15 de marzo de 2016

Pantalla Pinamar 2016 – 2ª nota


El Festival Pantalla Pinamar concluyó con éxito de público –superó nuevamente el nivel de espectadores- y de crítica. Un Festival que se caracteriza por su cordialidad, hospitalidad y excelencia en la organización. Bajo la dirección de Carlos Morelli las cosas se desarrollaron sin fallas, todo según lo previsto y anunciado. Las funciones se cumplieron a rajatabla, las conferencias de prensa matutinas fueron abundantes y para todo tipo de interés, y algo que es característico fue el nivel de colaboración de las distintas embajadas con PP. Ni el Festival de Mar del Plata –también organizado por el INCAA- ni el Bafici gozan de los beneficios y la colaboración de las distintas embajadas europeas que consigue PP: no sólo las películas que ellas aportan sino también la presencia de los embajadores y sus respectivos equipos, incluso los cócteles de mediodía que ofrecen ya constituyen una tradición.


PP tuvo dos premiaciones: el premio Signis, presente en muchos festivales, fue para Guaraní, Luis Zorraquín. El otro premio fue el de Balance 2015, para el cual competían películas producidas el año pasado, y que se decidía por votación del público y la prensa especializada. El Balance de Bronce fue también para Guaraní –que no he visto aún-, el de Plata para El clan, de Pedro Trapero, y el de Oro, con sorpresa de mi parte por lo arriesgado y duro del film, para Eva no duerme, de Pablo Ag”uero Por haber ganado este premio, Eva no duerme obtuvo también otros premios honoríficos y financieros.

Hubo un solo bache en PP. En la fiesta de clausura, los invitados estuvimos separados en dos salones, uno de los cuales, el VIP, estaba custodiado por unos señores con mucho gimnasio y poco salón, al cual los periodistas no tuvieron acceso. Pedí conversar con el joven intendente de Pinamar, MartínYeza. Me negaron la entrada, y me anunciaron que saldría en pocos minutos. Esperé más de media hora, pero el intendente permaneció inaccesible. Una pena realmente, un Festival tan cordial no merecía tan antipático final.

Si PP había tenido una apertura brillante con la proyección del film rumano El tesoro, de Corneliu Porumboiu -de bienvenido próximo estreno-, el cierre tuvo como film estrella una película muy menor, Ocho apellidos catalanes, secuela de la exitosa comedia –comercialmente hablando- Ocho apellidos vascos, ambos dirigidos por Emilio Martínez-Lázaro. Menos de lo mismo, en una serie de chistes sobre las distintas nacionalidades españolas, los vascos se burlan de los catalanes y éstos de los andaluces mientras se cruza una serie de enredos en esta parodia del nacionalismo que tal vez cause gracia a algún público. No a mí. Sorprende este desnivel tan alto entre ambos films, de apertura y cierre, que obedecen a concepciones estéticas o criterios cinematográficos tan dispares, hasta opuestos. O tal vez sea un ejemplo de la diversidad del catálogo de PP.


Que por cierto tuvo mejores momentos: uno de ellos fue el de Philippe Garrel, con su último film, A la sombra de las mujeres. No soy incondicional de Garrel. Si Los amantes regulares y Salvaje inocencia me parecieron esfuerzos no siempre logrados, que recuperaban algo del clima de la nouvelle vague pero no su magia y su genio, La jalousie me reconcilió con su propuesta. En este film pequeño, muy reciente y presentado en Cannes, vuelve sobre su tema principal: las relaciones de pareja. Como es habitual, con fotografía en un blanco y negro de poco contraste, este melodrama casi atemporal desarrolla la relación entre un hombre mediocre, con perfil de perdedor, oscuro director de documentales, y sus dos mujeres: la esposa, quien colabora en todos sus proyectos, y una archivista. Ambas superiores a él, lo aman, protegen, están prontas a satisfacer sus necesidades y requerimientos, son la clase de mujeres que aman demasiado. El hombre es un machista, sádico, egoísta y culpógeno, y es interesante ver cómo se desarrollan las cosas cuando su mujer sostiene también una relación paralela. Clotilde Courau se destaca: su personaje expone su amor, mientras su marido lo oculta. Sin dudas, A la sombra de las mujeres es un film feminista. El film se desarrolla con una ironía seca, austera, y muy humana, y resulta absolutamente verosímil. Con un final que supera todo el sarcasmo anterior.


Otro film destacable fue Magallanes, del director peruano Salvador del Solar , que llegó precedida con premios en varios festivales y tiene estreno inmiente. Que aborda un tema reiterado en este Festival: el ajuste de cuentas con hechos del pasado, que vuelve. El protagonista epónimo es un ex soldado que reencuentra una mujer que conoció veinte años atrás durante las luchas contra Sendero Luminoso. Su coronel de entonces, hoy un viejo discapacitado (un decrépito Federico Luppi) se había apoderado de la chica, entonces adolescente, y él y su tropa la habían sometido durante meses. Abrumado por el recuerdo y la culpa, Magallanes decide ayudarla, para lo cual se embarca en una serie de aventuras extorsivas que convierten al film en un thriller llevado con suspenso, algunos lugares comunes pero no exento de humor. La actriz es Magaly Solier, quien ya se había hecho notar en La teta asustada. El esfuerzo por superar el pasado tiene un desenlace sorprendente, que habla de la identidad originaria y de la dignidad que subsiste y se eleva por sobre todos  los abusos, como máximo valor.

No fue tan gratificante ver el último film de Sergio Castellito, Ninguno se salva solo. Suerte de reconstrucción de un amor, una pareja recién divorciada repasa en una cena la historia de su vida, con sucesivos flashbacks. Nada hay de original ni de muy interesante en ella, si bien cuenta con Riccardo Scamarcio y Jasmine Trinca, dos actores de gran éxito en el nuevo cine italiano reciente, quienes presentan sus personajes con empatía y sensibilidad.


En cambio despertó todo mi interés una coproducción franco-suiza, El amor es un crimen perfecto, dirigida por los hermanos Arnaud y Jean-Pierre Larrieu en 2013, con Mathieu Amalric, Karin Viard y Denis Podalyd`es en los roles principales. Filmada en el bellísimo enclave de Lausana, el protagonista constituye más un cliché que un personaje: el profesor de literatura –aquí director de un taller de escritura- soltero, seductor y adicto al sexo, que practica con todas sus alumnas. Pero el hombre tiene una cara oculta: es en realidad un psicótico asesino que vive una relación incestuosa con su hermana. Amalric tiene un talento especial para encarnar este tipo de personajes, y parece hacerlo sin ninguna dificultad, sino naturalmente. Thriller psicológico oscuro, muy chabroliano, donde las apariencias disfrazan ambiguamente la realidad y no todas las preguntas quedan con respuesta explícita. Las transparencias arquitectónicas de la universidad donde se desarrolla el thriller contrasta con a turbiedad de la propia historia.


Josefina Sartora

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