Yo, Daniel
Blake (I,
Daniel Blake)
Dirección:
Ken Loach
Guión:
Paul Laverty
Reino
Unido-Francia-Bélgica/2016
Josefina
Sartora
Ken
Loach no cesa. Con 80 años y decenas de películas en su filmografía, ha
dedicado su carrera a los temas sociales, a la realidad social de Europa, en
busca de mayor justicia social. Su más reciente film se inscribe en esa línea. Daniel
Blake (Dave Johns) es un hombre común, casi heredero del neorrealismo italiano,
un carpintero que ha sufrido un infarto y no puede trabajar por prescripción
médica. Como todo hombre común, solicita una pensión, y también intenta
conseguir un nuevo trabajo. Pero se encuentra con la paradoja de que para obtener
un seguro de desempleo debe probar que trata de conseguir trabajo, y cuando lo encuentra
no puede ejercerlo por problemas de salud. Ergo, Daniel está paralizado, preso,
víctima de las contradicciones del sistema, y sin ingresos.
En
su peripecia por esas oficinas kafkianas –gubernamentales pero manejadas por
empresas privadas-, donde nadie tiene la clave para lograr su objetivo, donde
no puede presentar un formulario porque desconoce el manejo de las
computadoras, donde los empleados tienen prohibido colaborar para que lo logre,
Daniel cruza su camino con un alma en similares condiciones. Katie (Hayley Squires) es una joven inmigrante,
madre soltera, que ha pasado un tiempo con sus hijos en un albergue en Londres,
y ha conseguido que le asignen un departamento mínimo en Newcastle, la ciudad
donde vive Daniel, y allí ha debido mudarse. Pero las condiciones de vida de
Katie –sin trabajo- y sus hijos son extremadamente precarias, al punto de
depender de la caridad para comer. Entre ambos nace una amistad sostenida en
una auténtica solidaridad, que llegará hasta sus últimas consecuencias, como
todo el film.
La
de Daniel es una lucha por recuperar y conservar su dignidad. Como en otras
películas, el protagonista de Loach es la pieza decente, íntegra en sí misma,
que no termina de encajar en la máquina del sistema, y deviene su víctima. Loach
no da respiro, desde la inteligente primera escena, no sólo para presentar las extremas
condiciones de vida de sus personajes, sino al mostrar el marco burocrático que
los condiciona: seres que parecen autómatas, que carecen de sensibilidad, o tal
vez también sean personas decentes que no quieren perder su trabajo.
No
siempre las buenas intenciones alcanzan para logran un buen film. Grandes temas
(la Guerra Civil española) no tuvieron un film a su altura (La
canción de Carla); en cambio otros (Riff Raff) mostraron con
destreza las penurias de la clase obrera inglesa. Yo, Daniel Blake ganó la
Palma de Oro en el Festival de Cannes, en una decisión que la crítica no
compartió. Esta crítica acerba al sistema de seguridad social inglés es una
película noble, si bien carece de sutilezas, es directa y puede tachársela de
panfletaria, aunque tampoco carece de posiciones reaccionarias o, por lo menos,
conservadoras o convencionales. Hacia el final, sin embargo, el guión de su
habitual colaborador Paul Laverty parece haber perdido su concisión, cayendo en
el trazo grueso. La puesta en escena, como siempre en Loach, es impecable, con
unas locaciones realistas que imprimen al film su característica verosimilitud,
y la actuación de Dave Johns parece absolutamente espontánea.
Nunca
más oportuno estreno que éste, a nivel planetario. Inglaterra está sacudida por
sucesivas y numerosas calamidades de variado tipo: atentados terroristas de uno
y otro bando, incendios al parecer por negligencia, tensiones internas por controversias
sobre la salida de la Comunidad Europea. El film debe de haber significado un
golpe duro a los ingleses, siempre tan superiores, por mostrar las falencias de
su sistema, o que el hambre está instalado también entre ellos. Los Estados
Unidos se hallan divididos, al punto de eliminar los beneficios médicos del
MediCare. Sin ir tan lejos, Yo, Daniel Blake nos sirve como
espejo para mirar la dura realidad laboral y social argentina, en medio de
despidos masivos acompañados de una cruda eliminación de los beneficios
sociales.
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