2 de noviembre de 2017

Un gallo en el gallinero

El seductor (The Beguiled)
Dirección y guión: Sofia Coppola
Estados Unidos/2017
El engaño (The Beguiled)
Dirección: Don Siegel
Guión: John B. Sherry y Grimes Grice
Estados Unidos/1971

Josefina Sartora


Son diversos los motivos que impulsan las remakes: admiración por una obra, o por un director, o, el más frecuente, el deseo de aggiornar una historia, volver a filmarla desde la postura contemporánea, que cambia en muchos aspectos con respecto a la película original.

Sofia Coppola realiza su primera remake de la película El seductor –o El engaño- realizada por Don Siegel en 1971, basadas ambas en la novela de Thomas P. Cullinan, de 1966. La directora ha declarado que realizó esta segunda versión para desplegar una mirada femenina ante la historia, frente a la primera de Don Siegel, que mostraba el punto de vista del único protagonista masculino. Sin embargo, no es tan así: en su versión de 1971, Siegel –dueño de una filmografía donde abundan los súper machos- responde en parte a la novela, que está narrada por las mujeres protagonistas. Cada una de las habitantes de esa escuela de señoritas en el Sur profundo de Estados Unidos durante la Guerra Civil expresa en un fluir de conciencia interno sus vivencias ante la llegada de ese soldado yanqui herido, un enemigo a quien encierran en su caserón mientras curan sus heridas.

El film de Siegel presenta crudamente desde su inicio el verdadero rostro de cada personaje: el recién llegado es el antihéroe, un manipulador mentiroso, que sabe cómo seducir a cada una de las mujeres y niñas de la casa, hasta a la esclava negra. Comienza por besar a la niña que lo encuentra herido en el bosque (Pamelyn Ferdin antes, Oona Lawrence en la actual, ambas excelentes actrices jóvenes), con lo cual consigue que lo oculte de sus perseguidores; continúa con el cortejo desembozado de la maestra y la mayor de las alumnas, y culmina con la seducción de la directora (Geraldine Page y Nicole Kidman). El film de Siegel es muy vital, primario y realista, presenta un mundo de alto erotismo donde el contacto de los cuerpos toma preeminencia. La remake de Coppola en cambio, es más contenida: basta ver la paleta de colores que elige, en tonos pastel, la iluminación difuminada, la semisombra del bosque musgoso, la noche a la luz de las múltiples velas, el volumen de las voces, nunca saliendo de la media. Si las jóvenes de Siegel visten ropas propias de pupilas de una escuela en la campiña, las de Coppola parecen damas de la corte de su previa María Antonieta. En ese mundo cerrado –como gusta filmar a la directora- la guerra se siente lejos, nunca amenazante como sucede en el de Siegel. Resultan más acechante, sin embargo, las columnas de la mansión donde reina Kidman, símbolo del encierro y claustrofobia, presente en ambas versiones.


La novela de se inscribe en lo que ha dado en llamarse el “gótico sureño”, y ambos directores tienen diferentes concepciones de su puesta en escena. Si la de Siegel es naturalista, la de Coppola es decorativa y decadente. La nueva versión elimina todos los detalles macabros o truculentos que abundan en Siegel, prefiriendo una estetización de la puesta, que no se corresponde con esa historia brutal, si bien su fotografía es delicada y exquisita. Yendo más lejos, elimina el personaje de la esclava negra: según su opinión, estaba estereotipada, y eso es cierto, pero así evita pronunciarse por un detalle que resulta ineludible tratándose de una historia ambientada en plena guerra civil, sin dejar de mencionar el dato logístico: ¿cómo funcionaba en la práctica esa comunidad de damas delicadas, cuya mayor preocupación es la conjugación de los verbos en francés?

Coppola entibia también otros aspectos, incluida la misoginia que declama la novela: la delicada Nicole Kidman imprime a su personaje de directora toda la represión sexual y social que transmite a sus pupilas. Si la Miss Martha de Siegel en el cuerpo de la ruda Geraldine Page arrastraba un pasado de incesto y un presente de turbio lesbianismo, la de Kidman se refugia en la religión, los susurros, la media sonrisa, la mirada esquiva y los buenos modales. La autoridad de Page resulta avasallante, la de Kidman, más sutil, si bien más perversa. Y si en Siegel el castigo que inflige al cabo está explícitamente asociado a la castración, en su segunda versión ésta apenas se insinúa.


Kirsten Dunst –suerte de actriz fetiche de Coppola- y Elle Fanning también se escudan tras una sexualidad reprimida, muy alejadas del dinamismo y decisión de sus precursoras, Elizabeth Hartmann y Jo Ann Harris. Entre ellas y la directora se entabla una competencia de mujeres de distintas edades por la presa masculina, que tendrá macabras consecuencias de reacción y venganza y despecho. Así, ambas versiones modulan de registro, hacia el terror.


Pero la diferencia más radical reside en el protagonista masculino: en 1970 Clint Eastwood estaba en la cima de su carrera como actor, epítome de la virilidad que exhibió en películas como Harry el sucio y los westerns, también bajo la dirección de Siegel. Su cabo McBurney es realmente un macho en ese nido femenino, que despliega sus artes de seducción para poder escapar del encierro a que lo han sometido esas mujeres. En cambio las dotes interpretativas de Colin Farrell apenas pueden con un papel mediano, ni hablar con ese único rol central masculino. Su escena más fuerte e íntima la tiene estando inconsciente, y la protagonista en ella es la cámara, que filma a una Miss Martha conmovida, excitada, mientras lava el cuerpo del herido. Su actitud frente a sus anfitrionas-carceleras es blanda, insegura, dubitativa, y su reacción posterior desmedida, incongruente con el personaje blando y pasivo de la primera parte.


Si Coppola intentó una respuesta feminista a la versión misógina de Siegel, su remake deja flotando más dudas que certezas. Coppola ganó el premio a la mejor dirección en el último Festival de Cannes. Señal del cine que prefiere el sistema.

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