16 de noviembre de 2016

Festival de Antofagasta 2016. 2


Neruda
Dirección: Pablo Larraín
Guión: Guillermo Calderón
Chile-Argentina-Francia-España-Estados Unidos/2016

Josefina Sartora

En AntofaDocs las películas se comprenden en varias secciones: Competencia de Largometrajes, de Cortos, Nuevos Lenguajes y la ecléctica Resistencias, que incluye cine para niños, Ventana al Cine Chileno, al Cine Colombiano y Literatura y Cine.




En la sección Resistencias se presentó la película que ha de abrir el Festival de Mar del Plata la semana próxima: Neruda, de Pablo Larraín. Mi relación con el cine de Larraín siempre ha sido ríspida. He buscado los valores que todos parecen encontrar en él, y que lo ha consagrado como uno de los más importantes directores chilenos del momento, si no el más, muy preciado y premiado. Pero mi búsqueda no ha dado buenos resultados, casi nunca. Tony Manero y Post Mortem me parecieron demagógicas y No, por lo menos oportunista. Creo que su mejor es El club, una película bastante incómoda, o menos complaciente.

Con Neruda, Larraín vuelve a revisar la historia reciente de Chile: ficcionaliza la persecución que sufrió Pablo Neruda en 1948, bajo el gobierno de Gabriel González Videla, cuando su Partido Comunista fue proscripto y pasó a la clandestinidad, y él tenía pedido de captura a pesar de su condición de senador. Luis Gnecco, el actor veterano que ya es figura conocida en el nuevo cine chileno, da el cuerpo a Neruda, y se parece bastante a la imagen física que tenemos de él. Su interpretación no aporta ningún matiz de diferencia con las que actuara para el obispo de El bosque de Karadima o el abogado penalista de Aquí no ha pasado nada: un burgués poderoso, que conoce los laberintos del poder, que goza de ciertas prerrogativas, a sabiendas de que su condición ha de mantenerlo al margen de ciertas exigencias que aquejan al hombre común. En un momento de la película, una camarada se ocupa de echárselo en cara. Larraín concibe a Neruda como un hombre lábil y frágil, un ególatra, un artista y político fundamental que padece de ciertas debilidades humanas, sobre todo de la carne. Frente a la figura de su mujer Delia del Carril (interpretada por Mercedes Morán) la imagen de Neruda se achica, poniendo en evidencia su dependencia y debilidad, sus contradicciones, su relatividad moral. El retrato de Neruda llega a bordear el ridículo, sobre todo en las escenas en prostíbulos. Oscilando entre el drama y la farsa, el film no puede evitar caer en la solemnidad.


Lo peculiar de este retrato de una época del escritor reside en que la película tiene (la molesta voz de) un narrador, contraparte del protagonista. Larraín ficcionaliza el personaje de un perseguidor: Gael García Bernal es el policía encargado de darle caza a un Neruda prófugo, quien recorre Chile buscando refugio, hasta que opta por pasar a Argentina a caballo por un paso en el Sur. De manera que conocemos la historia desde el ficticio e improbable punto de vista del narrador que va pisando los pasos del poeta, quien a su vez sufre el acoso de éste, y de una u otra manera le hace llegar libros de la colección Séptimo Círculo, de la que ambos son aficionados. Neruda manipula así a su perseguidor. El film muta así de documento político a thriller donde el gato y el ratón son a veces intercambiables. El narrador convierte la cacería en literatura auto reflexiva: pasa a ser una elaboración acerca del autor y su obra. El policía quiere homologarse en cierta forma con su perseguido, se resiste a su lugar de personaje secundario, ansía el protagonismo. Pero es un hijo de puta literalmente hablando, y un pobre diablo que no está a la altura de su presa; él mismo lo dice: “perseguí el águila y no sé volar”.

El film es técnicamente correcto, dirigido a tener su lugar en los festivales y la distribución masiva internacional. Con cámara inquieta, por momentos circular, lo cual imprime un dinamismo extra, hay una elección estética por la iluminación tenebrosa, el uso de luz natural, las oscuridades y claroscuros que ello genera, propios del noir y que acaso simbolicen la oscuridad de toda la época del auge del fascismo en Latinoamérica. Cuyas consecuencias habrían de derivar en la dictadura de Pinochet, de fugaz aparición en el film dirigiendo un campo de concentración. El guión contiene numerosas elipsis, cambios de ritmo y anacronismos tal vez intencionales (Neruda tenía 44 años en 1948, y aquí parece mucho mayor, es el Neruda de los ‘70).



Como otros films de Larraín, es ideológicamente ambiguo; frente a sus películas siempre tengo la sensación de que oculta un otro mensaje soslayado, subyacente, diferente del mostrado, con otra intención detrás de la obvia. En este caso, es ambiguo  sobre todo en su tratamiento del personaje, casi una caricatura de sí mismo. Neruda no vale como político, ni siquiera como poeta, recitando una y otra vez, sin ganas, cansina y artificiosamente, sus Veinte poemas de amor.

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