Pantalla
Pinamar 2016 – 2ª nota
El Festival Pantalla Pinamar concluyó con
éxito de público –superó nuevamente el nivel de espectadores- y de crítica. Un
Festival que se caracteriza por su cordialidad, hospitalidad y excelencia en la
organización. Bajo la dirección de Carlos Morelli las cosas se desarrollaron
sin fallas, todo según lo previsto y anunciado. Las funciones se cumplieron a
rajatabla, las conferencias de prensa matutinas fueron abundantes y para todo
tipo de interés, y algo que es característico fue el nivel de colaboración de
las distintas embajadas con PP. Ni el Festival de Mar del Plata –también
organizado por el INCAA- ni el Bafici gozan de los beneficios y la colaboración
de las distintas embajadas europeas que consigue PP: no sólo las películas que
ellas aportan sino también la presencia de los embajadores y sus respectivos
equipos, incluso los cócteles de mediodía que ofrecen ya constituyen una
tradición.
PP tuvo dos premiaciones: el premio
Signis, presente en muchos festivales, fue para Guaraní, Luis Zorraquín. El
otro premio fue el de Balance 2015, para el cual competían películas producidas
el año pasado, y que se decidía por votación del público y la prensa
especializada. El Balance de Bronce fue también para Guaraní –que no he visto
aún-, el de Plata para El clan, de Pedro Trapero, y el de
Oro, con sorpresa de mi parte por lo arriesgado y duro del film, para Eva
no duerme, de Pablo Ag”uero Por haber ganado este premio, Eva
no duerme obtuvo también otros premios honoríficos y financieros.
Hubo un solo bache en PP. En la fiesta de
clausura, los invitados estuvimos separados en dos salones, uno de los cuales,
el VIP, estaba custodiado por unos señores con mucho gimnasio y poco salón, al
cual los periodistas no tuvieron acceso. Pedí conversar con el joven intendente
de Pinamar, MartínYeza. Me negaron la entrada, y me anunciaron que saldría en
pocos minutos. Esperé más de media hora, pero el intendente permaneció
inaccesible. Una pena realmente, un Festival tan cordial no merecía tan antipático
final.
Si PP había tenido una apertura brillante
con la proyección del film rumano El tesoro, de Corneliu Porumboiu -de
bienvenido próximo estreno-, el cierre tuvo como film estrella una película muy
menor, Ocho apellidos catalanes, secuela de la exitosa comedia
–comercialmente hablando- Ocho apellidos vascos, ambos
dirigidos por Emilio Martínez-Lázaro. Menos de lo mismo, en una serie de
chistes sobre las distintas nacionalidades españolas, los vascos se burlan de
los catalanes y éstos de los andaluces mientras se cruza una serie de enredos en
esta parodia del nacionalismo que tal vez cause gracia a algún público. No a
mí. Sorprende este desnivel tan alto entre ambos films, de apertura y cierre,
que obedecen a concepciones estéticas o criterios cinematográficos tan
dispares, hasta opuestos. O tal vez sea un ejemplo de la diversidad del
catálogo de PP.
Que por cierto tuvo mejores momentos: uno
de ellos fue el de Philippe Garrel, con su último film, A la sombra de las mujeres.
No soy
incondicional de Garrel. Si Los amantes regulares y Salvaje
inocencia me parecieron esfuerzos no siempre logrados, que recuperaban
algo del clima de la nouvelle vague pero
no su magia y su genio, La jalousie me reconcilió con su
propuesta. En este film pequeño, muy reciente y presentado en Cannes, vuelve
sobre su tema principal: las relaciones de pareja. Como es habitual, con
fotografía en un blanco y negro de poco contraste, este melodrama casi
atemporal desarrolla la relación entre un hombre mediocre, con perfil de
perdedor, oscuro director de documentales, y sus dos mujeres: la esposa, quien
colabora en todos sus proyectos, y una archivista. Ambas superiores a él, lo
aman, protegen, están prontas a satisfacer sus necesidades y requerimientos,
son la clase de mujeres que aman demasiado. El hombre es un machista, sádico, egoísta
y culpógeno, y es interesante ver cómo se desarrollan las cosas cuando su mujer
sostiene también una relación paralela. Clotilde Courau se destaca: su
personaje expone su amor, mientras su marido lo oculta. Sin dudas, A la
sombra de las mujeres es un film feminista. El film se desarrolla con
una ironía seca, austera, y muy humana, y resulta absolutamente verosímil. Con
un final que supera todo el sarcasmo anterior.
Otro film destacable fue Magallanes,
del director peruano Salvador del Solar , que llegó precedida con premios en
varios festivales y tiene estreno inmiente. Que aborda un tema reiterado en
este Festival: el ajuste de cuentas con hechos del pasado, que vuelve. El
protagonista epónimo es un ex soldado que reencuentra una mujer que conoció veinte
años atrás durante las luchas contra Sendero Luminoso. Su coronel de entonces,
hoy un viejo discapacitado (un decrépito Federico Luppi) se había apoderado de
la chica, entonces adolescente, y él y su tropa la habían sometido durante
meses. Abrumado por el recuerdo y la culpa, Magallanes decide ayudarla, para lo
cual se embarca en una serie de aventuras extorsivas que convierten al film en
un thriller llevado con suspenso, algunos lugares comunes pero no exento de
humor. La actriz es Magaly Solier, quien ya se había hecho notar en La
teta asustada. El esfuerzo por superar el pasado tiene un desenlace
sorprendente, que habla de la identidad originaria y de la dignidad que
subsiste y se eleva por sobre todos los
abusos, como máximo valor.
No fue tan gratificante ver el último
film de Sergio Castellito, Ninguno se salva solo. Suerte de
reconstrucción de un amor, una pareja recién divorciada repasa en una cena la
historia de su vida, con sucesivos flashbacks.
Nada hay de original ni de muy interesante en ella, si bien cuenta con Riccardo
Scamarcio y Jasmine Trinca, dos actores de gran éxito en el nuevo cine italiano
reciente, quienes presentan sus personajes con empatía y sensibilidad.
En cambio despertó todo mi interés una
coproducción franco-suiza, El amor es un crimen perfecto,
dirigida por los hermanos Arnaud
y Jean-Pierre Larrieu en 2013, con Mathieu Amalric,
Karin Viard y Denis Podalyd`es en los roles principales. Filmada en el
bellísimo enclave de Lausana, el protagonista constituye más un cliché que un
personaje: el profesor de literatura –aquí director de un taller de escritura-
soltero, seductor y adicto al sexo, que practica con todas sus alumnas. Pero el
hombre tiene una cara oculta: es en realidad un psicótico asesino que vive una
relación incestuosa con su hermana. Amalric tiene un talento especial para
encarnar este tipo de personajes, y parece hacerlo sin ninguna dificultad, sino
naturalmente. Thriller psicológico oscuro, muy chabroliano, donde las
apariencias disfrazan ambiguamente la realidad y no todas las preguntas quedan
con respuesta explícita. Las transparencias arquitectónicas de la universidad
donde se desarrolla el thriller contrasta con a turbiedad de la propia
historia.
Josefina Sartora
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