El día después (Geu-hu)
Dirección y guión: Hong Sang-soo
Corea del Sur/2017
Josefina Sartora
Si las primeras películas de Hong
Sang-soo (El poder de la provincia de Kangwon, La virgen desnudada por sus
pretendientes, El día en que el cerdo cayó en el pozo)
me parecieron lo más creativo, original y talentoso salido del nuevo cine de
Corea del Sur, con sus evocaciones a la nouvelle
vague que dejaban de lado la linealidad, con narraciones que se repetían
desde distintos puntos de vista, a lo largo de pocos años y su profusa
filmografía, iba encontrando que con una fórmula que se repetía, Hong estaba
filmando variaciones sobre el mismo tema. La situación constante: un
intelectual, generalmente cineasta, en crisis que se aleja de su ciudad y en
otro lugar encuentra una chica a quien seduce y otros intelectuales con quien
tiene largas conversaciones sobre las relaciones humanas –muy evocadoras de
Rohmer-, regadas de abundante soju y comida. Claro que con excepciones, como Another
Country.
Este año Hong volvió a su mejor
forma con tres películas: Claire’s Camera, una delicia con dos
estrellas luminosas: Isabelle Huppert y Min-hee Kim, El día después, también
con Kim, ambas proyectadas en el Festival de Mar del Plata, e In
the Beach at Night Alone, que no he visto aún.
El día después es una comedia breve, sin las pretensiones de otras
anteriores, cargada de humor, sobre sus temas recurrentes: el amor, la
infidelidad, la repetición. El protagonista es en este caso Bongwan (Kwon
Hae-hyo) un editor y traductor, en crisis en su matrimonio, y con una amante
joven. Cuando esta relación también entra se traba, otra muchacha llega a
trabajar con él, y la esposa irrumpe en la librería para agredirla, convencida
de que ella es la amante de su marido. La gran actriz Min-hee Kim –musa de
Hong, bella y encantadora- da unos momentos formidables en esta suerte de
enredo que se plantea entre un hombre y un triángulo improbable, donde recibe
el maltrato de todos, hasta que una vuelta de tuerca tuerce la acción. Y tiene un
monólogo que queda como uno de los mejores momentos del cine de Hong.
Filmada en blanco y negro, con un
tratamiento casi minimalista, cuatro actores y pocas locaciones casi desiertas,
resulta una broma de Hong hacia sí mismo, cargada de ironía y ácido humor. El
protagonistas, narcisista y autocentrado, es una variación de esa suerte de
alter ego que presenta en todas sus películas, y queda aquí en ridículo, como
algunos personajes masculinos de Woody Allen. Las infaltables escenas en el
restaurant –filmadas, como siempre, en pocos planos fijos a la altura de los
comensales y sin recurrir al plano-contraplano, como impuso Ozu-, con sus
habituales zooms, dejan sentados sus temas persistentes: el amor, la muerte, la
religión, los desengaños y desencuentros. El film avanza y retrocede en el
tiempo, con distintos momentos del diálogo entre los cuatro personajes, que
siempre involucran al varón, mezclando los flashbacks
con el presente de manera sorpresiva, con simuladas repeticiones, con un
montaje que aparenta una continuidad que no es tal.
Las tres mujeres tienen
personalidades muy diferentes, y la relación del hombre con cada una de ellas
también lo es, y si bien nunca deja de lado su egomanía, la maneja de una
manera particular con cada una de ellas. Hong nos tiene acostumbrados a las
repeticiones, a la reiteración de las escenas. Por esto, el diálogo final
parece una de ellas, cuando en verdad no es más que una corroboración del
egocentrismo del protagonista, incapaz de registrar a la mujer con la que se
relaciona. Algunos quieren ver en El día después un ejercicio, un
trabajo menor de Hong. Yo encuentro que es uno de sus mejores películas de esta
última época, una síntesis de su estética exquisitamente plasmada.
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