Bafici
2017 – Primera nota
De
las Competencias
Josefina Sartora
El Bafici ha perdido el ángel. No digo
que sea algo definitivo –y ojalá que no- pero hoy no se siente aquel
entusiasmo, aquella alegría que nos copaba a todos por acudir al Bafici, y esperar
expectantes le proyección de tantas películas. Mi lista siempre era larga
cuando empezaba cada nueva versión, ya no lo es. Ya no se producen aquellas
discusiones al salir de la sala, el debate, el encontronazo entre opiniones.
Hoy todo está lavado, es chicle, tibio o casi frío; no hay presencias, ni
polémicas, ni pasión. Y cuando desaparece la pasión, hay que preocuparse. Los
críticos andamos desperdigados, con una salita de prensa que da vergüenza
ajena, y que muestra elocuentemente el lugar en que el Bafici supone debe estar
la crítica y el periodismo.
La programación es acorde con lo dicho,
aunque en el zangoloteado anuncio de 400 películas –que todo Bafici anuncia
como una virtud, y para mí nunca lo ha sido- siempre hay cosas a destacar, algunos
títulos interesantes, unas pocas películas valiosas. Varios de esas películas
las había visto en festivales previos: las excelentes Sieranevada de Cristi
Puiu, Certain Women de Kelly Reichardt, Austerlitz de Sergei
Losnitza, La muerte de Luis XIV de Albert Serra, O ornitólogo, de Joâo
Pedro Rodrigues, y Yourself and Yours, de Hong Sang-soo.
Pero una de las mayores sorpresas –y
agradable- fue ver el film boliviano Viejo calavera, de Kiro Russo,
formado en la Universidad del Cine de Buenos Aires. En Competencia Oficial, fue
mi primera película del festival, y una de las mejores. La película oculta su
condición de opera prima, con una notable noción de puesta en escena de una de
las realidades más duras de Latinoamérica: la de los mineros en la montaña. Filmada
en las minas, y en la localidad de Huanuni, con los trabajadores que actúan de
sí mismos, la anécdota es menor: un joven algo marginal es acogido por su
padrino, quien lo lleva a trabajar a la mina, donde no hace más que
emborracharse, robar a su compañeros, es un verdadero calavera. Pero lo que
aquí importa es cómo está contada esa historia, cómo es mostrado ese mundo de
hombres rudos, que exponen sus cuerpos rugosos cada día, y que no sólo trabajan
en la mina: además actúan. La fotografía de Pablo Paniagua deslumbra con su uso
de claroscuros, los densos negros de la mina, donde sólo alumbran unas mínimas
linternas, y las oscuridades de la noche en la montaña, con esas tomas del
túnel de la mina que resultan escalofriantes. Con algo de documental
etnográfico y ficción neorrealista socialista, Viejo calavera es una de
los valores a destacar de este alicaído Bafici.
Porque después vino lo peor: la chilena Reinos,
de Pelayo Lira, sí denuncia su condición de opera prima, por la torpeza de la
propuesta: un romance entre un joven universitario y otra estudiante algo
mayor, a quien le gusta el sexo fuerte, por decirlo al modo de esta edición del
Bafici, contada sin ningún atractivo. Una película que practica el plano largo
para mostrar la cotidianeidad de esa pareja de destino incierto, sin nada a
destacar, sin nada a descubrir. Y la otra, que vibra en la misma onda: Demonios
tu ojos, del español Pedro Aguilera, en Competencia Vanguardia y
Género. Voyeurismo, incesto, perversiones varias en una película hueca o vacía
y lo que es peor: previsible.
Pero no todo son pálidas: la otra joya de
la corona es Estiu 1993, también opera prima, de la catalana Carla Simón.
Película de niños, de alta densidad dramática, con dos actrices infantiles que
asombran por su expresividad y capacidad de actuación. Es inevitable el
recuerdo de Ana Torrent, de Cría cuervos, de Sur:
las niñas vienen de ese tronco cinematográfico. Película de Gestalt familiar,
que habla de pérdidas y duelos, con un tono sobrio, seco, catalán diría, sin
caer nunca en demagogias ni sensiblerías, para hablar de sentimientos,
justamente. La película sostiene el punto de vista de la protagonista, y
presenta el drama sin necesidad de explicitaciones. E impacta saber que se
trata de una historia autobiográfica. Dos películas que están destinadas a los premios,
donde vayan.
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