Georgia
O’Keeffe en la Tate Modern
La Tate Modern ha organizado hasta fin de octubre de 2016 una exhibición de la obra de Georgia O’Keeffe, al cumplirse 100 años de la primera muestra que
realizó en 1916 en Nueva York en la Galería de quien fuera después su marido, el fotógrafo y galerista Alfred
Stieglitz.
Esta
ha sido una excelente oportunidad para ver más de cien importantes obras de una
de las pioneras del arte plástico del siglo XX, provenientes de diversas
colecciones del mundo y reunidas en la Tate. Es
una retrospectiva muy bien documentada que presenta didácticos paneles sobre la
vida y obra de la artista.
O'Keeffe por Alfred Stieglitz |
La
exposición está desplegada en 13 salas dispuestas por orden cronológico, y se
complementa con fotografías de Stieglitz y de otros fotógrafos amigos, como Paul
Strand. Las fotografías del primer salón, junto a sus primeras obras, pertenecen
a la segunda década del siglo veinte (1916-17), muestran a una O’Keefe joven y salvaje,
posando desnuda. En las sucesivas salas, las fotografías de la ciudad de Nueva
York o las de paisajes de Nuevo México, reflejan una íntima correspondencia con
las pinturas de O’Keefe.
Georgia
O’Keeffe es conocida por sus magníficas
flores, esqueletos y paisajes en el desierto de Nuevo México. En esta
exhibición se pueden admirar muchas pinturas que yo desconocía, desde sus primeros
dibujos en grafito y carbonilla, los más expansivos trabajos en acuarela, que
transmiten una especial atmósfera de imaginería sensual, hasta las últimas
abstracciones de sencillos y polvorientos paisajes en óleo.
Las obras de un Manhattan nocturno con los grandes
edificios iluminados por la luna, donde vivió largo tiempo en los años 20
después de casada, transmiten con luces y sombras el espíritu de la gran ciudad
así como la soledad y el encierro.
La exposición muestra el desarrollo de la pintura de
O’Keeffe desde una rica paleta en la representación de la genitalidad floral,
en que se observa el logro de una profundidad abismal, gracias a la utilización
de los diversos matices de cada color. Esa pintura va evolucionando a lo largo
de los años en un paulatino despojamiento, hasta llegar a magníficos trabajos
de una abstracción, economía y simplicidad absolutas, con el uso de solo dos o
tres colores brillantes y despojados.
La muestra culmina con la exhibición de trabajos de los últimos años, que corresponden al final de su
vida artística, que transmite toda su fuerza. Se repite una
montaña con una grieta que la atraviesa en dos y en cada obra se observan
pequeñas diferencias de forma con distintos colores, de una suavidad y simpleza – pero también sensible
fuerza- que producen una agradable sensación de unión del cielo con la tierra. Estas
últimas obras, las más grandes de la muestra - casi ricas variaciones sobre un
mismo tema- me produjeron una peculiar y profunda emoción.
Ella vivió 98 años y desarrolló una particular forma de
ser mujer, independiente y artista en un mundo de varones, aunque nunca quiso ser
identificada con los movimientos feministas de su época.
Ana María Menéndez
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