18º
Bafici. 1ª nota
Claroscuros nunca cubre los festivales
de la misma manera. En alguna oportunidad, hemos elegido una sección, en otras,
breves reseñas de muchas películas, otras, una selección de los very few. En este 10º Bafici elegimos
esta última opción, para concentrarnos en los mejores títulos que vamos viendo,
y porque hay mucho descarte, películas de relleno que evidentemente han sido
incluidas para llegar a los 400 títulos, que no valen la pena de escribir ni
una línea. Por lo tanto, también haremos una cotidiana lista de lo que hay que
evitar. Hoy elegimos empezar con dos argentinas.
Hierba
Dirección
y guión: Raúl Perrone
Argentina/2015
Si
ya las categorías ficción y documental han perdido definición y diferencias, si
las fronteras entre géneros son cada día más lábiles, ahora podemos afirmar que
las artes también están perdiendo su especificidad clásica, en el cruce que se
está produciendo entre literatura y fotografía, teatro y narrativa, escultura y
escritura, y los híbridos instalación, performance, etc. Raúl Perrone, siempre
permeable a las transformaciones estéticas, siempre indagando en nuevas maneras
para el tratamiento del film, no queda ajeno a estas tendencias. Si en las
películas que le vimos en 2015 en el anterior Bafici y en el último Festival de
Mar del Plata ya concretaba un homenaje al cine mudo o silente, en Hierba,
su último film, presente en la Competencia Argentina en el 18º Bafici,
experimenta con el cruce entre cine y pintura.
Homenaje
a la obra de Édouard Manet Almuerzo sobre
la hierba, el film pone en escena ese cuadro, lo recrea con actores y un
decorado que se le asemejan, pero no se queda sólo allí, la película dura 65
minutos. Dichos personajes van transitando –primero individualmente, luego
acompañados- por distintos –y bellos, si bien lindando con el kitsch- planos que tienen cada uno una
escenografía diferente, con paisajes de estilo romántico y post-romántico, en
una compleja composición pictórica que evidencia el artificio. Si hay una
historia en ellos, es el eterno drama del hombre que cae rendido bajo la
seducción de la mujer, y su imposibilidad por controlar el deseo y sus
consecuencias.
Una
elaborada banda de sonido acompaña estas viñetas sin diálogo: música
vibracional, ladridos, cantos de los pájaros, fluir del agua, todo muy
trabajado, con reiteraciones y mezclas, logrando un clima de ambigüedad acorde
con la imagen y la narración apenas sugerida. Otro Perrone tan auténtico como
radical.
La larga noche de Francisco Sanctis
Dirección y guión: Andrea Testa y Francisco Márquez
Argentina/2016
La
Competencia Internacional siempre incluye films argentinos que lo merezcan. Es
laudable la presencia de este film, que también habrá de proyectarse en el
próximo Festival de Cannes. Notable porque –si bien es lo más nuevo del nuevo
cine argentino- ni se acerca a los clichés tan remanidos de joven-que –se
niega-a-crecer, o adolescentes-en-la-nada, o niños-ricos-aburridos, y tantas
más. Este film ¡se anima a lo político! Y a pesar de estar dirigido por dos
novísimos directores, muy jóvenes, nacidos después de la dictadura, reflejan el
clima que vivimos en aquella época con un realismo y dramatismo estremecedor.
Basado
en la novela homónima de Humberto Costantini –militante, compañero de Haroldo
Conti- la película relata un día –y sobre todo una noche- de Francisco Sanctis,
un mediocre empleado de empresa que sueña con un improbable ascenso y tiene una
vida tranquila con su esposa docente y sus dos hijos. Francisco es uno de
aquellos que en los ‘70 se animó a la militancia –palabra que hoy la han
cargado de oprobio, pero que entonces significaba luchar por un mundo mejor y
más igualitario- y también tuvo sus escarceos con la literatura. Pero cuando
llegó la hora de mayor compromiso, se “abrió”, como tantos otros, que eligieron
esa vida oscura y prefirieron no enterarse de lo que estaba ocurriendo
alrededor, incluso entre sus propios amigos. Pero el destino… es ineluctable.
Le llega a Francisco en la persona de una amiga de aquel período, quien le
entrega inopinadamente una información sobre personas que van a ser “chupadas”
esa noche. Allí comienza el largo calvario de Francisco, que intentará de uno y
otro modo sacarse la responsabilidad de encima, pasar la información, no
hacerse cargo una vez más.
Hace
tiempo que venimos admirando la calidad de los actores de la escena argentina.
Diego Velázquez confirma una vez más su ductilidad, en este caso para encarnar
ese burgués pequeño pequeño con aire chaplinesco, cuya máscara de miedo y
tensión no lo abandona jamás; Valeria Lois está maravillosa en esos diez
minutos como informante (no dejar de verla en estos días en la tablas con Esplendor, la obra de Santiago Loza, en
el rol de Natalie Wood), y Laura Paredes y Marcelo Subiotto también excelentes
en dos secundarios. Pero el centro de la escena está en Francisco, la cámara
nunca lo abandona en su peregrinar por una Buenos Aires nocturna, barrial,
portuaria y desértica, casi irreconocible, con una fotografía gloriosa, en
cuadros cerrados, planos cortos o primeros planos cerrados, señales del
encierro psicológico del protagonista.
Es
destacable que en ningún momento se deja traslucir el origen literario del
guión, que es de los propios directores. No hay aquí un narrador en off, no hay explicaciones innecesarias o
redundantes, no hay militares ni coches con sirenas, tan solo lo que ve
Francisco –gente que se esconde, o que huye- y en todo caso es el espectador –y
sobre todo el que ha vivido esa época- quien conoce el contexto. Tampoco hay
música, a excepción de la inclusión diegética de la canción –entonces tan
popular- de Roberto Carlos, Quiero tener
un millón de amigos, cuando Francisco decide asumir su destino.
Josefina
Sartora
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