AntofaDocs 2017
Josefina Sartora
Nuevamente en Antofagasta, en su Festival AntofaDocs, que se caracteriza
por la bondad de su estilo, la programación variada, la hospitalidad y simpatía
de sus organizadoras/es. Superado en mi primera visita el asombro ante esta
ciudad en el pleno desierto y junto al mar, sigue sorprendiendo la velocidad de
su crecimiento, que torna obvia la situación de prosperidad económica que vive
la región, la más rica de Chile gracias a los minerales que se extraen sin
cesar de su suelo: cobre, sal, y últimamente litio, el nuevo oro del mundo. La
construcción ha crecido en un año, sin que se observe ninguna regulación
edilicia o urbanística, y resulta inevitable preguntarse cómo estará
Antofagasta en diez años, si continúa desarrollándose a este ritmo
descontrolado.
En esta sexta edición, siempre bajo la dirección de la activa Francisca
Fonseca, el Festival amplió su apuesta: al contrario de la mayoría de los
festivales del mundo, que deben reducir su programación por estrecheces de
presupuesto, con los mismos fondos que el año pasado AntofaDocs incorpora una
nueva sección en competencia, Largometraje Nacional, y sus funciones son las
que convocan mayor cantidad de público. La ciudad de Antofagasta no tiene un
público cinéfilo, y el Festival procura revertir esta situación.
Hace ya un tiempo que AntofaDocs no se limita a los documentales. En una
prueba de que está abierto a todas las opciones, la película de apertura fue Cantar
con sentido, un corto/mediometraje de Leonardo Beltrán realizado en stop motion, biográfico de Violeta
Parra. El uso del stop motion da como
resultado que la película parezca algo infantil, pero no sólo por el aspecto
visual, sino que también surge del mensaje. Los comentarios son muy poéticos, tanto
por el lenguaje empleado como también por el uso de la rima, y muestra a
Violeta como una trabajadora de la canción, una artista polifacética, dejando
de lado su carácter combativo. Tan lavado es el mensaje, que hasta evita
especificar que ella acabó con su propia vida, voluntariamente.
Competencia
Largometraje internacional
Esta sección cuenta con siete títulos, algunos ya vistos y reseñados
durante el último Bafici, como el documental Casa Roshell de Camila
José Donoso, coproducción mexicano-chilena, la española Niñato de Adrián Orr que
ganara el Bafici, y Hoy partido a las tres, la celebrada película de ficción de
Clarisa Navas, coproducción argentino-paraguaya.
Rey. Dirección y guión: Niles Atallah, Chile-Alemania-Francia-Holanda-Qatar/2017
Orélie Antoine de Tounens ha inspirado varias películas. El francés que
quiso ser rey de la Patagonia es un personaje singular y fascinante, aunque (o
porque) poco se sepa de él. Si Carlos Sorín lo ubicó en Argentina, Niles
Atallah lo establece en la Patagonia chilena, donde se relaciona con los
mapuches y estos lo apoyan para fundar el reino de la Araucanía. Pero la
película no es lineal ni convencional al abordar su retrato. En realidad, la
historia de ese abogado francés que se sintió Rey de la Patagonia es un
pretexto para experimentar con el relato, la imagen y el sonido.
Esta película premiada en Rotterdam articula momentos de realismo a
manera de una road movie a caballo
con otros –la captura por los soldados, la prisión y el juicio a que es
sometido por la autoridad chilena- de gran artificio, al punto que todos los
actores usan máscaras. Pero la experimentación se ejerce también y
eminentemente sobre la imagen: cinta rayada, quemada o tratada con abrasivos,
imagen duplicada en diversas capas superpuestas, imágenes de archivo en blanco
y negro intervenidas, dando diferentes texturas visuales, todo da un resultado
psicodélico, con momentos surrealista, alusivo a la conciencia borrosa,
inexplicable, tal vez demente del protagonista, quien llega a devenir figura
crística. Ese desarrollo visual debilita el film, que había comenzado potente,
sobre todo en sus encuentros con los indios, los únicos que lo aceptan y
comprenden.
El vigilante. Dirección y guión: Diego Ros, México/2016.
El vigilante transcurre en una noche. Durante unas horas, a Chava
(Leonardo Alonso) le cambia la vida. Vigilante nocturno en una obra en
construcción frente a la cual se ha cometido un delito, debe atestiguar lo que
vio la noche previa. Pero su declaración no coincide con la de su compañero. A
partir de entonces el hombre, que es un ser puro, responsable, un íntegro con
principios morales, habrá de ceder ante la corrupción que lo rodea. Un colega
transgresor y desleal, policías que son criminales, compañeros que roban
materiales en la obra, desconocidos que tiran balazos al aire, padres que
venden su hijos: él quisiera corregir lo que sucede –Chava en realidad se llama
Salvador-, y correr junto a su mujer que va a dar a luz, pero la cruda realidad
se le impone.
Esta opera prima de Diego Ros está filmada con precisión, sin
subrayados, como un thriller nocturno, con un gran manejo de las oscuridades y
los ruidos que pueblan ese edificio siniestro, ominoso, un microcosmos
fantasmal e inquietante poblado de trampas a las buenas intenciones. Cuando
empieza el film Salvador va solo contra la corriente humana, en la escalera y
en el metro. El no es como los demás, difiere de la mayoría. Al finalizar esa
noche, Chavas ha perdido su chaqueta de vigilante y lleva puesta la camisa de
su compañero: él también ha claudicado.
Competencia
Largometraje Nacional
Jesús. Dirección y guión: Fernando Guzzoni, Chile/2016.
En el género de películas sobre la edad de iniciación, Jesús
es un retrato de un grupo de jóvenes de clase media en los suburbios de
Santiago. Jesús pasa sus mejores momentos practicando coreografías pop, algo
muy popular en Chile. El resto del tiempo, transcurre con sus amigos entre la
droga, el rock y los encuentros bisexuales. Sin madre, con un padre que está
mucho tiempo ausente y se muestra incomprensivo y poco comunicativo, sin
familia, Jesús parece patinar indiferente sobre la vida sin entusiasmo, pero
también sin conflicto. Fernando Guzzoni filma con un realismo a ultranza, sin
apasionamiento, casi de modo documental, siguiendo a su protagonista a corta
distancia a la manera de los Dardenne, con primeros planos.
En una noche de borrachera en patota, encuentran en un parque un chico
que está peor que ellos. Lo que empieza como una chanza va cobrando otros
niveles de violencia, hasta que se descontrola en una terrible agresión
gratuita que deja al muchacho medio muerto. La imagen de Jesús es muy poderosa,
libre, a veces brutal, como en esta escena de violencia y en las de sexo
explícito. O en la muy significativa en que él y sus amigos observan un video
de ejecuciones a manos de los narcos. Pero Guzzoni nunca acusa, nunca juzga.
Nicolás Durán tiene un promisorio debut, y no menos importante es la actuación
de Sebastián Ayala. Cuando Jesús cobra conciencia de la magnitud de su delito,
se quiebra por primera vez, y confiesa al padre lo sucedido. La narración, que
estaba filmada desde el punto de vista del muchacho, vira hacia el padre
(Alejandro Goic), quien se debate en su conflicto interior.
La película está basada en hechos reales, y busca mostrar como en cada
uno, en cualquiera, anida el horror.
¿Cómo hacer
cine con los pueblos originarios?
En este país donde hay una activa conciencia social acerca de las numerosas
comunidades originarias –sólo en la región de Antofagasta hay 18 grupos- fue
muy interesante que una de las actividades del Festival fuera una mesa de
debate sobre los protocolos que el cine debería respetar cuando se realizan
filmaciones con los pueblos originarios. Tanto Caroline Paez Torrealba de Punta
Arenas como Jorge Donoso de Antofagasta plantearon los problemas que se
presentan en sus regiones por la carencia de regulaciones o convenios. Por un
lado, reacciones de los originarios al ver que se vulnera su privacidad, y no
se respeta su imagen. Por otro, la invasión creciente en los últimos años de
equipos de filmación que realizan tanto films de publicidad, como ficción y
documentales, sin que haya una regulación acerca de la intromisión dentro de
las comunidades, con quienes a veces pactan y otras no, ni del uso de las
locaciones, que en la zona de Atacama son fascinantes. Lideró la mesa Jesse
Wente, quien compartió los lineamientos que se siguen en Canadá para establecer
un protocolo. El modelo más acabado es el de Australia, que elaboró un
protocolo ante el creciente interés y la participación de los pueblos
originarios en la producción cinematográfica. Ese modelo siguen los
canadienses. Dicho protocolo promueve una conducta ética basada en el respeto y
la confianza mutuos, y debe ser elaborado con la participación de las
comunidades. Establece la necesidad de un permiso para filmar personas,
ceremonias, objetos y lugares sagrados; es la comunidad la que decide si una
historia puede ser filmada, y dónde; esa colaboración debe continuar en la post
producción, y se deben compartir derechos y ganancias. De esta manera, el
protocolo permite y busca el empoderamiento de las comunidades de sus realidad
e identidad, al tiempo que evita el racismo y el trato colonialista hacia las
comunidades indígenas.
Viniendo de Argentina donde se vive una escalada racista, donde los
poderosos y sus medios de difusión consideran a las comunidades originarias por
lo menos como extranjeros, y por lo más como guerrilleros, resulta altamente
edificante oír hablar de ética, respeto al otro, confianza, esos valores y
cualidades humanas que se están perdiendo. Un ejemplo para tener como modelo,
aunque sea en la utopía.
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