integrantes. Stéphane Brizé, quien
había dado muestras de manejar el tema del amor en Mademoiselle Chambon (Un affair
d’ amour) y Algunas horas de primavera, se alinea con los directores
mencionados en el tratamiento seco y distanciado de la crisis laboral, sin
ilustración musical, filmando largas escenas con una cámara rigurosa, a
menudo en lugares cerrados que generan claustrofobia, o siguiendo a su
protagonista en su derrotero sin solución. Hasta que Thierry, frustrado por no
encontrar un trabajo acorde a su oficio y capacidades, acepta ser un guardia de
seguridad en un gran supermercado, donde debe controlar la conducta de los
clientes, pero también el accionar de sus compañeros de trabajo. La mirada de
Brizé no deja detalle sin delatar, tanto en la búsqueda laboral como en la
calidad de su nuevo trabajo. El tema colectivo de la crisis deviene íntimo y
personal cuando el sentido de dignidad de Thierry y su entereza moral lo pongan
a prueba cuando deba denunciar a sus compañeros por faltas mínimas, y sin
embargo fatales. Vivencias, emociones personales que contrastan con la
indiferencia e incluso crueldad de un sistema brutal.
La performance de
Lindon, actor fetiche del cine de Brizé –y que le valió la Palma de Oro en
Cannes al mejor actor- transmite sin necesidad de explicitaciones la ansiedad
de su calvario: su angustia ante los funcionarios del banco que le niegan un
préstamo y le proponen vender su casa, o ante quienes buscan quedarse con su
tráiler de vacaciones por mucho menos de su valor en una escena clave, pero
sobre todo, en esos planos secuencia que tienen lugar en el encierro de una salita
de interrogatorios en el supermercado, donde, apartado, se lo ve sufrir en sus
funciones, en una conducta que no es la que le indican sus principios morales.
Todo su lenguaje corporal habla de la contradicción que le impone el sistema,
en una suerte de cambio de bando. A su lado, el resto del elenco es no
profesional, algunos interpretando sus mismos roles de la vida real.
Podría
objetársele al film el enfoque monocromático del drama, o el único punto de
vista. Pero en suma, si bien no son nuevas, ni desconocidas, allí están, expuestas
en toda su medida y consecuencias, las leyes del mercado que no operan sobre
piezas de un engranaje, sino sobre seres humanos.
Josefina Sartora
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