28 de junio de 2018

Desbordar el mito

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Jeannette, la infancia de Juana de Arco (Jeannette, l’enfance de Jeanne d’Arc)
Dirección y guión: Bruno Dumont
Francia/2017

Josefina Sartora


Distintos directores europeos fueron cautivados por la figura de Juana de Arco, quien constituye uno de los más grandes mitos de la historia de Francia. El danés Carl Dreyer encabeza la lista en una versión inolvidable, apasionada, que contó con la colaboración de Antonin Artaud como actor. Le seguirán Robert Bresson, Jerzy Kawalerowicz, hasta Luc Besson y otros. Bruno Dumont –quien ha atravesado diversos géneros y en cuyo cine el elemento religioso siempre es importante, o está presente- cae también bajo su atractivo y -como no podía ser de otra manera- le imprime un sello personal, convirtiendo esa historia en algo diferente, excepcional. Jeannette, la infancia de Juana de Arco toma el despertar místico de la heroína antes de sus diez años, y lo hace mediante la fórmula del musical. Dumont partió de la obra de Charles Péguy, Los misterios de la caridad de Juana de Arco, pero le imprimió un giro pop casi irreverente, bizarro, pero el artificio no menoscaba su santidad.

Entre médanos junto al río donde cuida sus ovejas, en un rústico paraje del Norte de Francia donde siempre filma Dumont, casi neutro, anodino, la niña reflexiona sobre los horrores de la guerra, que produce un sufrimiento que ella, en toda su bondad, no puede curar. Jeannette lamenta el dolor humano y también la invasión que sufre Francia por las tropas británicas. Así, guerra política y religión, espada y cruz, se ven intrínsecamente ligadas en la figura de la niña. El film cobra una dimensión contemporánea en vista de las invasiones y ocupaciones y el estado de guerra que hoy vive el planeta.

Como es habitual, sus actores no son profesionales con experiencia: la niña actriz Lise Leplat Prudhomme sale airosa en este tour de force que implica la meditación religiosa en forma de canto moderno y baile, y por añadidura, en una verdadera ópera rock. Hay números que resultan muy logrados, como la danza que comparte con una monja desdoblada en dos gemelas, un delirio casi alucinante, y las coreografías hilarantes de su tío (el rapero Nicolas Leclaire) quien la apoya en su misión. Por supuesto, tampoco están ausentes las visiones que atraviesa la niña con santos que se le presentan levitando entre los árboles.


Años después Jeanne (Jeanne Voisin) continúa en ese mismo sitio, que siempre ha constituido su hábitat, y su pasión ha madurado: ha tenido más visiones místicas y una voz interior la ha decidido a devenir el adalid que guiará a su pueblo sometido a liberarse del yugo extranjero.

Si bien el recurso musical es demasiado reiterado -con el heavy metal de Igorrr, mucha percusión y hasta hip hop- toda la puesta y coreografía del film resultan una serie de actos rituales que sabe articular el clima contemporáneo con esta historia del siglo XV. Bruno Dumont demuestra una vez más mantenerse al margen de toda moda o encasillamiento, combinando el misticismo con el rock y el absurdo. Decide con estos medios reconvertir el mito, bajar a Jeanne del ícono. Esperamos una continuación sobre la saga de esta mujer que liberó a Francia del invasor y fue condenada por loca y herética debido a su condición femenina.

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