13 de diciembre de 2017

A correr después de hora

Good Time: viviendo al límite (Good Time)
Dirección: Bennie y Josh Safdie
Guión: Ronald Bronstein y Josh Safdie
Estados Unidos/2017

Josefina Sartora



La referencia al Después de hora de Martin Scorsese es muy obvia, insollayable toda vez que se trate de una historia de sucesos vertiginosos que transcurren en una noche. Aunque aquí hay una previa: durante el día los dos hermanos Nikas roban un banco, nada sale bien, y terminan con la policía pisándoles los talones, hasta que uno de ellos cae. A partir de lo cual, su hermano intentará esa noche rescatarlo por diversos medios, y cada uno de ellos lo llevará a un círculo más profundo del infierno. Peripecia que atraviesa una Nueva York difícilmente reconocible, que deja de lado sus espacios más glamorosos para adentrarse en zonas más anónimas, opacas o marginales, como los barrios de Queens, o calles desangeladas. Los hermanos Josh y Bennie Safdie ya tenían en su filmografía varios ensayos sobre la vida urbana, que se elevan en este último opus. La sombra de Scorsese –nunca a su altura- se extiende también aquí, con la pintura de una New York sórdida y oscura, alejada de la postal turística, con una notable fotografía noctura de Sean Price Williams que embellece lugares poco atractivos: barrios y edificios populares, un parque de atracciones sin brillo alguno, un hospital algo descontrolado.

El bonito de Robert Pattison se aleja de su juego seductor de la saga Crepúsculo, incluso cambia su fisonomía, se afea, se entorpece, y pasa airoso la prueba con un rol tan poco glamoroso como la ciudad donde se mueve. Un antihéroe fiel a su hermano, que no duda en abusar de quien necesite –casi siempre afroamericanos-, con un don para la fábula y la improvisación, un misántropo, manipulador con fina intuición, que percibe lo que el otro desea oír. Pattison ha ampliado su espectro interpretativo, actuando con David Cronenberg en Cosmopolis y próximamente con Claire Denis. Y el codirector Bennie Safdie no teme hacer el ridículo con su personaje con discapacidades mentales y físicas: desde su aparición con una máscara que lo sofoca, pasando por su poco prudente conducta hacia sus compañeros de celda, hasta un final memorable. Hay un tercer personaje masculino, otro ladrón de poca monta, que completa este muestrario de perdedores y se une a la protaonsita de un film anterior de Josh Safdie, The Pleasure of Being Robbed.


Good Time es una de esas rara avis que, realizada al margen del mainstream de Estados Unidos, con recursos del cine indie, participó de la Competencia en el Festival de Cannes y es considerada por la crítica como uno de los mejores estrenos del año. El film tiene un particular ritmo: empieza por todo lo alto, con una velocidad vertiginosa, un montaje violento, ágil, de planos cercanos muy breves y movedizos, con una música ídem, para pasar a una planicie mucho más quieta, algo morosa quizás, que disuelve (demasiado) la adrenalina inicial, con planos más amplios, y en su último acto recupera algo de la agilidad necesaria para este thriller contra reloj. Ritmo que también le imprime la música eléctrica de Oneohtrix Point Never (o Daniel Lopatin). Film de un escape constante, con un frenesí que lamentablemente no se mantiene.



Hay tres personajes femeninos en Good Time, de tres generaciones diferentes, cada uno casi cliché: la novia (un casi cameo de Jennifer Jason Leigh, de quien a Bennie sólo le interesa su tarjeta de crédito; la chica de dieciséis años (Taliah Wbster), quien le sirve para zafar de situaciones incómodas, y su abuela, a quien engaña para ocultarse en su casa. Eso es la mujer para el protagonista: una herramienta para usar, y abusar. La cuarta mujer, la abuela, no llega a ser personaje. Hay un trasfondo racial, provocador, entre estos elementos del white trash marginal y su abuso de todos los personajes negros. Hasta que se imponga el destino.

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