¡Larga
vida al Bafici!
Terminó el 18º Bafici, y en esta
oportunidad se dio el raro caso de que recibieron premio las películas que me
gustaron. La larga noche de Francisco Sanctis, opera prima de los muy
jóvenes Andrea Testa y Francisco Márquez, ya reseñada, fue la gran ganadora,
con el primer premio de la Competencia Internacional, y premio a su gran actor,
Diego Velázquez. La película también ganó los premios paralelos, no oficiales,
Signis y Feisal. La también muy joven Melisa Liebenthal ganó el premio a Mejor
Directora en la Competencia Argentina con su film Las lindas (ver abajo) y
la colombiana Inmortal, de Homer Etminiani, también ya reseñada, ganó la
Competencia Latinoamericana. El premio a Mejor Director de la Competencia
Internacional fue para el egipcio Tamer El Said por su film In
the Last Days of the City. La excepción fue La noche, de Edgardo
Castro, que ganó el Gran Premio del Jurado (o segundo premio), decisión que no
comparto. Los otros premios fueron para películas que no tuve la suerte de ver.
Lo diremos una vez más: no tiene sentido realizar
un festival de 400 películas. Lo que para los organizadores es un logro a
conservar y reiterar, muchos lo consideramos una decisión que atenta contra la
calidad de la programación del Bafici. Y cada año este problema deviene más y
más agudo. La programación no tuvo brillos, y si bien tampoco hubo horrores,
hace tiempo que venimos lamentando la falta de buenas revelaciones, hallazgos,
las sorpresas a que nos habían acostumbrado Baficis anteriores, y que generaron
nuestro amor al Bafici. Nos dirán: es lo que hay hoy, y entonces con mayor
razón: acotemos la cantidad de películas. Es preferible un festival con 150 o
200 muy buenos títulos, establecer un filtro selectivo de vara más alta, que
sólo permita mostrar películas de gran nivel, con más proyecciones por
películas, para que pueda verlas mayor cantidad de público, y estaremos todos
más contentos. E incluso se achicaría el presupuesto, o con el mismo
presupuesto podría accederse a títulos que hoy no se dieron porque eran
demasiado caros. El otro aspecto a acotar es la cantidad de competencias, que
esta año aumentaron, dispersando aún más la atención, en sentido contrario a la
tendencia internacional, que es a reducirlas. Es imposible abarcar tanto.
Unas breves reseñas para terminar:
Las lindas. Melisa Liebenthal,
Argentina/2016. Competencia Argentina
Una
agradable sorpresa, opera prima de una directora muy joven, documental-ensayo
sobre las jóvenes porteñas de su medio ambiente de clase media alta, que llega con un premio en Rotterdam. Desde
niña, Melisa ha fotografiado y filmado a sí misma y sus amigas, y ahora, a los
veintipico, las entrevista para que hablen sobre las vivencias de su edad, su
pubertad, el devenir mujer, los tabúes, normas y mandatos familiares y
sociales, sus deseos y miedos. Lo que empieza con testimonios algo banales va
cobrando densidad e inteligencia de la mano de una directora que no se queda
allí, sino que indaga –a veces con humor corrosivo- en temas como género, autoimagen,
el aspecto físico y la necesidad de parecer linda, de seducir a la gente, disquisiciones
sobre el pelo largo que hoy todas llevan, o la depilación, y la necesidad -o
no- de responder a un modelo femenino establecido.
La helada negra. Maximiliano Schonfeld, Argentina/2016. Noches especiales
Ya
en Germania
Schonfeld había mostrado su sensibilidad para desplegar el mundo de los
campesinos descendientes de alemanes en Entre Ríos, comunidad que es la propia,
y que nunca antes el cine argentino había registrado. En esta oportunidad
vuelve a contemplar a sus congéneres, en contraste con una chica criolla, a
cargo de la talentosa Ailín Salas.
Como
salida de la nada, llega a una familia de hombres granjeros una joven que
misteriosamente salva los campos de la helada, se gana un lugar en ese hogar, y
su misterioso poder sanador llega a oídos de la comunidad, que acude en masa
buscando curaciones mágicas. Nada queda explicitado –y lo agradecemos- pero la
joven cumple con la figura mítica del extraño que llega ha hacer el bien a una
comunidad.
Basada
en un hecho real, La helada negra es
una película pequeña, franca y auténtica, y si bien podría tener ciertos
ajustes de guión, esto no desmerece su valor.
The Laundryman. Lee Ching, Taiwan/2015.
Competencia Vanguardia y Género
El
hombre del lavadero trabaja a las órdenes de su hermosa jefa limpiando
elementos indeseables, o –así se ofrecen- “limpiando la mancha de tu vida”,
esto es, matando gente por encargo. Y lo hace con mucha eficiencia. Más tarde
la lavandería se ocupa de procesarlos. El problema llega cuando los fantasmas
de sus víctimas llegan para acosarlo, invadiendo su hogar y su vida privada.
Por consejo de su jefa, consulta una médium joven y encantadora que lo ayudará
a desembarazarse de esas presencias que no lo dejan ni dormir, ni vivir en paz.
El debe conocer la causa de sus muertes para liberarse de ellos, y en eso
pondrán todo su empeño.
Con
momentos de acción, lucha cuerpo a cuerpo filmada con steady cam y cámara lenta y música estridente, y con una fotografía
excelente, el concepto de limpieza toma en el film un sentido muy amplio y
equívoco, ya que esa pareja sale a limpiar a los pasados clientes.
La
fórmula oriental del combo magia-acción-romance funciona bien al principio,
pero se va complicando a medida que aparecen otras subtramas y el relato se va
haciendo confuso. De todas maneras, se trata de un film que apunta a una
difusión comercial, y seguramente tendrá éxito en ese medio.
Traces of
Garden.
Wolfgang Lehmann, Suecia-Alemania/2016.
Un
film experimental, bien posicionado en la Competencia Vanguardia y Género.
Lehmann experimenta con la imagen y el sonido, a partir del registro de los
árboles frutales en primavera con sus ramas y con gran valor estético, sus
flores. Con una imagen en movimiento constante, la fotografía originaria de
plantas y agua va mutando, fundiéndose, en una deconstrucción permanente, donde
los planos se funden, se confunden, se pixelan, produciéndose pasajes sin solución
de continuidad. La banda sonora también es intervenida en una progresiva
estilización, desde el canto de los pájaros hasta una intuición electrónica.
El
resultado es un trip cinematográfico,
un estado de meditación lírica en el cual lo único inalterable es la pareja de
seres humanos entrelazados, confundidos en un torrente de naturaleza.
Josefina Sartora
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