Matías Alinovi
París y el odio
Buenos Aires, Entropía, 2016
El odio hacia
París y hacia Francia toda fluye en cada línea de esta asombrosa novela de
Matías Alinovi, quien se revela como un gran nuevo novelista. Odio hacia la
celebridad instituida de esa ciudad, laudada por tantos, despreciada por el
protagonista, suerte de alter ego del autor, quien también es físico, quien
también es traductor, quien vivió penurias en París, al parecer. A diferencia
de tantos que hemos hecho el peregrinaje cortazariano por París, su
personaje Eladio Marino desmerece la
experiencia de Cortázar y su literatura, pero no puede apartarse de ellas. (Un
capítulo comienza diciendo “¿Encontraría a Maude?”, parafraseando el comienzo
de Rayuela.) No sabemos si por odio
genuino, frustración de quien no puede acceder o no está a la altura del mito,
o toda una simulación pretendidamente iconoclasta, en una suerte de amor-odio
muy personal y logrado.
Su nueva novela
(la primera había sido La reja, de alguna manera un homenaje
a Casa tomada, justamente, y escrita en
verso) atraviesa la historia de ese traductor que involuntariamente sigue los
pasos de Cortázar por la Ciudad Universitaria y la Orilla Izquierda, hasta dar
con un escritor consagrado. Novela en clave, su personaje Héctor Bianco está
basado en la figura de Héctor Bianciotti, escritor argentino miembro de la
Academia Francesa, a quien la novela describe detalladamente: homosexual, editor
de Gaulemard (=Gallimard), autor de Los
páramos plateados (=Los desiertos
dorados), ganador del premio Domina (=Femina), amigo de Topi (=Copi), hasta
su hundimiento en el Alzheimer. Y hay más claves, que no queremos denunciar.
Pero no es ese
el único recorrido: hay un inevitable grupo de amigos bohemios algo decadentes,
y entre tantos escritores, todos obsesionados con París, no faltan los robos
literarios; hay un sorpresivo descubrimiento de secretas galerías subterráneas
que unen la campiña con los túneles de París; y hay un grupo de musulmanes que
sembrarán la destrucción y desolación en todo el territorio francés, donde ya
no queda ningún mito por rescatar, en una reedición europea muy actualizada de
la dupla civilización y barbarie.
Todo esto, sí, y en
una novela breve, que ofrece una escritura maravillosa. El trabajo de Alinovi
con la lengua es formidable, similar al del poeta, y es es aspecto más alto de la novela. Su
prosa suena evocativa del verso, y no sólo el alejandrino de 14 sílabas, como
se encarga de advertir la contratapa. Párrafos enteros tienen una musicalidad,
un ritmo, una cadencia que guía la lectura con una fluidez de placer agradecido.
Valga un fragmento:
“Tenía que hacer tiempo. Amanecía. Buscó el Sena en el
mapa, qué otra cosa, el Sena obligatorio. Había que tomar la rue de Bercy y
bajar por el boulevard Diderot. Lo encontró detrás de unas defensas de piedra
majestuosas, bajo puentes soberanos, brillando movedizo entre calzadas muy
amanecidas y todo era mejor que el agua igual que en cualquier parte. Caminó
mirando el río hasta Saint-Michel, bajó al metro.
Y no pensó que había una lección agazapada en el
silencio esplendoroso de la piedra: el prestigio como afán de la distancia,
algo del orden de un desdén equilibrado. Porque en principio París era el
asombro sin un signo definido.”
Josefina Sartora
Qué lindo comentario, Josefina. Cuántos elogios. Lo leí con placer. Muchas gracias.
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