30 de diciembre de 2017

Brillante variación

El día después (Geu-hu)
Dirección y guión: Hong Sang-soo
Corea del Sur/2017

Josefina Sartora


Si las primeras películas de Hong Sang-soo (El poder de la provincia de Kangwon, La virgen desnudada por sus pretendientes, El día en que el cerdo cayó en el pozo) me parecieron lo más creativo, original y talentoso salido del nuevo cine de Corea del Sur, con sus evocaciones a la nouvelle vague que dejaban de lado la linealidad, con narraciones que se repetían desde distintos puntos de vista, a lo largo de pocos años y su profusa filmografía, iba encontrando que con una fórmula que se repetía, Hong estaba filmando variaciones sobre el mismo tema. La situación constante: un intelectual, generalmente cineasta, en crisis que se aleja de su ciudad y en otro lugar encuentra una chica a quien seduce y otros intelectuales con quien tiene largas conversaciones sobre las relaciones humanas –muy evocadoras de Rohmer-, regadas de abundante soju y comida. Claro que con excepciones, como Another Country.

Este año Hong volvió a su mejor forma con tres películas: Claire’s Camera, una delicia con dos estrellas luminosas: Isabelle Huppert y Min-hee Kim, El día después, también con Kim, ambas proyectadas en el Festival de Mar del Plata, e In the Beach at Night Alone, que no he visto aún.

El día después es una comedia breve, sin las pretensiones de otras anteriores, cargada de humor, sobre sus temas recurrentes: el amor, la infidelidad, la repetición. El protagonista es en este caso Bongwan (Kwon Hae-hyo) un editor y traductor, en crisis en su matrimonio, y con una amante joven. Cuando esta relación también entra se traba, otra muchacha llega a trabajar con él, y la esposa irrumpe en la librería para agredirla, convencida de que ella es la amante de su marido. La gran actriz Min-hee Kim –musa de Hong, bella y encantadora- da unos momentos formidables en esta suerte de enredo que se plantea entre un hombre y un triángulo improbable, donde recibe el maltrato de todos, hasta que una vuelta de tuerca tuerce la acción. Y tiene un monólogo que queda como uno de los mejores momentos del cine de Hong.


Filmada en blanco y negro, con un tratamiento casi minimalista, cuatro actores y pocas locaciones casi desiertas, resulta una broma de Hong hacia sí mismo, cargada de ironía y ácido humor. El protagonistas, narcisista y autocentrado, es una variación de esa suerte de alter ego que presenta en todas sus películas, y queda aquí en ridículo, como algunos personajes masculinos de Woody Allen. Las infaltables escenas en el restaurant –filmadas, como siempre, en pocos planos fijos a la altura de los comensales y sin recurrir al plano-contraplano, como impuso Ozu-, con sus habituales zooms, dejan sentados sus temas persistentes: el amor, la muerte, la religión, los desengaños y desencuentros. El film avanza y retrocede en el tiempo, con distintos momentos del diálogo entre los cuatro personajes, que siempre involucran al varón, mezclando los flashbacks con el presente de manera sorpresiva, con simuladas repeticiones, con un montaje que aparenta una continuidad que no es tal.



Las tres mujeres tienen personalidades muy diferentes, y la relación del hombre con cada una de ellas también lo es, y si bien nunca deja de lado su egomanía, la maneja de una manera particular con cada una de ellas. Hong nos tiene acostumbrados a las repeticiones, a la reiteración de las escenas. Por esto, el diálogo final parece una de ellas, cuando en verdad no es más que una corroboración del egocentrismo del protagonista, incapaz de registrar a la mujer con la que se relaciona. Algunos quieren ver en El día después un ejercicio, un trabajo menor de Hong. Yo encuentro que es uno de sus mejores películas de esta última época, una síntesis de su estética exquisitamente plasmada.

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