14 de noviembre de 2017

AntofaDocs 2017

Josefina Sartora


Nuevamente en Antofagasta, en su Festival AntofaDocs, que se caracteriza por la bondad de su estilo, la programación variada, la hospitalidad y simpatía de sus organizadoras/es. Superado en mi primera visita el asombro ante esta ciudad en el pleno desierto y junto al mar, sigue sorprendiendo la velocidad de su crecimiento, que torna obvia la situación de prosperidad económica que vive la región, la más rica de Chile gracias a los minerales que se extraen sin cesar de su suelo: cobre, sal, y últimamente litio, el nuevo oro del mundo. La construcción ha crecido en un año, sin que se observe ninguna regulación edilicia o urbanística, y resulta inevitable preguntarse cómo estará Antofagasta en diez años, si continúa desarrollándose a este ritmo descontrolado.

En esta sexta edición, siempre bajo la dirección de la activa Francisca Fonseca, el Festival amplió su apuesta: al contrario de la mayoría de los festivales del mundo, que deben reducir su programación por estrecheces de presupuesto, con los mismos fondos que el año pasado AntofaDocs incorpora una nueva sección en competencia, Largometraje Nacional, y sus funciones son las que convocan mayor cantidad de público. La ciudad de Antofagasta no tiene un público cinéfilo, y el Festival procura revertir esta situación.

Hace ya un tiempo que AntofaDocs no se limita a los documentales. En una prueba de que está abierto a todas las opciones, la película de apertura fue Cantar con sentido, un corto/mediometraje de Leonardo Beltrán realizado en stop motion, biográfico de Violeta Parra. El uso del stop motion da como resultado que la película parezca algo infantil, pero no sólo por el aspecto visual, sino que también surge del mensaje. Los comentarios son muy poéticos, tanto por el lenguaje empleado como también por el uso de la rima, y muestra a Violeta como una trabajadora de la canción, una artista polifacética, dejando de lado su carácter combativo. Tan lavado es el mensaje, que hasta evita especificar que ella acabó con su propia vida, voluntariamente.

Competencia Largometraje internacional
Esta sección cuenta con siete títulos, algunos ya vistos y reseñados durante el último Bafici, como el documental Casa Roshell de Camila José Donoso, coproducción mexicano-chilena, la española Niñato de Adrián Orr que ganara el Bafici, y Hoy partido a las tres, la celebrada película de ficción de Clarisa Navas, coproducción argentino-paraguaya.


Rey. Dirección y guión: Niles Atallah, Chile-Alemania-Francia-Holanda-Qatar/2017
Orélie Antoine de Tounens ha inspirado varias películas. El francés que quiso ser rey de la Patagonia es un personaje singular y fascinante, aunque (o porque) poco se sepa de él. Si Carlos Sorín lo ubicó en Argentina, Niles Atallah lo establece en la Patagonia chilena, donde se relaciona con los mapuches y estos lo apoyan para fundar el reino de la Araucanía. Pero la película no es lineal ni convencional al abordar su retrato. En realidad, la historia de ese abogado francés que se sintió Rey de la Patagonia es un pretexto para experimentar con el relato, la imagen y el sonido.
Esta película premiada en Rotterdam articula momentos de realismo a manera de una road movie a caballo con otros –la captura por los soldados, la prisión y el juicio a que es sometido por la autoridad chilena- de gran artificio, al punto que todos los actores usan máscaras. Pero la experimentación se ejerce también y eminentemente sobre la imagen: cinta rayada, quemada o tratada con abrasivos, imagen duplicada en diversas capas superpuestas, imágenes de archivo en blanco y negro intervenidas, dando diferentes texturas visuales, todo da un resultado psicodélico, con momentos surrealista, alusivo a la conciencia borrosa, inexplicable, tal vez demente del protagonista, quien llega a devenir figura crística. Ese desarrollo visual debilita el film, que había comenzado potente, sobre todo en sus encuentros con los indios, los únicos que lo aceptan y comprenden.


El vigilante. Dirección y guión: Diego Ros, México/2016.
El vigilante transcurre en una noche. Durante unas horas, a Chava (Leonardo Alonso) le cambia la vida. Vigilante nocturno en una obra en construcción frente a la cual se ha cometido un delito, debe atestiguar lo que vio la noche previa. Pero su declaración no coincide con la de su compañero. A partir de entonces el hombre, que es un ser puro, responsable, un íntegro con principios morales, habrá de ceder ante la corrupción que lo rodea. Un colega transgresor y desleal, policías que son criminales, compañeros que roban materiales en la obra, desconocidos que tiran balazos al aire, padres que venden su hijos: él quisiera corregir lo que sucede –Chava en realidad se llama Salvador-, y correr junto a su mujer que va a dar a luz, pero la cruda realidad se le impone.

Esta opera prima de Diego Ros está filmada con precisión, sin subrayados, como un thriller nocturno, con un gran manejo de las oscuridades y los ruidos que pueblan ese edificio siniestro, ominoso, un microcosmos fantasmal e inquietante poblado de trampas a las buenas intenciones. Cuando empieza el film Salvador va solo contra la corriente humana, en la escalera y en el metro. El no es como los demás, difiere de la mayoría. Al finalizar esa noche, Chavas ha perdido su chaqueta de vigilante y lleva puesta la camisa de su compañero: él también ha claudicado.

Competencia Largometraje Nacional


Jesús. Dirección y guión: Fernando Guzzoni, Chile/2016.
En el género de películas sobre la edad de iniciación, Jesús es un retrato de un grupo de jóvenes de clase media en los suburbios de Santiago. Jesús pasa sus mejores momentos practicando coreografías pop, algo muy popular en Chile. El resto del tiempo, transcurre con sus amigos entre la droga, el rock y los encuentros bisexuales. Sin madre, con un padre que está mucho tiempo ausente y se muestra incomprensivo y poco comunicativo, sin familia, Jesús parece patinar indiferente sobre la vida sin entusiasmo, pero también sin conflicto. Fernando Guzzoni filma con un realismo a ultranza, sin apasionamiento, casi de modo documental, siguiendo a su protagonista a corta distancia a la manera de los Dardenne, con primeros planos.

En una noche de borrachera en patota, encuentran en un parque un chico que está peor que ellos. Lo que empieza como una chanza va cobrando otros niveles de violencia, hasta que se descontrola en una terrible agresión gratuita que deja al muchacho medio muerto. La imagen de Jesús es muy poderosa, libre, a veces brutal, como en esta escena de violencia y en las de sexo explícito. O en la muy significativa en que él y sus amigos observan un video de ejecuciones a manos de los narcos. Pero Guzzoni nunca acusa, nunca juzga. Nicolás Durán tiene un promisorio debut, y no menos importante es la actuación de Sebastián Ayala. Cuando Jesús cobra conciencia de la magnitud de su delito, se quiebra por primera vez, y confiesa al padre lo sucedido. La narración, que estaba filmada desde el punto de vista del muchacho, vira hacia el padre (Alejandro Goic), quien se debate en su conflicto interior.

La película está basada en hechos reales, y busca mostrar como en cada uno, en cualquiera, anida el horror.


¿Cómo hacer cine con los pueblos originarios?

En este país donde hay una activa conciencia social acerca de las numerosas comunidades originarias –sólo en la región de Antofagasta hay 18 grupos- fue muy interesante que una de las actividades del Festival fuera una mesa de debate sobre los protocolos que el cine debería respetar cuando se realizan filmaciones con los pueblos originarios. Tanto Caroline Paez Torrealba de Punta Arenas como Jorge Donoso de Antofagasta plantearon los problemas que se presentan en sus regiones por la carencia de regulaciones o convenios. Por un lado, reacciones de los originarios al ver que se vulnera su privacidad, y no se respeta su imagen. Por otro, la invasión creciente en los últimos años de equipos de filmación que realizan tanto films de publicidad, como ficción y documentales, sin que haya una regulación acerca de la intromisión dentro de las comunidades, con quienes a veces pactan y otras no, ni del uso de las locaciones, que en la zona de Atacama son fascinantes. Lideró la mesa Jesse Wente, quien compartió los lineamientos que se siguen en Canadá para establecer un protocolo. El modelo más acabado es el de Australia, que elaboró un protocolo ante el creciente interés y la participación de los pueblos originarios en la producción cinematográfica. Ese modelo siguen los canadienses. Dicho protocolo promueve una conducta ética basada en el respeto y la confianza mutuos, y debe ser elaborado con la participación de las comunidades. Establece la necesidad de un permiso para filmar personas, ceremonias, objetos y lugares sagrados; es la comunidad la que decide si una historia puede ser filmada, y dónde; esa colaboración debe continuar en la post producción, y se deben compartir derechos y ganancias. De esta manera, el protocolo permite y busca el empoderamiento de las comunidades de sus realidad e identidad, al tiempo que evita el racismo y el trato colonialista hacia las comunidades indígenas.

Viniendo de Argentina donde se vive una escalada racista, donde los poderosos y sus medios de difusión consideran a las comunidades originarias por lo menos como extranjeros, y por lo más como guerrilleros, resulta altamente edificante oír hablar de ética, respeto al otro, confianza, esos valores y cualidades humanas que se están perdiendo. Un ejemplo para tener como modelo, aunque sea en la utopía.



No hay comentarios:

Publicar un comentario