La La Land
Dirección y guión: Damien Chazelle
Estados Unidos/2016
Merecedora de varios Globos de Oro, y
firme candidata a varios Oscars, La La
Land relata, una vez más un tema caro a Hollywood: el mito del sueño
americano. Dos artistas, Mia y Sebastian (Emma Stone y Ryan Gosling), luchan
por cumplir sus vocaciones en Los Angeles –ella actriz, él músico de jazz-
mientras sobreviven –mal- en un entorno que no los valora, con empleos que los
hacen sentirse miserables. El Sueño combinado con una historia de amor que
atraviesa las distintas estaciones del año y números musicales: la fórmula
alquímica mágica que Hollywood convirtió en oro en los años ‘50.
La la land no
demuestra ambiciosas aspiraciones con respecto al género: es un hermoso
homenaje al mismo, una evocación algo desenfocada, como fuera de época, un
musical retro podría decir, que podrá ofender a los fans del género, pero no
defraudará a los amantes del cine, y a quienes no somos fans del musical, pero
amamos el jazz en todas sus formas, la gracia y la osadía.
Es posible que Emma Stone haya aprendido
con Woody Allen a manejar esa aleación de ferocidad y gracia que tan bien
exhibe aquí. Junto a Ryan Gosling forman una pareja ideal, una conjunción de
talento y encanto que les ha valido sendos Golden Globes, merecidísimos. Es la tercera vez que ambos actores se unen
en un film, y parece que la química entre ellos ha alcanzado un punto óptimo.
Sobre todo, para seducir al espectador.
Ryan Gosling había tenido un momento
sublime junto a Michelle Williams en Una historia de amor (Blue Valentine)
en el que cantaba una canción conmovedora. Aquí vive su momento de gloria con
Stone en el parque Griffith, en las alturas de Los Angeles, donde ambos bailan
un número fascinante. No son Fred Astaire ni Ginger Rogers con sus coreografías
célebres, ni siquiera Rita Moreno y George Chakiris en Amor sin barreras: son
dos actores que se animan a cantar y bailar y les sale muy bien. La cámara
parece bailar con ellos, sobre todo en la primera escena en la autopista, filmada
en un solo plano.
Damien Chazelle ha crecido desde Whiplash,
donde ya exudaba amor por el musical. Su película carece de ideas brillantes
–el epílogo es la más original del film-, la historia ni siquiera es muy interesante, pero su valor reside en la puesta en escena, el delicado uso de la luz y en la calidad des sus actores, y en que constituye un tributo al gran
Hollywood, no sólo al del musical clásico, o a Rebelde sin causa y otros
dramas, sino al cine contemporáneo, a la comedia americana. Sin ironía ni sarcasmo, nunca un pastiche ni
una sátira sino un film que parece hecho para venerar a sus mayores,
rescatándolos de un mundo donde están desapareciendo. Una curiosidad, sobre
todo en momentos en que nadie hace musicales y el mundo todo parece buscar
otras realidades, menos románticas, más brutales.
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Josefina Sartora
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