Julieta
Dirección:
Pedro Almodóvar
Guión:
Pedro Almodóvar, basado en tres cuentos de Alice Munro
España/2016
Hay
delicados directores que han demostrado un talento y pregnancia peculiares para crear mundos y sensibilidades femeninas en el cine: Ingmar Bergman,
Douglas Sirk, Todd Haynes, algún Woody Allen, y por supuesto, Pedro Almodóvar. Julieta,
su película número 20, constituye sustancialmente un film de mujeres, y sus
hombres están desarrollados desde su exclusivo punto de vista. Tampoco ellas
son muchas: una Julieta mayor y otra juvenil, ambas interpretadas por actrices
diferentes –Emma Suárez, actriz de Julio Medem, y Adriana Ugarte, la
protagonista de la serie El tiempo entre costuras-, su hija,
una amiga, y la empleada doméstica. Si en Ese oscuro objeto del deseo Luis
Buñuel diferenció los aspectos de un mismo personaje encarnándolo en dos
actrices distintas, aquí ellas encarnan dos etapas muy diferentes de la vida de
Julieta. Los hombres están allí atravesados por las vivencias femeninas, su
amor, o su rechazo.
Estructurado
con fragmentos de la historia de la mujer del título, a lo largo de 30 años en
distintos momentos entre su adultez y la lejana juventud, con el alternado de
flashbacks, elipsis, diversas épocas, siempre centrado en la protagonista, a
quien la cámara nunca abandona, Almodóvar se las ha ingeniado para construir libremente una larga historia a partir de tres cuentos independientes de la nobel
canadiense Alice Munro: Destino, Pronto y Silencio.
En
su vigésima película, Almodóvar se ha permitido salirse del molde almodovariano
que él mismo había forjado, y construye una película distinta, con un mundo
otro, y sobre todo, con otro lenguaje, podríamos decir. Es cierto que están
allí sus gestos propios, su paleta de colores primarios saturados, el abuso del
rojo en la ropa, manos, labios, orejas, coches, ¡hasta tortas!, el contraste de
colores entre campo y ciudad, la obvia empatía del realizador con la
protagonista. Tampoco falta un doble homenaje a Chavela Vargas: una foto entre
los objetos amados y el tema de los títulos finales: Si no te vas, de Cuco Sánchez. Pero aquí en necesario olvidarse de
esperar el chiste fácil, la burla a las instituciones, la broma liviana. Esto
es un melodrama completo, heredero de los melos del Hollywood de los ’50, pero absolutamente
español.
Julieta
decide reconstruir su historia para su hija ausente, una hija que ha cortado
todo vínculo con ella a los dieciséis años. La madre nunca ha podido aceptar
este quiebre, le duele la falta, aunque evita referirse a ella. Puesto en negro
sobre el blanco del papel, con su relato volvemos atrás en el tiempo, para
conocer cómo constituyó una familia, aflojó los lazos con la suya de origen, y
su hija terminó alejándose de ella. Esta historia está relatada con un discurso
seco, con cierto distanciamiento, y las actrices recibieron la indicación de no
dejarse llevar por las emociones, no hacerlas manifiestas sino al contrario, mantenerlas
controladas ante la cámara. Cuando aparece Rossy de Palma esperamos sus habituales
toques de humor, pero ni siquiera a ella le están permitidos. Por el contrario,
de Palma en su personaje oscuro, ríspido, maquiavélico, es la encargada de
desatar la tragedia. (La tragedia griega
es el libro que lee Julieta en el tren cuando conoce a quien sería el padre de
su hija.) Los saltos temporales, el misterio, la información que se entrega en
forma parcial, van generando una tensión que se diluye en la última parte, menos
lograda. Si ambas actrices se destacan por sus sutilmente distintas
interpretaciones de Julieta, la presencia de Darío Grandinetti suena en
disonancia, en otro registro y totalmente fuera de lugar.
Aplaudida
en Cannes, Julieta no logró la aprobación española. La semana de su
estreno, trascendió que él y su hermano y socio Agustín estaban involucrados en
el escándalo financiero de los Panamá Papers. Almodóvar no tuvo la fortuna que
acompaña a nuestro presidente Macri: los Panamá Papers mancharon su imagen
pública, le ganaron el rechazo de sus compatriotas. Por otro lado, no deja de
pesar el hecho de que la película no responde a las expectativas que se generan
ante un Almodóvar clásico, al apartarse del modelo. Es este un Almodóvar
renovado, que propone un nuevo tratamiento a los temas consabidos. Se acabó la
iconoclastia, el desparpajo, sólo permanece el permanente interés por la
relación materno-filial. (¿Hay otro tema? decía mi analista.) Y por fin queda
el dolor, la profunda tristeza, el abandono y la falta, la culpa, la vejez, con
todo lo cual nos deja sacudidos, desvastados, en el mejor film de su última
época.
Josefina
Sartora
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