The Post: los oscuros secretos del Pentágono (The
Post)
Dirección: Steven Spielberg
Guión: Liz Hannah y Josh Singer
Estados Unidos-Reino Unido/2017
Josefina Sartora
Steven Spielberg se ha auto constituido
en una suerte de cronista fílmico de la historia de los Estados Unidos, según
su personal punto de vista decidido a glorificar el espíritu americano, su
cultura o el american way of life.
Gran parte de su filmografía apunta a ese objetivo: Lincoln y la construcción
de las instituciones; El color púrpura y la reivindicación
de la identidad racial; 1941 y el estallido de la Segunda
Guerra Mundial; Rescatando al soldado Ryan y la participación yanqui en esa
guerra; El puente de los espías y el tránsito por la Guerra Fría;
varios sobre la carrera espacial, sin agotar la lista. En algunas
oportunidades, allí estuvo Tom Hanks con la mueca de su sonrisa sardónica para
encarnar al héroe americano, pulcro, íntegro, intachable.
Durante la presidencia de Lyndon Johnson,
la guerra de Vietnam ya se ve ingobernable, la derrota está allí. Pero por el
contrario, el Secretario (o Ministro) de Defensa, Robert McNamara, no quiere
aceptarla. El New York Times accede a
documentos secretos del gobierno que revelan que desde Eisenhower, pasando por
Kennedy y Johnson hasta llegar a Nixon, los Estados Unidos han intervenido en
las políticas internas de Vietnam y desde hace tiempo saben que esa guerra está
pedida. Y publican esos Pentagon Papers.
The Post refiere a
The Washington Post, el periódico que
cubre las noticias de la capital del país. Es decir, que ahora Spielberg se
dedica a glorificar la labor del periodismo. En 1971 el diario cubría las
noticias de la capital, con algo de chismografía, y luchaba por su
supervivencia. Son tiempos apenas previos al escándalo Watergate. Su
propietaria era Katharine Graham (Meryl Streep en otra actuación notable,
nominada al Oscar), quien ha recibido ese legado familiar sin tener una
formación profesional, con un pasado familiar doloroso, incapaz de tomar la
palabra en una junta de inversores varones. Su director Ben Bradlee (Tom Hanks)
ve que el Times les ha ganado una
batalla periodística, y cuando el gobierno reacciona e intenta censurarlo, se
pone de su lado. Más aún cuando esos papeles secretos también llegan a sus
manos, gracias a la astucia de uno de sus editores (excelente Bob Odenkirk,
distante de su personaje de Better Call Saul).
Se entabla entonces un dilema: ¿publicar
la verdad vergonzante, que miles de muchachos fueron enviados a una guerra
perdida, amenazando así la estabilidad del poder? ¿Arriesgarse a una batalla
legal que los llevaría hasta la Suprema Corte y tal vez al cierre del diario? Para
la señora Graham este conflicto es mayor, en cuanto ella es amiga personal de
McNamara y comparten los espacios del poder.
Hace muy poco vi Rumores de guerra (The Fog of
War), el documental que Errol Morris realizó sobre la trayectoria de
McNamara. Resulta bastante asombroso que el ex Secretario accediera a horas de
entrevistas, a sus 85 años, recordando esos años aciagos, justificando cada
acto de gobierno. En 1971 ya no estaba en el cargo, había pasado a ser
Presidente del Banco Mundial. En el documental, él cita a Kay Graham, quien le
hace notar que Johnson lo echó de su puesto. McNamara ejerce presión, incluso
amenaza a su amiga para que no publique la verdad.
Spielberg no abandona su lucha, pero debe
adaptarse a los tiempos que corren, con la llegada de Trump a la suma del poder
público. Nada es tan preciso, ni tan claro como solía. Los valores han perdido
precio, o por fin los norteamericanos se dan cuenta de que nada es taxativo,
que se acabaron los contrastes, que la vida circula en una suerte de
claroscuro, donde los grises imprimen la tonalidad al siglo XXI. Sus héroes
aquí no son monocromáticos, ni tienen una sola faz, viven con sus fallos, sus
dudas, con más preguntas que respuestas. Pero sigue incólume su defensa del
sistema, de la democracia y sus instituciones. Hablando del pasado, Spielberg
da una lección sobre el funcionamiento de la democracia, sobre la independencia
de los poderes, lección que también puede estar dirigida a nuestro país. Y lo
logra con una mano experta en el desarrollo de la narración clásica, en el
manejo de los tiempos, del timing, la
urgencia y el suspenso.
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Por otro lado, su narrativa abarca una
pintura de época, fotografiada por Janusz Kaminski en grises y azules para el
ámbito periodístico, dorados y cálidos para el hogar de Kay Graham, con el humo
del cigarrillo constante, con un vestuario que determinaba posiciones de poder,
y conductas que hoy parecen superadas, sobre todo en cuanto a la condición
femenina. Una línea narrativa subterránea atraviesa la toma de conciencia de
Kay Graham, quien asume su rol, su lugar por derecho propio a pesar de la
presión masculina, acompañada por las sometidas asistentes femeninas en un
mundo de hombres.
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