La otra piel
Dirección y guión: Inés de Oliveira Cézar
Argentina-Brasil/2018
Josefina Sartora
Como en toda su cinematografía previa –en
gran parte presentada en el Bafici-, Inés de Oliveira Cézar indaga en la
psicología femenina, sumergiéndose en ese universo poblado de sugerencias,
emociones contenidas, impulsos irrefrenables, misterio, intuición, sensualidad.
Abril (María Figueras) es todo eso y
mucho más: una mujer que atraviesa una crisis nunca explicitada, con problemas
con su pareja y con la salud de su cuerpo. Un hecho inesperado dispara su
partida, pero esto no nos asombra, sabíamos que algo así habría de suceder:
algo se estaba gestando. Súbitamente, Abril viaja a una apartada playa en
Brasil, sin anunciarlo, si rendir explicaciones a nadie. Como en aquel film de
Ariel Rotter, El otro, en que un hombre partía de viaje ante un hecho
sorpresivo y ensayaba otra identidad, aquí la protagonista sale en busca de sus
otros yoes, intenta ser otra, probar con otro nombre y otras actividades en
otro espacio muy diferente del cotidiano. Pero nuevamente su relación con los
hombres le juega una traición, interrumpiendo esta búsqueda interior.
María Figueras –una actriz que conocemos
sobre todo del teatro, con gloriosas interpretaciones de obras de Chejov (a
quien ella menciona en el film)- se echa al hombro un protagónico difícil, con
su presencia predominante, en que los silencios, los gestos, en primeros
planos, y los desnudos superan en importancia a las palabras.
Pero La otra piel no se limita a esto,
podría decirse que se trata de dos películas en una: la pareja de Abril es un
director de teatro que ensaya una puesta con su elenco. Rafael Spregelburd
tiene un rol idéntico a su realidad extracinematográfica: ensaya La
terquedad, pieza que presentó en el teatro Cervantes en 2017 y acaba de
culminar. En un difícil equilibrio entre ficción y documental, vemos los
ensayos –aunque los actores son otros- y por fin, la puesta en el Cervantes. En
este complejo cruce entre la trayectoria de Abril/María y la obra de teatro, la
voz en off de Spregelburd recita
textos de la obra, que de alguna manera quieren oficiar de voz interior de la
protagonista. Este cruce, algo críptico, no siempre funciona, ni se justifica.
En todo caso, carece de la fluidez de la trama principal.
La imagen visual y la cámara de Federico
Bracken son la otra gran protagonista de este film: la permanente presencia de
las ventanas, del mundo mostrado –y a veces deformado- a través del vidrio y
atravesado por el agua constituyen una clave insoslayable en esta película
climática y abierta.
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